El panorama lingüístico de la América continental ofrece en el contexto de los nuevos hablantes y hablares importantes elementos y aspectos para una investigación sociocultural direccional:

“De las regiones a las que llegaron los primeros europeos, entre ellos religiosos, disponemos de una documentación lingüística de distintos grados de importancia. Posteriormente la expansión de la colonia prosiguió su marcha y nuevos grupos humanos se fueron encontrando otras lenguas, y se hicieron vocabularios y gramáticas”. (Ibídem.)

Lo que aporta en este caso la lingüística social, la geolingüística, etnolingüística y la sociolingüística de América es el dato y la explicación diasincrónica en base a recolecciones y trabajos de campo que, no por ser concretos, poseen cierto grado de inseguridad en el ritmo propio de la cultura movimiento:

“En cierto mapa de distribución de lenguas de América del Sur se registraron 1.412 de ellas, incluyendo familias, lenguas aisladas y las sin clasificar. La sistemática de su autor le lleva a agrupar las lenguas en tres categorías: las de las tribus que llama paleoamericanas, las de  las tribus de la selva tropical y las de las tribus andinas…. Las lenguas de las tribus paleoamericanas totalizan 42 familias y se subdividen en la división sur, con 7 familias; la del Chaco, con 7; la del <Brasil central, 16; la noroeste, 11, y la noroeste, 6. Las tribus de la selva tropical suman 53 familias,  subdivididas en la división central-norte, con 31; la central sur, 7; la central 9, y la noreste, 6. Las tribus andinas incluyen 25 familias que se dividen en la división norte, con 6; la central-norte, 8; la central-sur, 7, y la sur, 5.” (Ibíd; pp. 144-145)

Las conclusiones a partir de un cálculo lingüístico del continente americano arrojan los siguientes resultados que según José Luis Lorenzo nos dice lo siguiente:

“El resumen sobre el número de lenguas que se hablaron en América nos da un total de 1.812, de las cuales 120 pertenecen a Norteamérica, 200 a México y Centro-América y 1.492 a Sudamérica.” (Ibídem., loc. cit.)

En este contexto cultural donde la lengua moviliza la sociedad a través del sujeto social, los datos avanzados por el autor citado se podrían contrastar con los ofrecidos en contextos específicos por Manuel Alvar, Germán de Granda, Manuel Álvarez Nazario, Miguel Portilla, Guillermo Bonfil Batalla, Humberto López Morales, Rafael Núñez Cedeño, Max A. Jimenes Sabater, Humberto Triana y Antoveza y otros que a través de incursiones etnosociolingüísticas han presentado trabajos y resultados que le acuerdan importancia a la necesidad de un conocimiento direccional de la lengua y los hablantes en las diferentes culturas locales de América.

¿Qué supone este panorama como dato que genera otros metadatos propios de un contexto determinado por fenómenos de recurrencia, referencia y permanencia lingüística en la cardinal de la cultura-movimiento?

“En el mosaico cultural americano existieron las altas culturas de Mesoamérica y las andinas. En Mesoamérica se llegó tardíamente a la metalurgia, en comparación con la zona andina, y apenas se iniciaba la fabricación de bronce; por otro lado, se manejaba un sistema pictórico capaz de referir genealogías, elementos religiosos e inclusive tributaciones en forma gráfica, con principios de escritura, junto con un sistema calendario y matemático de gran precisión, incluyendo el cero, mucho antes de que se inventara en la India. En la zona andina, la metalurgia del bronce era muy anterior y estaba mucho más adelantada. Sin embargo, su historia genealógica, sus deidades y religión, su cómputo del tiempo, estuvieron ausentes, aunque es muy posible que hubiesen quedado registrados en los quipus, o agrupamientos de cuerdas de distintos colores y en orden establecido, con nudos de espaciamiento significativo que, en manos de los especialistas (los quipumayoc) parece ser eran el equivalente a nuestra letra escrita”. (Ibíd., p. 147)

Entender el panorama de Iberoamérica a la luz de las diversas perspectivas de los Estados y lenguas de la América continental, implica reconocer las diversas líneas de sus culturas en el marco de una movilidad económica, lingüística, sociohistórica, etnorreligiosa y etnopolítica. La hibridez y  el diálogo tienen sus niveles de incidencia, relación y efecto en este mapa real donde la cultura acentúa y promueve las diferencias cardinales de creación en el espacio hispanoamericano.

En lo que respecta a una sociología de la cultura-movimiento, ¿ha contado la teoría de la globalización o la mundialización con estos datos, elementos y aspectos relativos a una cultura-movimiento históricamente determinada por sus evoluciones, espaciamientos, alteridades y productividades?

El investigador mexicano José Luis Lorenzo lleva a cabo en el ensayo citado un trazado significativo para la comprensión de dicha problemática en el ámbito continental:

“Todas las sociedades tenían determinadas normas de conducta, sobre todo las de la relación del individuo con el grupo social al que pertenecía, lo que llamaríamos Derecho o normas jurídicas. Las había sobre la propiedad, personal o comunal, con sus implicaciones de herencia de derechos y obligaciones; las referentes a las calificaciones de rango social, militar y religioso; las de matrimonio y descendencia; las de las relaciones de estamentos o clases, etcétera. Todo un cuerpo de preceptos coactivos establecidos por la costumbre y el uso, se transmitían por vía oral y eran acatados por toda la sociedad.” (Ibíd. p.155)

El arqueado de puntualización antropológico y sociocultural respalda una explicación dirigida a establecer diferencias en el campo cultural, el intercontacto, el reconocimiento de los diversos mundos sociales, el sincretismo, la hibridación y el diálogo crítico desde vertientes de solidaridad y cultura.

La lectura de cartografías reales e imaginarias, impone en este caso un intercontacto, un movimiento de la interculturalidad y de lo intercultural en el proceso mismo de asimilación de signos, imágenes, interpretaciones regionales, presentificación de fórmulas autorizadas por niveles específicos de acciones sociales, jurídicas, lingüísticas, etnorreligiosas, patrimoniales, testimoniales, literarias y otras, en el sentido propio de las alteridades continentales.

En una conferencia sobre globalización e interculturalidad, presentada en el 3er Congreso de la Asociación Alemana de Hispanistas en la Universidad de Leipzig, entre el 8 y el 11 de marzo de 2001, el intelectual y estudioso Néstor García Canclini se hacía las siguientes preguntas:

“¿Cómo llamar a las sociedades latinoamericanas en este cambio de siglo: globalizadas, postcoloniales, postmodernas, periféricas? Estos nombres designan partes de lo que nos está sucediendo, pero no sólo es difícil optar por uno de ellos por todo lo que deja fuera, sino que que tampoco se arregla nada sumándolos, pues provocan más incompatibilidades que soluciones. ¿Acaso es posible ser a la vez globalizado y periférico, postmoderno y postcolonial?” (Ver, Néstor García Canclini: “Globalización e interculturalidad: Próximos escenarios en América Latina, en, Alfonso de Toro 8ed.): Cartografías de la Postmodernidad, y la Poscolonialidad en Latinoamérica. Hibridez y Globalización, Iberoamericana, Vervuert, 2006, pp. 129-141, especialmente, p. 129).

Las preguntas de García Canclini  en este sentido suponen otra reflexión tendiente a rescatar lo que son las culturas populares con identidades en movimiento o identidades dialógicas. El autor entiende que las denominaciones citadas no captan los procesos significativos que generan los signos del otro ni las culturas oprimidas hoy en el contexto de un capitalismo direccional que acciona en las diversas rutas de lo real y lo imaginario de las culturas latinoamericanas.

Para García Canclini:

“…algunos discursos sobre lo global siguen tomando palabras y recursos explicativos de las teorías del colonialismo y el imperialismo. Las dificultades de aprehender el conjunto de procesos económicos, políticos, comunicacionales y migratorios actuales ha llevado a convertir el término globalización en una especie de valija mal hecha. Por la necesidad de viajar con ella muchos países y combinar procesos de distinta escala, se ponen en la maleta objetos heterogéneos que tienen usos que sirven o no es más fácil cuando se habla de los mercados financieros o de otras áreas de la economía donde la globalización es circular, o sea que todas las sociedades son independientes con las demás en una escala planetaria desconocida durante el colonialismo y el imperialismo.”

Para García Canclini existen discrepancias en cuanto al término globalización, en tanto la misma expande solamente el capitalismo europeo a partir de los siglos XVI y XVII. Nuestro autor precisa (véase pp. 130-132) la diferencia entre internacionalización, transnacionalización y globalización. Estas designaciones producen en el contexto de la cartografía teórico-cultural actual, elementos que podrían ser aclaratorios en el diapasón de las ideas, actuaciones y proposiciones relativas a la tardomodernidad.

Anteriormente, García Canclini, al referirse al llamado desarrollo compartido de las culturas iberoamericanas, expresa justamente al inicio de su ensayo (Ver, “Culturas de Iberoamérica: ¿es posible un desarrollo compartido?”, en, Iberoamérica 2002. Diagnóstico y propuestas para el desarrollo cultural, Eds. Santillana, 2002, pp. 15-28) lo siguiente:

“No son los mejores tiempos para hablar de la integración iberoamericana…El primer día de este año, mientras doce países europeos culminaban medio siglo de integración estrenando una moneda común, en Argentina la población no podía retirar sus ahorros de los bancos y caía el cuarto presidente en diez días. Como consecuencia, el Mercosur tambaleaba”. (Op. cit. p. 15)

En el diagnóstico ofrecido en esta obra, el estudioso argentino deja caer una crítica matizada a propósito de las cumbres iberoamericanas de presidentes y ministros de cultura:

“Los discursos en las cumbres iberoamericanas de presidentes y ministros de cultura suelen destacar la extensa historia que nos une a quienes habitamos los países latinoamericanos y la península ibérica. Hoy no podemos evocar esta comunidad histórica sin tomar en cuenta los conflictos de la región.” (p.16)

Precisa el estudioso argentino que:

“Al construir el presente diagnóstico de las posibilidades  y los obstáculos para el desarrollo cultural compartido no es posible descuidar los condicionamientos disparejos que coloca la economía a uno y otro lado del Atlántico. Los relatos sobre caídas económicas y protestas sociales no son simples imágenes opuestas, a distancia, de la prosperidad europea y su capacidad de realizar en forma ordenada el mayor cambio de moneda de la historia frente a los incumplimientos latinoamericanos en el pago de la deuda y los desórdenes socio-económicos…” (Ibídem.; loc. cit.)

El concepto de larga historia común, abarca los diversos planos de una cultura-movimiento que en Iberoamérica (España, Portugal, América Latina y el Caribe) se manifiesta en sus crisis de irracionalidad económica, así como en sus diferentes líneas de normatividad y contranormatividad sociales. Así, los actores socioculturales representan  las diversas comunidades inter-continentales y a su vez participan de los movimientos encontrados del capitalismo tardío y sus memorias de opresión y tránsito.