En incontables ocasiones se ha discutido de la reciente crisis financiera, pero muchos desconocen sus raíces. El detonante de la crisis económica mundial iniciada en septiembre del 2008 fue la quiebra de Lehman Brothers, que en aquel momento era el cuarto banco de inversión de Estados Unidos.

Parte de la irresponsabilidad de los bancos era la utilización de complejos instrumentos, como es el caso de las deudas hipotecarias empaquetadas a través del proceso de titularización que luego vendían a terceros; éstos productos eran revisados por auditores que se hacían de la vista gorda y luego las calificadoras de riesgo, daban fe y testimonio de la solvencia financiera del emisor y de la calidad de la emisión; por supuesto, todo estos pasos estaban previstos de jugosas comisiones que daban los bancos de inversión a estas agencias. Por lo tanto, no es casualidad que gracias a la excelente y transparente labor de las calificadoras, el fallecido banco de inversión Lehman Brothers en su lecho de muerte conservó la AAA, la más alta calificación otorgada.

En ese septiembre negro, no solo Lehman Brothers se vio en graves problemas, muchas instituciones financieras "solidas" se tambalearon ante el descalabro de Lehman, como fue Merrill Lynch que tuvo que ser adquirida por el Bank of America y la posterior inyección por 85.000 millones de dólares a la aseguradora AIG, que solo produjo una ola de inyecciones monetarias por parte del gobierno a distintas instituciones financieras.

"Muy grande para caer", con esta frase en la cultura financiera se daba a entender que un estado nunca dejaría quebrar a una institución financiera de tamaño grande por el efecto dañino que tendría en la economía, pero al mismo tiempo le daba incentivos a dicha institución  para obrar de manera nociva, producto de la inmunidad gubernativa que implícitamente se les otorgaba.

En el caso de Lehman Brothers el gobierno norteamericano quiso dar el ejemplo de que ninguna institución está por encima de las leyes y que si falló, debe de pagar el precio del error cometido. Lamentablemente el precio a pagar por haber dejado quebrar a este coloso financiero fue muy alto, tan alto que aún la economía norteamericana no ha logrado recuperarse del "tablazo".

Desde el mismo momento del anuncio de la quiebra los mercados interbancarios colapsaron, la desconfianza entre los bancos causó la paralización del crédito, lo que a su vez produjo el detenimiento del consumo, lo que llevó a que se agravara la situación económica.

La crisis financiera desmoronó el sector inmobiliario, producto de la codicia de los bancos quienes en aras de buscar mayores ingresos, empezaron a prestarles a personas que no tenían la capacidad de pago suficiente; ante el vertiginoso aumento artificial de los precios y el posterior encarecimiento del dinero a través del tipo de interés, se vieron en la incapacidad de hacer frente a su deuda, siendo ésta la pólvora que incendió el estallido de la burbuja hipotecaria.

Luego del estallido financiero en Estados Unidos y gracias a la interconexión de las economías, la debacle cruzó el atlántico y llegó al viejo continente, causando estragos en Islandia y Hungría. Poniendo en jaque a los denominados países PIIGS: Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España, quienes han dejado al descubierto sus malas políticas públicas, corruptela y numerosas fallas estructurales. Lo que empezó como una crisis focal, se convirtió en una crisis mundial.

A mil días de la caída del banco de inversión Lehman Brothers, las autoridades parecen no haber aprendido de los errores que acarrearon a la crisis. En la actualidad con un altísimo nivel de desempleo, alto precio del petróleo y de los commodities, todo indicaría que estamos frente ante una segunda tormenta, con altas probabilidades de destruir lo poco que se ha cosechado en materia de recuperación.