Saber leer y escribir es una de las más elementales exigencias culturales que se debería pedir a la población de un país, desde sus intelectuales más encumbrados hasta los menos ilustrados que, por desgracia, suelen ser las personas que viven en los campos y en zonas depauperadas de las grandes ciudades.

Difícilmente, o mejor dicho imposible, que se pueda escribir si no se sabe leer o viceversa, y en consecuencia difícilmente se puede desarrollar el conocimiento humano sin ambas condiciones que pudiéramos llamar las más elementales de la educación primaria o básica.

Esto viene a cuento porque según otro de los estudios que se realizan para auscultar el grado de sabiduría o ignorancia de los países, resulta que nosotros los dominicanos estamos en la cola -un puesto que nos encanta ostentar- en lectura entre los latinoamericanos.

Somos los últimos en leer correctamente del subcontinente, y esto no es extraño viendo la forma que en general hablamos en nuestras conversaciones a todos los niveles, desde los coloquialesen todas las clases sociales, hasta los más formales e incluso los llamados cultos o académicos.

Sufrimos tremendamente de no pronunciar los plurales porque nos comemos las ¨eses¨ como si fueran las cocalecas del cine. Si en lugar de haber bautizado la capital el nombre de Santo Domingo le hubieran puesto Santo Lunes, de seguro viviríamos en Santo Lune.

O también las ¨eses¨ entre palabras, ayer vinite a verme, o decir Francico por Francisco. Así mismo cambiamos muchos los finales de palabra que acaban en ¨ele¨ por la ¨ erre¨ y  los de ¨erre¨ por ¨ele¨: nos bañamos en el mal, o vamos a tomal una cerveza, y ni digamos, la pobre preposición ¨para¨ también sufre lo suyo, vamos pal cine, o el simpático pa donde vas Tata, pa que viniste o el menos fino vete pal carajo. Hay mucha confusión con las ¨ces¨ y las ¨zetas¨, y otras deficiencias más.

En parte se debe a la manera descuidada y hasta haragana que hablamos y así lo transmitimos a nuestros hijos desde el biberón y el mismo hogar, y también porque en las escuelas no se cuida suficientemente el vocabulario, comenzando porque muchos docentes no lo tienen o es demasiado estrecho para esas funciones educativas.

Inclusive a nivel universitario avanzado da pena al escuchar las conversaciones entre estudiantes, las exposiciones en las clases, y si se les hace leer en voz alta los balbuceos, las incorrecciones, la falta de fluidez y de conexión entre palabras o frases son sencillamente alarmantes.

Recuerdo un simpatiquísimo programa televisivo de hace muchos años con los geniales Boruga y Freddy Beras Goico, en el  que compraban productos en un colmado montado en el estudio para esos fines, utilizando solo tres palabras muy  nuestras: ¨la vaina¨ ¨la cosa¨ y la ¨pendeja¨: Pásame la cosa, la de al lado de la pendejá, esa no, la otra vaina…  y lo bien que lo hacían y lo clarito que se les entendía.

Hoy se celebra la Feria del Libro en el país, deberíamos tomar de manera muy seria los resultados del estudio ya mencionado al principio y hacer algo, o mejor mucho más, para mejorar la lectura y su compañera inseparable, la escritura que tan necesarias son en estos tiempos de cultura avanzada.

La tan pomposamente bautizada ¨revolución educativa¨ debe comenzar desde bien abajo insistiendo más en esos puntos primarios en las escuelas, y no solo con poner computadoras en las clases y decirlo después en los anuncios del gobierno. Los padres también deberíamos hacer más en ese sentido, cuidar y corregir las expresiones incorrectas o indebidas de nuestros hijos en el hogar y ponerlos cada día a leer en voz alta durante buenos minutos. ¿T´amo claro?