El estrépito estético-verbal de los poetemas analizados hasta ahora (ver ensayos anteriores),nos permite comprender hasta aquí la significación direccional como semántica abierta que aparentemente contradice las claves substanciales del mundo poetizado. De ahí que la casa, la puerta, el reposo, signos, claves de oráculos, lengua del fuego, secretos eternos, día en la mano, río, luz terrible, palabras distantes, cráneos anónimos, y la fuerza de lámparas, crean cierta visión la dialógica entre arquetipos y especies cósmicas en el marco de una potenciación esotérica de la poesía y el mundo.
En efecto, lo pronunciado en este poema-sueño se materializa en el campo expandido del logos reconocido como lenguaje fundacional. La travesía iniciática se expresa como huella, sentido y forma de la expresión expandida en el orden secreto de la cosmovisión poético-metafísica de los huéspedes:
¿Está allí lo primero… lo que ha tiempo tembló para hacernos?
Venid aquí a mirarlo. Llega por todas partes. Lo trae
con su duende de piedra la Esfinge. No duermas,
esqueleto del Tiempo, que naciones encarnan sus fósiles,
que hay un rumor de huesos que levantan pesados derechos.
A la puerta del pulso crecen ya anunciaciones que esperan
la palabra exprimida en la horca. Pero está aquí el olvido…
en la ruina que vence al pasado? ¿Con qué feto de sueño
se quedaron los ojos? ¿No está allí el sacrificio temblando
en el sacro resumen del día que lustra la lágrima?(Ibidem.)
El causativo y el interrogativo textual se convierte en fuerza poética y sustancial facilitada por el poema-ritmo y el espacio-lenguaje:
Porque aún está haciendo su alba la vejez de la ola.
¿Por quién sino por ella, por la noche? ¿Pero está solo
el hombre?
¿No estará en su partida? Tercos golpes oscuros lo asombran,
y de pronto, en un punto, en la herida, junto todos los siglos;
más tal vez, por la herida, sale, en vez de la muerte, la aurora.
La figuración verbal propicia en este caso el llamado del poema como estado y movimiento del
mirar poético y sus huellas:
Venid aquí a mirarla, donde el reloj es tonto todavía…
Aquí el tiempo n puede marcar la despedida… no puede
luchar con estas cosas… porque hablamos de aquello…
del gran viento que viene sin fecha… Así sólo mañana,
nos hallarán lo mismo si hablamos de estos niños, porque
siempre apedreamos al tiempo con la piedra profunda
de la Esfinge.
La figuración poético-verbal extiende sus sentidos en el desarrollo mismo de la temporalidad y la espacialidad del poema. Pues en Manuel del Cabral lo poético es fundación, búsqueda y voz en devenir y significación arquetípica. El pronunciamiento nouménico y la poeticidad metafísica se producen en la unidad paradójica y semántica del poema. Así, en “Crecimiento hacia adentro”, la Eternidad se expresa como confluencia vital y verbal, pero también como pacto y forma que articula su mundo de orígenes y permanencia del vuelo, el tránsito y la forma. De ahí que la oposición muerte-materia se conjugue en una oposición de grado abierto, mundo-sueño-lenguaje, que presentifica la eternidad entendida como figura poética y figuración óntica:
El vuelo, no el ala. La sed, no los ríos.
El alma,
no la forma,
no lo físico,
no el cuerpo.
Oh, materia que fuiste siempre secundaria.
Tu pobre presencia,
tu espacio limitado,
tu ley acostumbrada,
tu mañoso,
tu terco
respirar a reloj, están gritando:
fue primero la esencia, no lo manifestado.
Fue primero lo libre, no lo reprimido.
Desde el vuelo y los signos encontramos en este poemario la raíz metafísica y óntica de una creación abierta al lenguaje y sus diversas trayectorias expresivas:
Entonces,
para qué insistir en lo medido,
en lo que a cada paso
nos dice que lo accesorio
es lo que por ser lo incierto
da vueltas falsas
en torno a lo seguro, a lo único…
al uno permanente,
pero sin tocarte,
sin relaciones con la Eternidad. (p. 178)
La lectura inmanente-trascendente de “Los huéspedes secretos” es una lectura textual que se establece y se aplica a partir de las variables de una poiesis fundacional que requiere de un análisis particular del texto como tal. Nuestro recorrido no pretende ser abarcante de la obra de Manuel del Cabral, pues sabemos que toda lectura nace con el síndrome de su límite. En el caso de “Los huéspedes secretos” asistimos a una fundación que aún está por estudiar más profundamente y que la crítica literaria dominicana no ha insistido suficientemente para establecer el marco de su comprensión como texto poético fundacional. Nuestra lectura acoge una relectura hermenéutico-crítica, a partir de las instancias conformativas de la poeticidad y el pronunciamiento nouménico de “Los huéspedes secretos”, en la medida que el poemario se materializa como clave, lenguaje y cifrado poético-verbal.