En “La canción del uno” (ver, Obra poética de Manuel del Cabral, 1976, p. 189), el significado poético muestra la significación del vivir y del universo como entidad cósmica o conjunto cósmico-entitativo. La condición del poema se pronuncia mediante el logos sentiente de lo poético, la poesía misma en su vertiente originaria y sobre todo su sed de vida multiplicada en el lenguaje:

El universo

baja basta mis ojos

porque quiere

vivir más…

Hasta que todo

lo que me rodea

no llegue a mí,

aún no es… (p. 189)

En este trazado del origen, el ser, el “siendo” y la palabra en el poema “Sitio del sueño”, motiva la poética del viaje y el camino, pero además, el orden interpretativo del sueño como sitio y espacio metafísico-esotérico:

Hacia qué levantados designios nos lleva el gran viento,

el gran viento de astros gobernados por ritmos ocultos,

por los ritmos eternos que también en la sangre conducen

los temblores del hombre, con sus dudas, sus duelos, sus sueños?

Con qué amago de lumbre terrestre no reposa el destino

en las múltiples formas de cosas y bestias que luchan

con un soplo inviolable, el instinto? Y es aquello

lo que pone en la sangre universos, lo que está todavía

resumiendo infinito en las venas. Y en qué lengua recoge

lo que viene de lejos y tiembla, lo que tiene un idioma

y hace sílaba al pulso? Voy a ponerme ahora a decir cosas

que son siempre del niño. Pero es que todavía no soñamos?

No está aquí la distancia? No ve el hombre un tumulto de alas?

El elemento cohesivo de la sustancia-forma y a sustancia-contenido del poema aspira al vuelo, al hechizo poético y el hombre visible del ser-en el mundo de la poesía y el lenguaje. Las edades y formas del poema se reconocen en el idioma de origen, en alfabeto de sueño, en la lectura (interna y perceptiva) que intentamos en este recorrido:

No ve los grandes pájaros que de pronto aproximan edades?

Y veremos los días gigantes en un poco de llanto.

Será en ese puro diamante que se  cae de los párpados

que podrán las espaldas lavar su filo? Oigo ahora

un huracán social, un empujón de auroras bajo el luto.

Y hablan del mar las venas, y oigo el mar de mañana, lo traen

del tamaño de un grito; tiene ahora estatua la fiera…

Pero es niña la fecha, y algo duerme en el hombre; no duerme,

Se despierta asustado, porque el aire ya es hombre… (p. 194)

La unidad poética inicial se nutre no sólo de lumbres y amagos, sino de sombras, cosas, edades y sueños de sombras, párpados y sueños, “empujón de auroras”, y “mar de mañana”. Los símbolos en esta primera unidad articulan lo visto en el sueño-espacio: amago de lumbre terrestre, soplo inviolable, infinito en las venas, pulso, sílaba, instinto, edades, distancias, espada y filo, grito y aire, entre otros.

El segundo acto de mirar alcanza horizontes del sueño y designios del estar-en-la nada y en el sueño-visión:

Mirad allí un insigne montón de huesos rotos. Yo busco

los caminos del mundo. Pero todos los caminos del mundo

duermen bajo el inmóvil tumulto de esqueletos. Duermen,

pero no para siempre… Esperarán mañana, porque hay sangres

que no se van del cuerpo, porque hay sangres que solo

pertenecen al mundo. Mirad de pie ese ocaso, que ahora

las grandes barbas del Tiempo se salpican de venas,

tiemblan como banderas que van hacia la Historia.

Y una cosa está allí, que a la puerta del sueño reposa,

Y su plural silencio, que tendrá para el hombre sus signos,

porque de allí los pueblos con el árbol de claves de oráculos

hablar podrán de cosas que hablan solo la bestia del aire

y la lengua del fuego que repite prehistorias oscuras;

porque aún a los hombres los están ensayando los dioses;

porque aún al instinto le preparan su sueño despierto.(Op. cit. Ibídem.)

Proximidad y lejanía se sostienen en el secreto y en la forma blanda y dura de estos huéspedes. Se repiten sus pasos hic et nunc en ritmo y memoria:

Se aproximan los días que rigen los secretos eternos.

¿Es que aún nos esperan? El agua que hasta ahora

                     es una infancia,

y el trigo que hasta ahora es un poco del día en la mano,

y el aire que hasta ayer fue franciscano; y el sol que todavía

dora el tiempo en la piel, la piel que se nos cae en la palabra.

(Ibídem. Loc. cit.)

Así las cosas, las cardinales poéticas del mundo lírico y místico surgen de la intencionalidad poético-verbal, siendo así que el mundo-lenguaje del poeta, revela su propio movimiento en los estados iniciáticos de su creación.  (Vid. p. 195)