En Manuel del Cabral la unidad verbal y composicional expresiva que denominamos poetema, remite en su movimiento al sentido interno-externo de su poesía. El mismo se convierte en eje de cohesión visible en el conjunto y en sus bases semiopoéticas. Observamos que en el poetema final de “Huésped en polvo”, el símbolo primigenio “gota”, “gota blanca, gota que está anciana de pura, gota blanca que se te cae tan vieja”, se manifiesta a su vez como eje de continuidad, símbolo seminal y arquetipo generador en el poema “Poesía”. Este huésped fundador produce su arqueado simbólico y definicional para constituir el mundo de la vida poética del autor:

Agua tan pura que casi

no se ve en el vaso de agua.

Del otro lado está el mundo

de este lado, casi nada…

El pulso definicional y ontológico-poético sitúa el orden intuitivo en el fundamento metafísico de la poema, entendido como condición unificante y experiencial del poeta. El agua poética es, en este movimiento de continuidad óntica, motivo socializador y generante de visión, pues el símbolo “agua” produce la conversión del ente generador en símbolo-pensamiento, agua pensante o agua-que-piensa. Así las cosas “agua” es eje temático y substancia unificada en el movimiento sinestésico y formal del poema:

La del río, ¡qué blanda!

Pero qué dura es ésta:

¡La que cae de los párpados

es un agua que piensa! (p. 142)

Pero el arquetipo que más identifica la poética fundacional de Manuel del Cabral es el de la voz. Desde allí, dicho arquetipo genera la búsqueda interminable instituida en el mundo-camino del ser. Voz que presentifica la ruta hacia el ser, creando el posicionamiento de un suelo metafísico y místico:

Me puse a cavar la tierra,

Porque oí mi voz al fondo.

Y el hoyo cruzó la tierra.

Y allá…

Más allá…

La voz lejana se oía.

Seguí cavando. Cavando.

Es sólo una voz  el fondo. (p. 143)

La significación poética de la voz se advierte en el tránsito y la gratificación del asombro. La misma autobiografía del poeta es un documento existencial afirmativo de su obra. (Véase Manuel del Cabral: Historia de mi voz, Ed. Taller, Santo Domingo, 1974). No podemos decir en este caso que la poesía de Manuel del Cabral es una poesía inocente, pues la misma es un acto de conversión y definición de la “seidad-poeticidad” reconocida en la infinitud de la nada y de la muerte. La poesía como actitud y acto de transgresión no solo se tematiza en la inocencia, sino más bien en el desprendimiento último del ser. De ahí su fundamento metafísico

Así, el poema “Señal del iniciado” singulariza una visión desencadenada y desencadenante al interior mismo de la mirada óntica, justificada en el marco de un perfil nouménico y presencial de su poesía.

En “La muerte de la nada” encontramos los ejes de la visión-fundamento: nada, hombre, noche, forma, límite, materia, número, temblor, profundidad, beso, sombra, cosa…

El punto-límite como eje transformador es lugar genérico, momento de horizonte y raíz que totaliza la mirada poética reconocida como centro y pronunciamiento vivencial:

En este punto

Donde no sabemos si el pan es lo que sueña

O el cuchillo es un poco de ternura extraviada.… (p. 149)

En el contexto de poeticidad de “Los huéspedes secretos” se enuncia la muerte como invisibilidad, recorrido de superación de la existencia y del “siendo”, como categoría logotópica y logotemporal. La fijeza y la cualificación de todo tiempo del poema sustancializa la nada como muerte y a la muerte como nada. En la veladura o el velamen de la muerte, los hombres no saben morirse, no asumen con claridad el viaje, no son “incorporales”, no advierten la soledad de la desaparición. Ciertamente “Los hombres no saben morirse”, “mueren no queriendo la muerte”, “la encuentran en un beso”, “cuando cantan no le ven la cara”, “no se mueren completos”, “no saben irse enteros”, “dejan el oído para cuando vuelvan”, “van dejando su yo sin comprenderlo”, “vuelven hacia adentro ante el vacío”.

La materia hombre funciona como eje y arquetipo que define el ontos-ánthropos en el poiemata, a partir de un arte poético y revelador. El hombre, como condición, se unifica en el uno, en la unidad-esencia, en el tiempo que vuelve a la tierra, al origen:

Por todos,

con el cadáver de su tiempo al hombro, todos,

Todos son el Uno

El Uno

que sólo por amor vuelve a la tierra. (p. 154)

La conjunción muerte-libertad-tierra organiza el espacio de una poética instruida como cortadura y acto-de-dar-el-ser-al ser, vertiente hermética y esotérica autorizada por la voz que se hunde en los orígenes, para construir la esencia que es infinito, muerte y nada.

La positio intuitivo-reflexiva de Manuel del Cabral ante estos “huéspedes”, instituye la línea de suspensión en la relación vida-muerte, pero, además, en el tiempo de una advertencia existencial y poética. El mecanismo de acción de la muerte engendra el mecanismo de pura definición de los muertos en el hilo del poema entendido como clave y pensamiento de la visión sagrada y profana:

Los muertos entregan sus huesos a la tierra

Pero jamás su libertad.

Es que nada terrestre tiene la dimensión,

la profundidad hacia arriba de aquellos

que cerraron sus párpados como puertas futuras. (p. 155)

El homenaje a los muertos es por antonomasia y por principio homenaje a la muerte como se puede leer, instruir y destacar en “No son como las moscas” (p. 156), “Los muertos no envejecen” (p. 157), y “Allí lo esperan” (p. 158). El conjunto poético “Velando la muerte” produce la necesidad de lectura de “Rescate del origen” (p. 159-196). El origen es el uno que en el vedanta es transformación  multiplicada.