Hemos afirmado en otras ocasiones que el acto poético es un acto de fundación donde los signos del poema constituyen el encuentro verbal e imaginario que permite unificar la expresabilidad de lo poético. El orden formal y substancial de la poesía se manifiesta en toda una combinatoria de elementos estéticos cuya base es la emisión y la función expresiva fundada en el lenguaje.

El poeta es un evocador de universos, pero a la vez el representante de un culto invocatorio donde la comunidad se revela y se integra socialmente mediante el lenguaje.

Todo lo anterior se advierte en la creación del poeta dominicano Domingo Moreno Jimenes. Su poesía es reveladora de una naturaleza local espiritualizada en el orden simbólico y expresivo de la poesía. Como poeta mayor del Postumismo su poesía es una manifestación de la trascendencia del ser a través de la expresión poética motivada por ideas místicas o intuiciones que marcan la estructura interna del verso. Cada palabra y con huella, cada segmento de su obra, crea una imagen del mundo metafísico y local.

Lo poético es para Domingo Moreno Jimenes la presencia de ecos que testimonian el ser del hombre y la poesía, pero también la intimidad de una visión que particulariza el espíritu de la tierra y las necesidades de pasiones trascendentales. En su poética se observa la unidad de una confluencia entre materia y expresión que unifica el sentido de la historia espiritual del sujeto. El verso es revelador de un testimonio a la vez que del “instituyente” expresivo de temáticas elegidas e individualizadas en las unidades estilísticas.

Se produce en su poética una mirada representativa de lo dominicano que pretende universalizarse mediante los gestos poéticos memoriales, es decir, mediante la expresión que se justifica en una imagen totalizadora del ser en el espíritu poético y trascendente. La poética de Domingo Moreno Jimenes se expresa en la búsqueda, en la ruptura con el pasado expresivo de corte romántico-modernista. Su visión se afianza en el poema que brota del lenguaje esencial de la tierra y que se pronuncia en el dinamismo imaginario de su poesía.

El Postumismo de Domingo Moreno Jimenes abarca los elementos dinámicos de una conciencia poética regeneradora, trascendente e individualizada. Los signos y símbolos poéticos revelan el universo expresivo y  particular del poeta, siendo así que el texto se pronuncia en la unidad de sus elementos expresivos, como se puede observar en el siguiente fragmento:

“Atravesé el cementerio de la aldea:

No tenía dolientes:

Se estremeció mi alma junto a un jazmín triste,

Gimieron mis sentidos junto a una rosa

Después,

Lancé la rosa y los jazmines al viento,

Y sólo quedó flotando en el instante esta sola palabra:

tierra”.    (Hora gris, p. 78)

El poema es revelador de un contenido psicológico expresivo del sentimiento que descubre el ser en su asombro, pues  en su tono elegíaco el poeta unifica su idea esencial de visión abierta al ritmo de las palabras, entendido como expresión formal y sustancial del poema.

El poeta, en El diario de de la aldea evoca un sentimiento de tristeza y soledad,  en el mundo y sus elementos a través de una visión que es la síntesis de su modo de contemplar la vida. Su canto es un canto de la tierra, pero además el grito en un camino que se forja en el misterio:

“Ay Dios, que ves el viento y ves la nube,

Compadécete de mi alma

Que es una nube fría en un cielo claro!

Mi andar no es andar de consciente

Sino de sonámbulo;

Llevo las manos en el aire

Y el pensamiento en el azul;

Llamo madre a las plantas

Y a las margaritas “hermanas”;

En cualquier riachuelo veo la faz de mi padre,

Y los luceros, carbunclos de la noche, son mis hijos.

Esta síntesis del mundo que llevo

Conmigo a veces me sume

En la tiniebla;

¡pero siempre me arrastra a la luz:

Oh naturaleza, ¿qué mal te he hecho

Para que me castigues con una carga

Tan desapasible?

Yo sé que vine del misterio,

Pero los cambiantes de la vida son más inexplicables

Que las flaquezas de la muerte,

O que la sencillez de nada    (p.87)

El poeta invoca el ministerio, la vida y la muerte como estados que se absorben en la sencillez de la nada. Pero también, el poeta se manifiesta como tiempo de visión y ser que

reflexiona e influye la vida en sus secretos.

Su propia definición testimonia la visión en sí mismo y en el cambiante mundo de las posibilidades:

“Yo fui un niño como todos los otros,

Aunque un poco más cándido y más triste.

De ayer a hoy ¡qué abismo!

De de ayer a mañana ¡qué universo!   (p. 88)

Abismo y universo crean la totalidad, el rito de los elementos en su forma existencial, donde el posible “estar” del poeta crea su grandeza o pequeñez. La estupefacción del poeta tiene su expresión en el “ver” de la visión, pero la actitud invocatoria permanece en el canto y en las relaciones entre los puntos fundamentales de la naturaleza.

En el poema Trazo de pueblo asistimos al contemplar abierto del poeta. El mundo contemplativo es el mundo de la aldea local, de los elementos poéticos donde la tierra y sus apariciones cantan:

“Esa casas de cana

Donde se respira felicidad.

Esos albergues tímidos

Donde hasta la angustia es silencio.

Esa jovialidad de pecho joven

Que hace brava la gente.

Esas canas de anciano que al sol vigilan vírgenes,

Esa tranquilidad de perspectiva.

Ese canturrear de la madrugada;

Ese respeto de la tarde;

Esa serenidad de la noche…

Esos pasos ignorados de los héroes

Por campos de ausencia y de muerte”.  (p. 92)

Cada verso completa el ritmo del poema en acentos que, entre calma y canto, articulan el cuerpo de la expresión poética dinámica, en cuyos elementos (felicidad, silencio, casa, cama, madrugada, tarde, ausencia, noche y muerte), crean el recorrido textual que organiza el ritmo particular del poema. Recordemos que las oposiciones creadas por el campo tensional de las palabras producen la significación general del poema.

El poema Voz interna, escrito en 1930 es un poema de tonos y matices donde la lengua se convierte en soporte y discurso desde los cuales la emoción transgrede el ámbito de lo natural:

¡Oh, generosidad que por doquiera

Nos hace crear espectros!

¡Oh, lágrimas!

¡Oh, razón de ser de la vida inútil!

Bien está que nos nublen la esperanza

Y nos festinen el recuerdo;

Bien está que nos acorten la fuente del instante;

Bien está que nos truequen la dicha

De una mariposa loca.

Siempre habrá aldeas esparcidas por colinas abruptas,

Y silencios desconocidos…”    (p. 95)

La voz interna es indudablemente la voz reveladora del sentimiento poético desde la intuición esencial. La reflexión del poeta sobre la vida inútil es un lugar conocido en la lírica hispánica que pronuncia los elementos de una conciencia mística, expresiva de la espiritualidad en el orden poético.

Fábula, parábola y poesía construyen la poética de Domingo Moreno Jimenes que, en estos versos de los comienzos, testimonia la vida como contemplar de la poesía en la visión de un mundo fragmentado. Los ecos internos de su poesía remiten a estados originarios, y a los sentidos de la existencia:

“Tú si sabes sentir como nadie en el mundo…

Elixir de los sentidos superiores…

Carne de mi madre viva…

Esta soledad de páramo fuerte que es mi vida!…” (p. 100)

El contenido lírico y ontológico de esta poesía instituye las cardinales textuales que pronuncian el ritmo expresivo del poema, representativo en un rito de las palabras que emiten su sentido en los marcos elegidos por el poeta. El movimiento del verso asegura en el espesor de la obra inicial del poeta un contenido y un ritmo en el tema-forma de la obra inicial del poeta desde un contenido y un ritmo que hacen posible la dinámica de la poeticidad afirmándose en el mensaje ontológico.

Poesía y parábola funcionan así como claves para la interpretación de la obra.

La lectura de la poesía constituye el análisis relativo al conocimiento de lo poético”. (Las citas correspondientes pertenecen a la obra: Flérida de Nolasco: Domingo Moreno Jimenes. Ed. Librería Hispaniola, Santo Domingo, 1970, 2da. Edición).