La autopsia a los restos de la infortunada adolescente Emely Peguero arrojó resultados tan concluyentes como horrendos, poniendo en evidencia el calvario que marcó el trágico final de su vida, víctima prácticamente de un doble homicidio, dado que llevaba en su vientre un embarazo de cinco meses.
El informe rendido por la Procuraduría General de la República revela que Emely sufrió un aborto provocado, con perforación del útero donde se aplicó una gran fuerza, lo que posiblemente ya de por sí le hubiese provocado la muerte. Al parecer no les resultó suficiente a quien o quienes decidieron acallarla para siempre. Y, siempre siguiendo el informe de Patología, todavía en vida le aplicaron un golpe contundente en la cabeza que le ocasionó el hundimiento del cráneo. Madre y criatura. Muerte sobre muerte.
Después la tarea de deshacerse del cadáver. Los restos de la víctima envueltos en un saco, llevados a una finca donde al parecer los mantuvieron refrigerados para, finalmente, al cabo de una minuciosa inicial búsqueda inútil en el vertedero de Hatillo, lugar donde el confeso autor del crimen dijo que los había arrojado, aparecieron envueltos en un saco y dentro de una maleta descubierta por un lugareño arrojada entre unos matorrales cercanos a la carretera de Los Algarrobos, sección de Cayetano Germosén.
Llanto inconsolable de los padres ante la pérdida irremediable; asco, indignación, ira colectiva, reclamo de castigo contra el autor de esta monstruosidad que por fuerte que resulte nunca será suficiente para pagar por el brutal crimen cometido, y contra quienes le sirvieron de cómplices. Pero ya nada, por desgracia, devolverá la existencia a esta hermosa joven, de vida tronchada en plena floración.
Pero…no único caso. Durante la afanosa búsqueda de los restos de Emely, aparecieron los de otras dos mujeres de identidad desconocida. Y en unos matorrales de Sierra Prieta, en Fantino, al igual los de ella, los de Dioscary Gómez de apenas 17 años, con signos de violencia, al parecer secuestrada en el trayecto de regreso de la universidad a su hogar.
Y no se detiene ahí el trágico obituario. Al tiempo que aparecían los despojos de Emely, la Policía descubría en el baño de una vivienda en construcción en Nigua, atada y al parecer con señales de haber sido estrangulada, el cuerpo ya en descomposición de Rosalinda Yan Pérez, de solo 19 años, desaparecida desde una semana antes, asesinada por su confesa ex pareja, quien admitió el crimen.
Más allá del espanto, del repudio, de la indignación, del reclamo de castigo, del pesar por las víctimas, de la solidaridad con sus dolientes…¿qué lecciones nos dejan estos horrendos hechos, donde víctimas y autores son todos jóvenes, pero además cometidos con enfermiza saña y rasgos de fría crueldad psicopática? ¿qué experiencia y a qué nivel de profunda preocupación tiene que motivarnos?
Es hora de plantearnos ¿Qué está pasando con gran parte de nuestra juventud? ¿De qué material humano está formada una buena parte de la generación de relevo? ¿Cuál es nuestra cuota de responsabilidad, la que nos corresponde como padres y como ciudadanos? ¿Qué ejemplo les fuimos dejando en herencia a lo largo del camino como patrón de conducta?
Los penosos casos de Emely, y con mucho menos relevancia social y difusión mediática pero no por ello menos trágicos y dolorosos de Dioscary y Rosalinda nos consternan y asombran por la truculencia de los espantosos aspectos que revisten. Pero, al margen de la pena que provocan… ¿Nos servirán de señales de advertencia de que algo no anda nada bien en el seno de nuestra sociedad, donde pareciera que estamos llegando al fondo del más tenebroso abismo moral?
Es hora de reflexionar profundamente sobre el tema. Lo que está en juego es rescatar la plenitud de nuestra condición de seres racionales y civilizados, que a todas luces hemos ido dejando en el camino. Y ese es un reto que trasciende y supera todo lo demás.