El pasado martes 29 de septiembre, en las tertulias filosóficas de la UASD y el Centro Asturiano de Santo Domingo, tuvimos como invitado especial al Dr. Pablo Mella, del Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó.

Doctor en Filosofía por la Universidad de Lovaina, Mella recibió el Premio Nacional de Ensayo 2014, en la sección de ensayo sociopolítico, por su libro Los espejos de Duarte.

La obra no constituye un texto sobre la figura del patricio. No es un libro de historia. Se trata de un proyecto de hermenéutica crítica, de una propuesta para leer la historiografía dominicana. Consiste en un relato filosófico y por tanto, metadiscursivo, sobre cómo los historiadores dominicanos han construido sus discursos sobre Duarte.

La metáfora de los espejos remite, en este contexto, a las imágenes que inevitablemente se conforman a partir del acto historiográfico. Comprender esta metáfora es fundamental para entender el texto. A ella subyace una perspectiva epistemológica que se opone a la concepción positivista que ha fundamentado la historiografía dominicana.

Tanto en su versión clásica, como es sus versiones contemporáneas (neopositivistas), el modelo positivista concibe la ciencia como un sistema de conocimientos sobre el hecho (“factum”), sobre datos que “yacen ahí”, inmutables, incambiantes e “incontaminados¨ por los prejuicios y creencias del investigador.

La idea de que los científicos pueden accesar al dato, libre de presuposiciones e interpretaciones ha sido cuestionada con suficientes argumentos en los últimos cien años de la filosofía de la ciencia.

De igual modo, dicha perspectiva es cuestionable a partir de las investigaciones empíricas en psicología de la percepción, que muestran el dato como una configuración, un constructo del cerebro a partir de su equipamiento biológico en interacción con el entorno. Esto no significa que la realidad sea inventada como el personaje fantástico de una obra literaria. Quiere decir que el proceso del conocimiento requiere, para su constitución, de unos estímulos generados por el entorno natural, por tanto, no inventados, pero procesados y articulados por el investigador.

Sólo a partir de la acción interpretativa del investigador podemos hablar de conocimiento, porque si no puede procesarse y articularse lo que se percibe o intenta comprender, entonces, los estímulos son un mero caos ininteligible, como un texto escrito en una lengua que nadie puede descifrar.

Lo anteriormente señalado sirve para comprender que al igual que los investigadores del mundo natural no lidian con ¨datos puros¨, tampoco lo hace el historiador. Éste se enfrenta a documentos que son ¨sus datos¨ los cuales tiene que organizar e interpretar a partir de sus experiencias previas, sus pre-juicios y presuposiciones, A partir de ellas, construye una imagen, un espejo del hecho histórico que quiere comprender o esclarecer.

En este sentido, contrario a la visión del historiador que insiste en ¨argumentar¨ con expresiones como: ¨la historia prueba…¨, ¨los hechos son así¨, ¨los hechos son irrefutables¨, la perspectiva de Mella nos recuerda que los historiadores construyen relatos, narraciones sobre el pasado a partir de la atmósfera intelectual que les ha tocado vivir, con todas sus tensiones intelectuales, existenciales, sociales y políticas.

¿Objetan estos planteamientos la cientificidad de la historia? En modo alguno. De la misma manera en que no queda cuestionada la cientificidad de la física o la biología porque los investigadores de la naturaleza construyan teorías sobre el mundo, no es menos científica la historia porque la misma consista en elaborar discursos sobre el pasado. Es un constitutivo de la condición humana relacionarse con los datos a partir de la mediación del lenguaje.

Por tanto, como ha señalado Mella, no puede existir una sola imagen de Duarte –ni de ningún personaje o hecho histórico-. Por el contrario, existe una multiplicidad de imágenes construidas de un modo paulatino, contingente e incierto sobre complejos, diversos y contradictorios procesos sociales.