Cuando una política de gobierno enuncia de manera categórica y tajante su “práctica” estratégica mediante un núcleo verbal en presente continuo, actualiza a su vez el marco de “sospecha” en torno a dicha práctica. El hecho de que el gerundio se convierta en la función verbal de una gramática política y de “lo político”, activa a su vez una instrucción negada de una realidad encubierta con el grado más estremecedor de uso de la mentira.
En efecto, la mentira y el cubrimiento de lo que se ve y es al mismo tiempo, engendra un malestar y un obstáculo de interpretación de lo social visible y lo social ocultado, justamente cuando el relato de una política de la interpretación presenta lo inocultable del objeto en cuestión.
La referencialidad de un verbo como hacer en un contexto pragmático y político, desplaza una modalidad de poder a un acto que suplanta la verdad de su acción en tanto la crisis artificiosa del “nunca se ha hecho” que prepara el “haciendo” como gerundio que dinamiza la mentira del actor gubernamental, facilitador de un enunciado manipulatorio proveniente del archivo creado por el “manejo de poder”, se constituye en la lógica difusa de lo político un universo técnicamente fragmentado y enmascarado.
En efecto, esa lógica difusa de la política dominicana y del político vigente, acusa un espacio de disponibilidad caracterizado por un núcleo dominante y de control en cuyas promesas encontramos la misma función “salvadora” utilizada como práctica de una democracia desnaturalizada por los usos dictatoriales de ley y poder.
De esta suerte, el escenario político se construye mediante posicionamientos, funciones ejecutivas y ejecutoras, ordenamientos reconocidos como jurídicos, niveles de administración, manuales de uso, enunciados funcionales orientados, espacios de referenciación, obstrucciones legales de la regla y la norma y otros espacios propios del operante gubernamental y estatal.
En nuestro caso, la queja es hasta el momento el género discursivo más usual y común y que sobre todo genera más niveles de denuncia, rechazo y violencia en el ecosistema político-social vigente. En el caso de la corrupción y la delincuencia el llamado Ministerio Público prevé y advierte sobre más escándalos, amenazas y ataques de todo tipo.
Autoridades gubernamentales, civiles, militares, religiosas, judiciales y legislativas del país presentan una suma de cuadros, deberes, instrucciones y acciones definidas en el nivel propiciatorio de leyes, cumplimientos, deberes y formas, generadores a su vez de un activismo social reconocido en el sistema de justicia pública.
Los marcadores estratégicos de una política de la autoridad reproducen los cuerpos contaminantes de su “lógica fluida”, pero sobre todo, del instrumentario estratégico y administrativo para inhibir el movimiento interno y externo de una sociedad como la dominicana que, desde 1996 hasta la fecha, asiste a “cambios” incongruentes y reproductivos de una conducta y unas actitudes absorbentes de vicios, anomalías e ideologemas de fuerza desafortunados en dicho contexto y agenda de extensión política.
Los efectos destructivos de un insularismo de la razón política, se van acomodando a estos tiempos de terror y absolutismo del biopoder, siendo así que el insularismo se va construyendo como un campo intensivo de poder.
Dicha explicación la hemos resumido en nuestra obra La miseria de la razón política (2012, p. 135) de la siguiente manera:
“En efecto, se trata de un trazado estratégico verdaderamente instalado en una sociedad amarrada por una historia dependiente de cadenas, vínculos entre cuerpos dominantes que han logrado fragmentar las vertientes de transformación real, creando todo un andamiaje y un engranaje seductor, pero al mismo tiempo dominador de las llamadas consciencias locales que no superan las líneas de una política del interés y de las acciones restrictivas en el contexto dominicano actual. ¿Qué es lo que en los actuales momentos define una política de progreso y prosperidad vinculada a intereses de nuevos grupos surgentes de las actuales elites que, enriquecidas ilícitamente, han acumulado un poder que incluso podría poner en juego, en un determinado momento, la estabilidad de la gobernabilidad de cualquier gobierno elegido y contrario a los intereses de los nuevos ricos políticos, producto de la corrupción estatal y aquello que se ha denominado el narcoestado dominante? Esta pregunta intensiva implica, en este mismo orden, toda una reflexión que conecta con los diversos planes de desarrollo de un poder omnicomprensivo de la delincuencia y la corrupción del orbe estatal y gubernamental. El operante de un biopoder propiciador de las diversas “plagas” generadas por un estado de riqueza y a la vez carencia, nos permite comprender el nuevo giro de la razón cínica, pero además, los caminos del insularismo político y cultural”.
El trasfondo de esta cita ayuda a entender las imágenes políticas de una sociedad absorbida por mecanismos y poderes de manipulación concentrados en una gubernamentalidad construida como práctica estatal de opresión en tiempos de crisis y disolución social.