Hay veces que un diálogo sosegado y amable deviene en lección de vida. En una ocasión, una de esas tardes cualquiera en las que anhelo mantener una buena charla, envié a un amigo, destacado funcionario del Estado, uno de mis textos breves para su consideración y posible comentario. Decía de este modo: "Hasta que como escritor o pensador no te veas obligado a recluirte, frente al desmesurado poder del Estado, en una especie de cuarentena literaria debes cuestionarte como hombre crítico y de pensamiento libre. No solamente las pandemias nos obligan a separarnos del resto, también las ideas aíslan y recluyen. Pienso en Aleksander Solzhenitsyn o Salman Rushdie" Su respuesta fue, a mi parecer, poco ajustada y escasa en argumentos necesarios al debate. Más o menos se expresó en los siguientes términos -eres un hombre libre y desempleado, con ocio para pensar y sin atadura estatal para opinar contra los poderes públicos. Uno es libre cuando está soltero y los hijos son adultos. Sorprendido por sus palabras contesté con calma: -La condición de desempleado no me hace libre. Uno aprende a amar la libertad con el ejemplo.
Le recordé que Mohamed Ali fue despojado de su faja de campeón mundial, durante el mandato de Richard Nixon, cuando se le pidió que tomara parte en la invasión a Vietnam. Acerqué hasta su memoria la negativa de Felipe Rojas Alou a salir al terreno de juego en el momento en el que se interpretaba el himno de los Estados Unidos ya que su país había sido intervenido por los norteamericanos, y lo hizo aún sabiendo que ponía en peligro su carrera como beisbolista. Pero por supuesto la lista no quedó ahí, son muchos los ejemplos. Mencioné igualmente a Rosa Parks, todo un icono de la lucha racial, una valiente y decidida mujer negra que se negó a ceder su asiento en un bus a un hombre blanco. El listado siguió creciendo con los nombres de Roberto Clemente, Martin Luther King, Angela Davis y tantos otros que se jugaron en muchos casos su propio confort.
La historia está llena de casos de templanza e integridad, de personas que decidieron elegir lo correcto sin pensar en los beneficios que conceden las mieles del poder. Tomar y asumir una elección es un acuerdo que llevamos a cabo con nosotros mismos y que nos confiere libertad. Después de mis palabras él replicó: – Claro. Es así, pero eso también tiene un precio. Todas nuestras actitudes tienen un costo y también consecuencias. Es cuestión de elegir. Mi afirmación no dejó lugar a dudas y fue expresada dela siguiente forma: – Yo elijo en todo momento ser libre. Sin llegar al extremo del suicidio, sin hacer un triste espectáculo ni alarde de libertad, con la sensatez suficiente para equilibrar una cosa con la otra. Pero eso no se aprende tan sólo a través de los libros, sino con ejemplos que nos acompañan desde la infancia.
Recuerdo, al respecto, un hecho que me marcó para siempre. Tenía apenas catorce años. Hacía poco tiempo que mi hermano Cesar había llegado de Europa y la lucha por las libertades en el país, a mediados de los años setenta, seguía estando al rojo vivo. Una tarde él y yo paseábamos por la calle del Conde para comprarme una camisa. Entramos en una tienda y cuando esperábamos en uno de los pasillos, el dependiente se dirigió a mí de forma insolente para decirme –"negrito ven para que te mida la camisa" Mi hermano, malhumorado, le preguntó molesto la razón por la que me llamaba de ese modo. Irritado por su falta de respeto expresó que no compraríamos la prenda en aquel lugar. En ese momento yo no comprendí el contenido despectivo que aquello implicaba. Cesar me preguntó si creía que de ser blanco él hubiera tratado de igual modo a un niño de ese color. El tiempo ha pasado, pero el instante quedó fijado para siempre en mi interior como sedimento de amor por la libertad y el rechazo a todo aquello que se pueda parecer al irrespeto.
Como colofón a una tarde poco pródiga en el debate esperado, envié un texto a mi querido amigo que confío diera pie a la reflexión y pudiera servirle de algún modo. Aquí transcribo mi escrito. "En los barcos negreros había un tipo de esclavo que tenía acceso a la cocina y al cuarto privado del capitán. Eran negros integrados como bueyes, que antes fueron toros bravos, a los que se les machacaron los testículos. Con el tiempo esos esclavos tuvieron hijos y nietos que transmitieron su manera de ser a sus descendientes. Este tipo de hombres jamás romperán sus cadenas mentales, nunca serán cimarrones. Regularmente son mayordomos en la hacienda, cuidadores de ganado fieles a sus amos. Seres lastimeros, sin rebeldía por dentro. Bueyes mansos sin testículos".