En su autobiografía, el expresidente de Francia, Valéry Giscard d´Estaing, reveló el asombro que le ocasionó ver a todos los representantes del espectro político español durante su visita oficial a Madrid con motivo de la juramentación de su amigo Juan Carlos como rey de España. En la recepción en el Palacio de la Zarzuela, compartían amigablemente líderes con las posiciones políticas más distantes. Estaban allí, entre muchos otros, los jerarcas del Partido Comunista, Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri (La Pasionaria), sobrevivientes de la guerra civil que siguió en 1939 al derrocamiento de la Segunda República; el derechista Manuel Fraga, exministro de Franco, y Felipe González, el nuevo líder del Partido Socialista Obrero Español.
El asombro del presidente francés se debía al hecho de que la escena que vivió en el palacio real español, le parecía inconcebible en Francia. La tolerancia que le sorprendía de la España post franquista, no era dable en su país, cuna de los derechos humanos, dos siglos después de la toma de La Bastilla y el grito redentor de “libertad, igualdad y fraternidad” que inspirara el derrocamiento de la monarquía.
Y cuenta que, a su regreso a París, intentó un gesto de eso que llamó “actuación sin crispación”, saludando a un preso preventivo en una cárcel de Lyon por una simple y leve infracción. La foto en la prensa le generó una de las peores crisis en sus siete años de gobierno.
En el partidarismo político dominicano, el fanatismo propio de nuestra pobreza política, está sembrando la semilla de una intolerancia que muchos abonan cada día. Cuando ese fruto germine, aquellos que lo sembraron no tendrán excusas para quejarse de la falta de “actuación sin crispación” que su intolerancia está haciendo crecer.
La triste experiencia de Giscard d´Estaing será el dolor de cabeza de los que hoy portan como estandarte la semilla de la intolerancia.