Le Havre está de fiesta. Se cumplen 5 siglos de aquel 8 de octubre de 1517, cuando el rey Francisco I firmaba los decretos de su fundación (vaya si tenía visión, pese a sus escasos 23 años). En aquel tiempo, el monarca quería una ciudad fortificada que pudiera recibir a sus vecinos británicos como se debe: a punta de cañonazos y desde la cual, también pudiera expandir el comercio marítimo. El puerto, situado a orillas del Canal de la Mancha y próximo al estuario del Sena, sería el lugar ideal para lograr estos fines.

Hoy han quedado atrás los malos ratos (mejor dicho fatales), pues durante la Segunda Guerra Mundial la ciudad fue severamente golpeada. Primero, la bombardearon los alemanes para ocuparla y luego, los aliados para expulsarlos; en total, sufrió más de 100 bombardeos y sólo cenizas quedaron; si el bolero me permite el guiño.

El arquitecto Auguste Perret, se encargaría de reconstruirla. A partir de su trazado original y utilizando el hormigón como material clave, logró una armonía única integrando lo clásico y lo moderno. La obra emblemática de Perret es la iglesia de San José (l’église de Saint-Joseph), cuya torre de 107 metros parece una nave espacial de concreto (se usaron 50,000 toneladas). El monumento honra a las víctimas de la guerra y cuenta con 6,500 vitrales por donde la luz entra y juega al caleidoscopio.

Aunque la reconstrucción no fue sencilla y tardaría casi 20 años (Perret muere antes pero lo siguieron sus discípulos), la Unesco reconoció su valía al incluirla en el Patrimonio Mundial de la Humanidad en 2005.

Ahora bien, si uno ha crecido entre los calores de México y del Caribe, es preferible admirar al océano de lejos. Yo ignoré esta ley de oro y, envalentonado porque era agosto, más me tardé en meter la punta del pie que en pertrecharme en el bar más cercano. Sin embargo, luego decidí nadar en las albercas (techadas), de Bains des docks. Un complejo acuático donde hay de todo: piscina olímpica, albercas para niños, piscinas con bicis para quemar grasa sin sudar, además de los famosos spas y baños sauna. El diseño corrió por cuenta del célebre Jean Nouvel y uno se maravilla ante tanta agua funcional y lúdica a nuestra disposición.

Ya refrescado paseé por el Volcán, otra obra esplendorosa y pionera en su tipo en Francia. Dicho edificio fue inaugurado en 1961 por el escritor André Malraux, siendo la primera Casa de la Cultura de la ciudad. Años más tarde el creador de Brasilia, Oscar Niemeyer, inauguraba en 1982 el hoy llamado Volcán, un centro cultural que tiene teatros, mediateca, restaurantes, salas de exposiciones, etc. Para que luciera lindo para los festejos, al Volcán le dieron una patita de gato reabriéndolo en enero de 2015, con un concierto de la orquesta de Lille.

Aunque si uno prefiere la pintura, la Casa-Museo de André Malraux nos espera. Además de una fabulosa vista del mar, uno puede apreciar una gran colección impresionista: Renoir, Pissarro o Monet, cuyo célebre cuadro Impresión, sol naciente (Impression, soleil levant) fue pintado en el mismísimo Le Havre hacia fines del XIX, a no pocas calles del museo en cuestión. Tampoco podemos irnos sin probar la cocina local. Así que nada mejor que pasear por la Halle au poisson (mercado de pescado) donde muchos bistrós ofrecen productos frescos y sabrosos.

Además de todo esto, la ciudad ha preparado celebraciones al aire libre de mayo a noviembre: Un été au Havre (un verano en Le Havre). Autómatas monumentales serán exhibidos a lo largo del puerto; obras vanguardistas como el arco iris de contenedores de tráiler, cuyas cajas coloridas son un homenaje a la actividad que permitió el florecimiento de la ciudad; conciertos gratuitos, cobijados por el sol veleidoso de Normandía (no se olviden del paraguas, que la lluvia si es puntual).

En fin a poco más de 2 horas de París, Le Havre nos espera. Un puerto lleno de historia, donde los rudos balleneros, ávidos de moby dicks, solían citarse antes de surcar los mares del norte…