El cierre del IDSS es lamentable, pero es el resultado inevitable de décadas de politiquería, privilegios de grupos de presión y servicios deficientes
Mediante el Decreto No. 9-17, el presidente Danilo Medina dispuso el traspaso de los establecimientos y servicios de salud del Instituto Dominicano de Seguros Sociales (IDSS) a la Red Única Pública del Servicio Nacional de Salud (SNS), de acuerdo a la Ley 123-15.
Se trata de un paso importante ya que incluye 26 hospitales, más de 40 centros de atención primaria y una docena de policlínicos construidos en las principales ciudades, e incluso en varios ingenios azucareros con miles de trabajadores de la caña.
Este desenlace me llena de pena por razones institucionales y profesionales. Institucionales, porque la politiquería y la corrupción socavaron la capacidad de servicio del IDSS, incluso obligando durante décadas, a fomentar la doble afiliación y cotización, con un alto costo para trabajadores y empleadores.
De no haber sido así, el proceso hubiese sido exactamente a la inversa: la red única pública de salud se hubiese constituido alrededor del Instituto, como en Costa Rica, donde el Seguro Social no fue politizado y siempre prestó un buen servicio.
Y me apena por razones profesionales, porque fui contratado por la Dra. Ligia Lereaux, entonces Directora General, y en 1985 me gané una beca para un diplomado en Altos Estudios de Seguridad Social en la OISS de Madrid, España.
Desde entonces esta especialidad me ha llenado de grandes satisfacciones, al canalizar mis inquietudes sociales y permitirme el privilegio de trabajar como consultor en mi país y en América Latina. Oportunidad que le agradezco al IDSS.
Una década en caída libre
A pesar de que conocía desde adentro sus debilidades y limitaciones, al redactar la Ley de Seguridad Social le asignamos un rol especial, incluyendo un subsidio y el tiempo suficiente para transformarse en una verdadera institución de protección social.
Luego, como Gerente General, traté de convencer a sus directores y a los dirigentes sindicales de aprovechar esa oportunidad. Participé en talleres, reuniones, planes y proyectos, pero todos fueron sofocados por los intereses creados que durante décadas y décadas le sacaron todo al IDSS, sin aportarle nada.
La tragedia del IDSS fue lenta y dolorosa. Comenzó hace décadas con su politización y descrédito. La creación del SENASA, fue una clara señal de desconfianza de sus “defensores”. Y, aunque el artículo 165 de la Ley 87-01 le aseguró un inicio con 450,000 afiliados, en siete años terminó con 80,000. Un proceso en caída libre.
Esas son de las paradojas de la vida. Quienes más lo quisimos, lo criticamos porque queríamos verlo a la altura de los nuevos retos. Y quienes lo defendían, sólo lo hacían para conservar sus privilegios. El IDSS corrió la misma suerte que el Banco de los Trabajadores.
En todos los artículos que escribí sobre el IDSS siempre destaqué la capacidad de su personal en los tratamientos catastróficos y en los casos especiales. Sus granes deficiencias residieron siempre en los servicios ambulatorios y hospitalarios más comunes, que son los de mayor demanda y más notorios.
Lo más irónico es que a quien le ha correspondido culminar este lamentable desenlace no tuvo nada que ver con su fracaso, mientras permanecen en la sombra los verdaderos responsables, quienes durante la década de mayor decadencia estuvieron al frente, sin hacer absolutamente nada.
La unificación de la red es una oportunidad para comenzar a elevar la calidad y oportunidad de los servicios, como demanda la población. Adiós IDSS, ojalá que las autoridades asimilen tu penosa experiencia y eviten que esos vicios y grupos de presión se infiltren en el Servicio Nacional de Salud.