Amanecen mis lecturas dominicales con el artículo publicado en  Global Catholic Climate Movement  donde nos comunican la valiente actitud de los obispos en Monterrey al abrazar,  a pesar de vivir  en las entrañas de uno de los grandes enemigos de la gerencia ecológica, el seguimiento de Laudato Si.  Este monumento erigido por el Papa Francisco a nuestra madre Tierra, a la Pacha Mama, cobra cada vez mas vitalidad, mas realidad, mas inexorabilidad.  Obliga a meditar.   Medito.

Desde nuestras propias inundaciones anegando las calles de la otrora señorial Santo Domingo, oramos por todos nuestros amigos y hermanos de vida en el Sur de la Florida, mucho les queremos.  

Sus  buenas noticias alegran los días borrascosos: Miami resalta como la mejor ciudad en los EEUU para abrir una nueva empresa, la vida cultural desdobla nuevos valores y obras maestras,  las mejoras mas onerosas de las grandes avenidas entrelazando la ciudad  van concluyéndose exitosamente, y los restaurantes siguen ampliando su oferta de  delicias gastronómicas, donde hurgando,  algunos aun tienen  precios asequibles.  Verdaderamente, los padres de la ciudad  han triunfando en espacios  mas fascinantes que el  icónico  "shopping center" miamense.  Una ciudad vibrante, Miami vale la pena.  Y, sea aceptado o no, los cubanos americanos, quizás como  caso excepcional  a su percibida prepotencia, si  tienen sobradas razones de  orgullo por  este rutilante éxito. 

¿Y las no tan buenas? Inquietan.

Con tormentas tropicales   inundando, sink holes hundiendo el Turnpike a la altura de  Miami Gardens,  plagas de climas tórridos invadiendo el sur del estado y otros elementos agravando  nuestras tensiones (stress),  la pregunta nace:  ¿Que hacen los obispos y las parroquias en Miami sobre Laudato Si? O en otras diócesis?

En el Sur de la Florida, la responsabilidad episcopal adquiere importancia, mas allá de lo convencional en Mater et Magistra. ¿Por que?  Porque  me comentan  el gobernador Scott ha prohibido a sus subalternos aceptar la existencia del  cambio climático, y líderes políticos, como Rubio, quienes tímidamente aceptan pudiera haber algo de eso que los científicos exageradamente llaman cambio climático,  niegan  la agencia del hombre en el mismo.  

Por lo tanto, pase lo que le pase al Sur de la Florida, continúan  apoyando directa o soslayadamente la libertad de  los chinos (1.38 billones),  indios  (1.33 billones y apuntando a convertirse en  la nación mas poblada del planeta–’50:1.7b), indonesios (260 m), brasileños (206 m) y rusos (densidad poblacional  baja pero altísimas emisiones) de seguir contaminando cuanto quieran.  

Además de permitir la invasión climática de otros países, la codicia  política también  menoscaba la protección a la nación americana en su interior.  Con  los fondos de los contribuyentes  (si, en la Florida, como en otros estados, principalmente Texas y Luisiana, se pagan impuestos para subsidiar la contaminación)  la industria energética americana recibe amplios "regalos" estatales y federales, a los millonarios subsidios a los biocombustibles–como al maíz y otros (en Brasil, a la caña de azúcar) y a  las primas de seguros para millonarias mansiones edificadas donde nunca deberían haberlo sido por la conocida propensión a las inundaciones.  Deslumbra  especialmente la protección a ultranza a la minería y uso del  carbón.   A La Florida sin carbón le sobran políticos quienes lo protegen como si las minas estuvieran en su propio patio.   

Por supuesto, los políticos mordelones continúan apoyando los subsidios energéticos, la construcción de billonarias obras en infraestructura pública y privada amenazadas por los azotes del clima y sus consecuencias (como la destrucción por creciente salinización de una maravilla del planeta,  los Everglades).  Desafortunadamente,  bien conocido en Latino América, existe una asimetría temporal.  Los banqueros, constructores y políticos mordelones comen primero y como ocurre en las  banana repúblicas, los ciudadanos de la Florida–mantenidos ignorantes del teje- maneje– serán obligados a pagar los bonos emitidos para financiar el derroche de recursos mal invertidos.  Los primeros–quienes ganan en grande–mandarán a sus hijos a las mejores universidades, los Ivy Leagues, quienes pagan, tendrán suerte si sus pinos nuevos pueden ingresar en  los "junior colleges,"  estudios post-bachillerato de dos años.  Cruelmente,  aquellos se oponen al apoyo educacional para los segundos.

 El  Sur de la Florida queda  lejos de Tallahassee; ¿nadie les recuerda a los mordelones en esa  que los impuestos cobrados en Miami mantienen a todos los zánganos  medrando  en la bucólica capital estatal?

¿Quienes tanto han luchado por   la bella y poderosa capital de las Américas, permanecerán de brazos cruzados mientras Miami sucumbe?

No, ya se ve un creciente desencanto con el politizado aparato estatal.  La población, al margen de su anodino gobierno,  se apresta por todos lados y en todas las comunidades a luchar por su ciudad  ¿Encontraremos  obispos y párrocos presentes en la  campaña:  salvar Miami?