Este domingo los dos partidos dominicanos de mayor dimensión electoral, el PLD y el PRM, celebran sus primarias para la elección de sus candidatos a las elecciones. Lamentablemente, dado que el legislador no aprobó el modelo de las primarias abiertas, obligatorias y simultáneas, que hubiese implicado, tal como señalaba en su momento el presidente Danilo Medina, la manifestación del “compromiso de revitalizar los partidos políticos, fortalecer la transparencia y abrir más espacios de participación” y no “de buscar ventajas a favor de uno u otro sector, o de una u otra persona en particular, sino de crear nuevos mecanismos de participación que contribuyan a que los partidos respondan cada vez más a las expectativas sociales y de fortalecimiento institucional”, sólo el PLD acudirá a esta cita preelectoral en base a primarias abiertas, lo que definitivamente contribuirá a su fortalecimiento electoral y a la legitimación de sus candidaturas en el electorado.

La participación, que debería alcanzar por lo menos un 30% del electorado, en el caso del PLD, y la militancia que finalmente vote en las primarias del PRM, probará una vez más una de las grandes virtudes del sistema político dominicano: contrario a otros países de la región, pese a la creciente inconformidad de la ciudadanía con los partidos tradicionales, nuestros partidos siguen convocando con gran intensidad el entusiasmo de los votantes. Lejos del sendero del colapso del sistema de partidos por donde han transitado muchos de los países vecinos de la región, los dominicanos estamos blindados, por el momento, contra el ascenso de líderes mesiánicos, lo que permitiría, manteniendo la estabilidad política y macroeconómica que disfrutamos, y siempre y cuando hubiese voluntad y visión, pactar y ejecutar las políticas y las reformas indispensables para una mejor democracia y Estado de Derecho, una economía más grande, diversificada y competitiva y una sociedad más justa, tolerante, igualitaria y solidaria.

Pero, tal como he dicho antes en esta columna, “siempre han existido en nuestro país corrientes super minoritarias pero lamentablemente muy influyentes, que propugnan por la anti política, que aborrece de la política tradicional, de sus pactos y compromisos, de sus soluciones a medias, de sus reconciliaciones forzadas, de sus justos medios. Negándole legitimidad a los partidos tradicionales, armados con un insoportable discurso moralista de los buenos contra los malos, los serios contra los sinvergüenzas, los honestos contra los corruptos, los paladines de la anti política sufren de una enfermedad crónica e incurable: el narcisismo político. Narcisismo que los lleva a negar legitimidad a los intereses y las opiniones contrarias y que les impide llegar a acuerdos pragmáticos, parciales y razonables, pues lo que buscan es una victoria total para ideas muchas veces imposibles de alcanzar en la práctica. Incluso llegan al extremo de hablar de ‘vacío constitucional’, de ‘crisis del sistema político’, de existencia de un virtual ‘estado de excepción’, de la necesidad de una ‘constituyente popular’, tratando de hacer creer a la población que se vive un momento ‘caliente’, un ‘momento constitucional’, propicio para que un ‘nuevo liderazgo’ acabe de una vez por todas con la ‘oligarquía’ de los partidos del establishment”.

Toda democracia, y la dominicana no es excepción, contrario a lo postulado por nuestros profetas/vedettes del apocalipsis social y políticos de la anti política profesional, legítimos herederos del elitismo arielista y del eterno pesimismo de Américo Lugo y José Ramon López, es necesariamente aburrida, gris y fría. Lo dice Adam Michnik: “Es gris, sólo se establece con dificultades, y cuando mejor se reconoce su calidad y su sabor es en el momento en que cede ante el avance de ideas radicales rojas o negras. La democracia no es infalible, porque en sus debates todos son iguales. Esto explica que sea susceptible de manipulación y que pueda verse impotente frente a la corrupción. También explica que, con frecuencia, elija la banalidad y no la excelencia, la astucia y no la nobleza, las promesas vacías y no la auténtica capacidad. La democracia se basa en una continua articulación de intereses particulares, en una búsqueda inteligente de acuerdos entre ellos, en un mercado de pasiones, emociones, odios y esperanzas; se basa en la eterna imperfección, en una mezcla de pecado, santidad y tejemanejes. Esta es la razón por la que a quienes buscan un Estado moral y una sociedad completamente justa no les guste la democracia. Sin embargo, éste es el único sistema que, al tener la capacidad de cuestionarse a sí mismo, también la tiene de corregir sus propios errores”.