Nunca he tenido un aborto, pero puedo imaginar lo que se siente estar en una situación para la que no te encuentras lista, y que otro elija por ti. Sobre todo, un ser anónimo que no está tomando en cuenta todo un escenario físico y/o emocional.

Pondré en evidencia que mi postura es que una mujer debe tener el derecho a decidir sobre su propio cuerpo bajo cualquier circunstancia, pero considerando que para una gran cantidad de personas la información viene con un condicionamiento previo sobre la futura vida de un embrión, no me tomo a la ligera cuánta fuerza debe tener el creer que un aborto se trata de un “asesinato”, y aunque difiera de ello, entiendo que las fuentes que nos nutren vienen con un prisma muy distinto.

Fotografía de Erika Morillo

De modo que elijo tomar la posición de exponer por qué las tres causales son derechos humanos esenciales, que hasta el más conservador de los o las anti-aborto debería defender.

Como se conoce, las tres causales se refieren a aquellos casos en que el embarazo:

  1. representa un riesgo para la vida de la mujer, 2) sea fruto de una violación o incesto, 3) existan malformaciones en el feto que ponen en riesgo la vida.

Lo cierto es que es más fácil -aunque no sano- evadir que enfrentar. Así como también es más fácil decir NO al aborto sin hacer una evaluación personal de cómo sería mi opinión si se tratara de una hija mía a la que violaron y ahora obligan a cargar con la criatura, o si la ciencia me permite saber que la madre o el feto corren el riesgo de morir en el parto. Todos escenarios trágicos, en los que lamentablemente suelen quedar atrapadas muchas mujeres, usualmente de pocos recursos y sin nadie que las represente.

A mi entender, no tengo que haber pasado por una experiencia X para poder identificarme o tener empatía con una persona que atraviesa por una situación vulnerable. Tampoco necesito ser del mismo sexo o clase social para, si no entenderlo, imaginar lo que se pueda sentir. Recientemente leí un cartel en una foto de una protesta que decía: “Las ricas abortan. Las pobres mueren”. Obviar este enunciado para permanecer en una negación total a la realidad del prójimo está basado en ego, o puro privilegio.

Una vez le pregunté a una amiga evangélica de clase acomodada, pero cuya labor se expande a ayudar a comunidades de clase trabajadora, cuál era su opinión sobre el tema de la prohibición en todo caso del aborto en la República Dominicana, a sabiendas de los numerosos casos de abuso y poca preparación con los que se ha encontrado a menudo. Tras pensarlo un instante, con gesto acongojado reconoció que el asunto es bastante complejo. A nivel personal, y hablando “aquí entre nos” con muchas otras personas, me han confesado que, o bien no conocen a fondo el tema de las tres causales o, por otro lado, les parece lógico pero procuran evitar el tema porque resulta controversial traerlo a colación en sus entornos.

La ley que establece lo que se considera un crimen cuando un médico interrumpe un embarazo no deseado data de 1884. ¡Es hora de evolucionar!

Ahora bien, para hacerlo más complicado al que se supone es “mi bando”, añado que tengo personas queridas que han pasado por la difícil travesía de terminar un embarazo no deseado, y la experiencia por lo general ha sido dolorosa. Una amiga cercana, al hablar al respecto, me comentó que aunque no cambiara su parecer sobre el aspecto legal, entendía que había algo que las comunidades religiosas tenían, que no había encontrado en ambientes más progresistas, y era apoyo emocional sobre el dolor que representaba esta decisión, que además de ser sumamente personal, puede resultar también traumática. “Hace falta más entendimiento de lo que conlleva el proceso”, me dijo. O sea, más educación, que es probablemente algo que ambas partes, a favor y en contra, podemos encontrar como punto en común.

Que el tema del aborto siga siendo polémico, es hasta cierto modo entendible bajo el sistema patriarcal en que vivimos, pero que en pleno siglo 21, las mujeres tengamos tan poco poder y participación sobre una cuestión que nos concierne directamente, es sin duda una gran tragedia. El Congreso dominicano se encuentra actualmente discutiendo un nuevo Código Penal. La ley que establece lo que se considera un crimen cuando un médico interrumpe un embarazo no deseado data de 1884. ¡Es hora de evolucionar!

A nivel individual mi observación es siempre tratar de tener conciencia de qué parte de mis privilegios me impiden ver más allá de lo que percibo como realidad, porque si doña fulana tuviera un apellido de alta alcurnia y algo le pasara a su primogénita, doña fulana casi seguro va a mandar a su hija a Miami a solucionar ese asunto. Entonces, toca educarnos, y exigir de manera colectiva que los dirigentes de nuestra nación defiendan a aquellas mujeres que no cuentan con los recursos de doña fulana.

Y no digo que esto sea fácil para una persona con fuertes convicciones en contra, pero propongo un poco de reflexión, de olvidarnos de que esto sea una lucha moral y se convierta en un asunto de humanidad, que como todo en esta vida, tendrá matices y bemoles, sacrificios y compromisos. El aborto debe ser despenalizado en sus tres causales. La mujer dominicana se merece esa mínima protección.