La poesía fue sentada en el banquillo y Franklin Domínguez y Lourdes Billini pidieron fumar la pipa de la paz, pero los del MCU y Mario Emilio Pérez detonaron una bomba, hacienda que el director dijera, como Leoncavallo, en Il Pagliacci: “La commedia e finita”.

 

Debo dejar ya el caso de Máximo Pérez, del PCD, y Manuel Taveras, del PLD, ambos, víctimas de una interpretación discriminatoria de la moral revolucionaria, y concentrarme en el día en que Domingo De los Santos (Dominguito) y Domingo De la Cruz (Manito), mis principales cómplices en aquellos días dramáticos de vergüenza y honor, avanzaban conmigo desde el alma mater hacia Odontología, donde teníamos el local del MCU.

Arriba Norberto James, Domingo de los Santos y Antonio Lockward. Abajo los últimos dos, Andrés L. Mateo y Fernando Sánchez

El grupo era la estrella del firmamento cultural de aquel tiempo cuando, con el viento de la juventud, empujábamos la nave de la historia por los mares de inclemencia, angustia y aflicción de los Doce Años.

Y vimos correr hacia nosotros a Fernando Sánchez Martínez que, casi sin respiración, atinó a decirnos: “¡Se ha producido una tragedia: los poetas del MCU están leyendo sus obras ante la burguesía criolla que se reúne los martes en el Rincón Mexicano!”

¡Inconcebible! ¡Inaudito!… E insólito. ¿Cómo podría ocurrir semejante aberración si a esos poetas se le había hecho tan difícil cumplir con el plan que habíamos elaborado para hacer recitales en las fábricas, clubes y barrios del país?

¿Como habían incurrido en esa desviación pequeño burguesa? ¡Y a nuestras espaldas! Ellos, que soñaban, también, con cambiar el mundo y, algunos de los cuale tenían elaborada de antemano, con la dedicatoria en blanco, una elegía esperando que algún compañero cayera.

Y caían como moscas. En sus casas (Amín Abel), en el día (Orlando Martínez) en la noche (Salomón Lama), al amanecer (Orlando Mazara). Lo arrancaban de los brazos de sus esposas (Homero Hernández), de sus madres que, muchas veces, no pudieron aguantar el temor de verlos morir (la de Héctor Ortiz se suicidó, pensando que lo matarían en la cárcel). Los mataban con balas (Flavio Suero), secuestrados (Guido Gil y Henry Segarra), torturados (Pérez Guillén)… La muerte, no discriminaba, cabalgando por campos (Mario Balderas, Mamá Tingó) y ciudades (Gregorio García Castro). Por calles (Picihirilo). Y hospitales (los tres de Hato Mayor: Juan, Serafín y Malé). Civiles (Otto Morales) y militares (Virgilio Almánzar).

Mateo Moorrison es conducido preso durante los 12 Años.

En el MCU y en los clubes culturales respondíamos con charlas, teatro, literatura, cine, pintura, poesía coreada…. En las calles, lanzábamos consignas contra las bombas, piedra contra las balas y, contra la muerte, levantábamos la vida como bandera de paz y amor.

Sí, luchábamos en todos los frentes. Cuando uno caía, otros se levantaban, arropados con el manto del pueblo que apoyaba, incondicionalmente, “a los muchachos”, que queríamos volar libres, como las aves en el cielo aunque, como ellas, tuviéramos una vida muy corta.

Por eso, decidimos dar una respuesta.

Y, el martes siguiente bajamos por la escalinata que nos conducía al patio español de un restaurtante que estaba en la Padre Billini a esquina Isabel La Católica, en cuyo frente se podia leer: “Rincón Mexicano”.

Así, pudimos ver el desfile de los poetas hacienda sus “performances”, mientras las doñas del salón mostraban sus trajes pret-a-porter, al tiempo que los gentlemen, algunos con pelucas y bisoñés (todavía no se había puesto de moda Vin Diesel y aquello de “rapido y furioso”), agitaban sus pañuelos aterciopelados.

  Y, precisamente, furioso se puso el vate Rafael Abreu Mejía (Abreito) cuando el moderador, Franklin Donínguez, lo paró en seco: “Está bueno por esta noche, amiguito. A usted le toca el próximo martes”. Y procedió a dar los turnos para que aparecieran (como se estila en esos eventos) las grandilocuentes palabras laudatorias: “Todos estuvieron bien, pero me gustó más el primero” (y una copa de Dom Perignon); “Una joya de la poesía universal” (y un pedazo de queso Roquefort); “Sencillamente brillante” (Y un trago de Chateaux Margaux).

Mario Emilio Pérez

En el aire, al fondo, una sonata para piano de Mozar, hacía parecer aquello como “Les Deux Magots”, en el Barrio Latino de París, en la plaza de Saint-Germain-des-Prés, que era el café de los románticos, frecuentado por Arthur Rimbaud y, más tarde, por Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, entre otros.

Pero, cuando menos se esperaba, en el lugar desde donde lo habíamos visto todo, yo levanté la mano para dejar que de mis labios salieran, impetuosas, palabras que llenaron, primero de estupor y, luego, de aplausos, todo aquel recinto, hacienda que su dueño, Marcio Mejía Ricart, corriera presuroso a ver lo que pasaba. “¡Coño!”, pensaría cuando vio el ambiente, “esta vaina se jodió”.

Frankilin Domínguez trató de apaciguar los ánimos y Lourdes Billini de Azar, del grupo “La Máscara”, arrojó un ramo de olivo. Pero todo resultó inútil pues al día siguiente, 27 de marzo de 1969, el periodista Mario Emilio Pérez, testigo de excepción, publicó en el “Listín Diario” lo que sigue: “SE OPONE TERTULIAS EN RINCON MEXICANO. Un dirigente estudiantil opina que los intelectuales revolucionarios del país no deben leer sus obras en las tertulias literarias de los martes en el restaurante Rincón Mexicano. Jimmy Sierra, del Movimiento Cultural Universitario se pronunció en ese sentido durante la última reunión celebrada en el patio del citado centro. En esa ocasión leyeron sus poemas los jóvenes autores Norberto James, del grupo cultural “La Isla”, y Johnny Gómez y Mateo Morrison, del grupo “La Antorcha”. Sierra manifiesto durante su intervención que el Rincón Mexicano es un restaurante de lujo, en el cual se da cita la burguesía dominicana. Dijo que los intelectuales progresistas que leen sus obras en las tertulias del Rincón, “están sirviendo de histriones para la diversión de oligarcas aburridos”. Considera el dirigente izquierdista que los artistas que se autocalifican de revolucionarios “deben leer sus obras en los barrios pobres de las ciudades del país”.

Franklin Domínguez

Está de más decir que Abreito no pudo leer su poema el martes siguiente, pues el Rincón Mexicano canceló sus tertulias ese mismo día, por lo que los poetas, soterradamente, me declararon “persona no grata” (también a Mario Emilio). Esto, comenzaría a cambiar poco después, cuando vieron la foto, que aprovecho para publicar aquí, donde llevan a Mateo Morrison a una de las mazmorras de entonces, mientras en aquel vecindario, desde Radio Cristal, sonaba lo que sigue:

          https://www.youtube.com/watch?v=V1zAMzDaTVs

¡Uff! Esto me está tomando más tiempo de lo que pensaba. Pero vale la pena. La juventud de hoy tiene derecho a saber qué pasó. Y estoy obligado, antes de concluir estas crónicas, a contarles  lo de Eulogio Santaella y Domingo Batista  en el aeropuerto Punta Caucedo y en el mitin del Centro Olímpico JPD. Y de cómo y por qué el Sargento ráfaga necesitó 54 balas para acabar con la vida de los “Cuatro de Barahona”.

Y nadie podrá quitarme la palabra.

Yo puedo decirlo.

Yo estaba allí.