"En caso de llevar sombrero, llevaría un globo atadito a la muñeca

con el sombrero puesto, y así cuando me encontrara con alguien

conocido, le quitaría el globo al sombrero para saludar"

Maruja Mallo

A decir verdad no puedo recordar de quién partió la idea. Éramos jóvenes sobradamente preparados para romper con todo, estudiantes dispuestos a trasgredir  cuanto oliera a putrefacto en aquella España de nuestras pasiones. No sé bien si la idea fue mía o de Margarita, si ambas pactamos de antemano aquel gesto o si fue más bien fruto de un momento tejido por cuatro amigos llenos de rebeldía e imaginación. Nos acompañaban Federico y Salvador. Lo llevamos a cabo sin complejos, pisando fuerte el centro de Madrid y por un breve espacio de tiempo la Puerta del Sol al completo se nos vino encima. Nos increparon llamándonos al orden. Nos insultaron con todos los adjetivos posibles y hasta hubo algún que otro zarandeo ante un hecho sencillo en apariencia, pero que fue considerado un grave desacato a las estrictas normas de un país que se asfixiaba entre normas de rancio abolengo. Debo confesarles que nos importó un pimiento, habíamos logrado cruzar aquel sacrosanto y emblemático  paseo desprovistos de sombrero y salir ilesos para contarlo. Pero antes de seguir y para no desairar todas las órdenes de decoro posible debo hacer las debidas presentaciones: soy Maruja Mallo y mis amigos, Margarita Manso, Federico García Loca y Salvador Dalí, poetas, escritores y artistas de lo que dio en llamarse la generación del 27.

La España de las primeras décadas del siglo XX fue una época excepcionalmente convulsa para esta nación, que tras la pérdida de sus últimas colonias veía como se desmoronaba su antiguo poder, perdiendo un papel preponderante en el mapa de fuerzas mundial. La decepción y la tristeza habían hecho mella en una población que observaba como cada día todo aquello que había conocido dejaba de tener sentido. A ello se unió una grave crisis económica y un momento de profunda confusión política. El país cierra filas en torno a la defensa de aquellas viejas columnas que parecieron sostener sus estructuras y con ellas su pasado esplendor. Afirma Ramón Gómez de la Serna que "El fenómeno del ‘sinsombrerismo’ es el final de una época, como fue lanzar por la borda las pelucas. (…) Quiere decir ansia de nuevas leyes y permisos, no dejar nunca en el perchero la cabeza (…), ir por rumbo bravo por los caminos de la vida, desenmascararse, ser un poco surrealista”.

Pero así las cosas, muchos son aquellos dispuestos a mantener en lo posible el obsoleto y maltrecho andamiaje. El papel de la mujer queda relegado de nuevo en ese momento a su eterno rol procreador y custodio de las buenas costumbres, dentro de la esfera de lo estrictamente privado. La infatigable lucha de muchas personas valientes y decididas, de muchas mujeres a veces absolutamente anónimas, comienza en aquel momento a sumarse a las voces del descontento, a las de aquellos que clamaban por premisas nuevas y un orden distinto. Las mujeres del 27, cómplices y amigas todas de cuantos hombres dieron gloria a aquella generación, luchan sin miedo por producir arte de calidad y en mayúsculas, por derramar a través de sus escritos sensibilidad y una manera distinta de contemplar la realidad exenta de esa mirada complaciente y sumisa que se espera siempre inherente al género femenino. Son mujeres dispuestas a hablar en voz propia y que a su vez dialogan con franqueza, mujeres que hablan de tu a tu con los hombres, que comparten experiencias y latidos, que aúnan esfuerzos y puntos de vista, que generan cultura y lo hacen en común y sin el menor complejo.

La Generación del 27

Será Madrid el lugar que reunirá al grupo. Habíamos ido llegando, procedentes de distintos puntos del país, para congregarnos en torno a la Residencia de Estudiantes que acogía a muchos de los más brillantes jóvenes de mi generación, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Federico García Lorca, Rafael Alberti y Pepín Bello entre otros. Mi familia y yo nos habíamos instalado en la capital tras migrar desde mi Galicia natal. Los colores y las formas se escapaban de mis manos y decidí probar suerte en un terreno, la pintura,  reservado a los varones. Fui afortunada sin duda y logré ser la primera mujer en acceder por derecho propio la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Serían años de enorme creatividad, de experiencias compartidas junto a mis compañeros y amigos; años de lucha por romper viejos esquemas que, como mujeres nos querían aun encorsetadas y cautivas. ¿Cómo olvidar las horas invertidas en el Lyceum Club Femenino, nuestra primera organización cultural y laica, el constante fluir de ideas, la lucha infatigable por los derechos aún por conquistar? Muchos son los nombres y muchas las mujeres que dejaron una persistente huella que el tiempo y la desidia se encargaron de borrar. Muchas las fatigas en la defensa por alzar nuestras voces distintas que clamaban por encontrar un lugar al lado de nuestros compañeros. Muchos fueron también los insultos y las vejaciones, las descalificaciones vertidas que trataron de borrar nuestros pasos. La República nos permitió brillar, el golpe de estado, aquella deleznable guerra y la ferocidad de un dictador llegaron para cortar de raíz cuanto habíamos proyectado y nos sumió otra vez más en la vergüenza y el exilio.

Aun puedo recordar cada día a Margarita Manso, Rosa Chacel, María Zambrano, Ernestina de Champourcín, Josefina de la Torre, Ángeles Santos, Marga Gil Roësset, María Teresa León y Concha Méndez entre una larga lista de nombres femeninos que lograron hacer de aquellos años un tiempo fecundo en cualquier disciplina artística y de pensamiento. Jóvenes estudiantes, muchas de ellas formadas en la Institución Libre de Enseñanza, que rechazaron asumir el rol que les estaba destinado. Fuimos mujeres poetas, escritoras, ensayistas, traductoras,  pintoras, ilustradoras, escultoras, mujeres de ciencia, novelistas, cantantes, actrices, compositoras y nos llamaron locas. Fuimos mujeres todas luchadoras por la libertad, insoportablemente innovadoras para el gusto de muchos hombres, adelantadas al mundo que nos tocó en suerte vivir. Fueron algunas compañeras a la sombra de sus esposos, eclipsadas casi siempre por ellos. Fuimos mujeres desafiantes e implicadas en la lucha activa, revolucionarias, antifascistas.

En los salones del Lyceum Club Femenino

Muchas partimos al exilio, otras, unas pocas se quedaron. Casi todas volvimos en cuanto nos fue posible, buscando una patria que para entonces había silenciado nuestros nombres. Nunca fue fácil ser mujer.

NOTA. Me he permitido la licencia de ceder mi voz a Maruja Mallo, mero juego de artificio al servicio de la narración. Estoy segura de que ella se hubiera reído de la treta, siempre se tomó la vida con entusiasmo y con gran sentido del humor. Y a mí tan solo me queda rendirme al poder de su innegable talento. Descubro ante ella mi cabeza. Por ella y por todas las sinsombrero que se permitieron dar un paso al frente y abrir senderos nuevos.