La profecía no es un fenómeno exclusivamente bíblico, pero ocurre predominantemente dentro del ámbito religioso. El zoroastrismo es un ejemplo palpable de que el don de la profecía ocurrió más allá de Amós, Elías, Ezequiel o Jeremías, por mencionar algunos de los grandes profetas bíblicos. El profeta persa Zoroastro o Zarathustra es el creador del mazdeísmo o fuerza trascendente que procura la vida buena en oposición a aquellas fuerzas que la niegan.  De la clarividencia el profetismo tardío pasó a la denuncia, del éxtasis a la simbolización del mensaje condenatorio y posterior salvación de parte de Dios si había arrepentimiento real y verdadero. La ambigüedad del profeta estaba en ser portador de las desgracias que proclamaba en nombre de otro y jamás en nombre suyo. La veracidad del profetismo estuvo siempre en la denuncia del oprobio, las injusticias, el crimen social y la idolatría y en su negativa a una vida de opulencia en contraste a la pobreza de su pueblo.

En el profetismo bíblico, la profecía era un don inmerecido. Las cualidades personales y los oficios ejercidos eran irrelevantes para la voluntad de Dios quien, por demás, doblegaba literalmente la voluntad del profeta. Las lamentaciones de Jeremías son una muestra de que el ejercicio profético era la más de las veces una maldición que una bendición deseada. Creo que ningún profeta bíblico estaba a gusto con su ejercicio profético por dos razones básicas: primero, Dios se imponía en su llamado (recordemos la historia de Jonás y la ballena) y, segundo, el mensaje del cual era portavoz era denuncia de una situación de pecado que solo acarreaba más miserias o fruto de una condición de injusticia lo que le atraía más enemigos que amigos. En este sentido, Amós, Ezequiel, Isaías, Jeremías y otros profetas bíblicos sufrieron en carne propia la enemistad de los poderosos de la tierra.

El profetismo bíblico nunca estuvo de lado del opresor a no ser para mostrar que Yahvé, en su soberana voluntad, castigaba ejemplarmente a su pueblo por los pecados cometidos. Esta teología del pecado fue desplazada de tal modo que las injusticias ya no eran voluntad de Dios, sino fruto de relaciones humanas de poder, las cuales Dios en persona reprochaba a través del profeta.  Aquí está la dimensión política del profetismo. La pobreza dejó de ser un castigo divino y pasó a ser un clamor ante Dios. La persona de Jesús completó magistralmente esta visión de la elección de Dios, siempre cerca de la viuda y del pobre, jamás del poderoso.

La anterior composición de lugar deja clara el tipo de patraña que es posible orquestar desde las esferas de poder. Todo ello con la intención de lavar un tiburón muerto que hace tiempo está putrefacto. Reza el dicho popular de que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno.

El profeta TB Joshua (cuyo nombre de farandulero lo delata) curó a centenares en dos jornadas populares y ha sido doblemente condecorado por nuestras cámaras legislativas aduciendo razones relativas a su llamado religioso por la paz y el bienestar de la humanidad y a su encomiable labor de filántropo y líder espiritual. 

En buen dominicano, allí es donde la puerca retuerce el rabo. Allí es donde la estrategia de salvación de la figura política en el país pierde credibilidad. Todo huele a más circo que pan. La mediocridad intelectual de los políticos criollo les hace pensar que uniendo su figura a un supuesto líder religioso con poder sobre graves enfermedades les permitirá construirse una mejor imagen ante los ojos del pueblo hambriento.

Pero el fracaso no es solo de los políticos, también es del profeta que se presta a ello. Si TB Joshua fuese verdaderamente un profeta, reconociera de qué lado está la tienda del dios que pretende llevar a los pueblos. Concentraciones multitudinarias como estas apenas tienen una lectura: la ignorancia y la necesidad no son buenas consejeras.

Los profetas bíblicos resurgieron en épocas de graves crisis para el pueblo. Hoy estamos en crisis, pero los profetas que pretenden curarlo todo no resuelven el peor de los males: la impunidad. No es la primera vez que estas estrategias ocurren, pero hemos llegado al paroxismo absurdo.