Somos un país que todavía se mueve por las relaciones humanas primarias y la esfera política nacional no se escapa de ello. Cuando digo relaciones humanas primarias me refiero a aquellas relaciones basadas en lo afectivo-emocional y no en la función o rol que desempeñan las personas en el entramado social.
Los peligros y virtudes de este tipo de relacionamiento entre las personas que comparten un suelo común, es decir, que son partes del mismo conglomerado social puede ser juzgado a partir de la distinción que hace Hannah Arendt (la más importante filósofa del siglo XX) entre la esfera privada, pública y social.
Las relaciones humanas primarias se dan propiamente dentro de la esfera privada que es el espacio para lo íntimo. Cualquier relación afectiva-emocional encuentra en lo privado su ámbito más propio y si se inician en el marco de la esfera social (en donde se esperan conductas reglamentadas de relacionamiento) permanece todavía la vocación privada de este tipo de relación. Ahora bien, en las sociedades modernas lo social ha invadido las otras dos esferas. De lo social a lo privado vemos como se expone la relación de amistad, que es una virtud social, como una relación consanguínea de hermandad. Por ello no resulta extraño llamar a alguien que goza de nuestra amistad como “hermano”. Lo que hacemos en este caso es reforzar la fuerza del vínculo afectivo que nos une a esa persona. La consanguineidad está de trasfondo y quiere mostrar no solo la cercanía de una empatía, en el sentido de “sentir-con”, sino el apoyo incondicional sobre el otro.
De lo social a lo público el problema es aún mayor porque, por un efecto indirecto sobre la excelencia esperada a través de la acción ética en la vida política, que es lo propiamente público, la esfera social anula la búsqueda de trascendencia a través de las virtudes y la centra en la fama y las riquezas. Si en el mundo griego la vida pública-política era el espacio para el buen nombre, en la modernidad la vida social constituyó el ámbito para hacerse un nombre entre los demás.
A partir del sucinto análisis de la filosofía política de Arendt es evidente que la cultura política dominicana posee más rasgos de relaciones primarias que relaciones secundarias. En esta última, los roles tienen la primacía y no necesariamente hay un lazo afectivo entre las personas. Por ejemplo, no tengo que conocer a ninguno de los jueces de un tribunal para esperar de ellos conductas apegadas a la ética profesional y un buen ejercicio de sus funciones. No tengo que hacerme “amigo” de ningún político para que este último cumpla con su deber como funcionario público y cuando no cumple, no tengo por qué defenderle públicamente por su mala gestión en nombre de una “vieja amistad” o “antigua cercanía”.
¿Por qué nos movemos a base de relaciones primarias en la esfera política? En mi humilde opinión tiene que ver con nuestro desfase al incorporar los valores racionales de la modernidad occidental, por un lado, y por nuestro pasado colonial, por el otro. Ambas razones se condicionan a tal modo que el pasado colonial es el principal factor del desfase en la incorporación y posterior desarrollo de la modernidad en nuestro país.
Ciertamente, nos adentramos a la modernidad de la mano de otros y como entes pasivos de recepción de las grandes ideas y valores de la modernidad. La cultura política democrática está sustentada sobre los valores racionales de la modernidad y como no hemos producidos estos valores, sino que los hemos asimilados medianamente, la política nuestra adolece de cierto medievalismo, como también lo sufre nuestra cultura.
Hay notables avances en la sociedad y en la política dominicana. Sería tonto no reconocerlo, pero estos avances van y vienen como un péndulo, se fortalecen y se vuelven frágiles de tal modo que cada nuevo gobierno es una nueva apuesta, con la consecuente pérdida de continuidad en el proyecto de nación.
Las sociedades que han desarrollado sus economías lo han hecho concomitantemente con la implementación de una cultura política basada más en relaciones humanas secundarias que en las primarias. La vida afectiva no es amiga-hermana de la cultura política.