Durante todo un año estaremos sometidos a la intensa actividad política de la promoción de los candidatos presidenciales. De hecho, ya estamos experimentando el fogueo político de los principales candidatos y precandidatos de los partidos mayoritarios. No es ninguna novedad que este ejercicio democrático de vital importancia para que los ciudadanos conozcamos las propuestas de los aspirantes, se transforme en una competencia de promesas.

Cual profeta anuncian que los campos reverdecerán y la producción nacional será más fecunda que nunca. Aseguran que todos seremos empresarios y empresarias, no trabajadores, con acceso igualitario a fuentes de riqueza. Auguran que las playas estarán abarrotadas de turistas que traerán divisas e impulsarán el sector hotelero. Y por supuesto, no puede faltar la determinación de que todos los corruptos quedarán tras las rejas; claro, salvo los "canchanchanes" como ya abiertamente adelanta algún candidato sin tapujos.

Los ciudadanos, escépticos y distantes, escuchamos la verborrea con el convencimiento de que esas promesas chocarán con una realidad económica y política frustrante. Algunos justificarán esta práctica de prometer como parte del trabajo del político maquiavélico; hay que decir lo que se escucha bien y luego, cuando toque el turno, hacer lo que se pueda. Para entonces ya no importará porque, como vivimos en una lógica de la emergencia, habrá muchas excusas de donde agarrarse. Como sea, lo que se termina imponiendo es la misma dinámica clientelar como elemento definitorio del certamen político dominicano, que si es exitosa es seguida de un manejo patrimonialista del Estado.

Pero no se puede confundir la praxis política con el análisis político. Las promesas de campaña no deberían reducirse a declaraciones oníricas de proyectos sin planificación alguna sobre la forma como se convertirían en realidad. No es que los discursos de campaña deben propuestas detalladas, pero existen obstáculos perentorios que hacen sonar las promesas a pura fantasía. Convivimos con problemas endémicos en nuestra economía que deberían ser insoslayables pues impiden que el Estado cumpla con sus funciones esenciales. Por decir algunos: el déficit de la balanza comercial, por la poca capacidad exportadora; el brutal aumento de los combustibles; el déficit del presupuesto, que provoca una constante necesidad de recurrir a créditos internacionales. Y a todo esto debemos agregar la dispersión de los fondos públicos por su mal manejo. En conjunto es una realidad muy lejana a la República de las maravillas prometida cada cuatro años.

Cuando se promete sabiendo que es imposible cumplir, se miente. El debate político sería altamente enriquecido si las promesas fueran en realidad propuestas. Que no nos digan que habrá seguridad ciudadana. Mejor explíquennos cómo puede haber mayor seguridad ciudadana. Que eviten las promesas de que todos tendremos acceso a riquezas y procuren demostrarnos que tienen un plan para generar esa riqueza y una forma de distribuirla equitativamente. Los tiempos que se avecinan no reflejan una mejoría sustancial a la difícil situación económica de nuestro país y del mundo y los dominicanos queremos y tenemos del derecho de saber cómo lo enfrentaría el posible próximo Presidente de la República.