En Historia de la Literatura Dominicana, Joaquín Balaguer afirma Pedro Henríquez Ureña inició su camino en la cultura humanística como poeta de escasa inspiración. Este juicio hecho en 1956 no es compartido por la mayoría de los exégetas del escritor dominicano. Por ejemplo, Emilio Rodríguez Demorizi, en uno de los primeros intentos por reunir la obra de Henríquez Ureña, publicó en 1949 Poesías juveniles, un pequeño volumen que contiene 24 poemas escritos ente octubre de 1897 y noviembre de 1905. En la presentación del texto, Rodríguez Demorizi hace una elogiosa ofrenda en la que retoma comentarios de Américo Lugo para elevar la figura de Pedro Henríquez Ureña como vate y le adjudica unas palabras de Lamartine como si hubieran sido escritas para él: “¡Desgraciado del que no ha sido una vez poeta en su vida!” (1)

Alfredo Roggiano, estudioso también de la vida y la obra de Henríquez Ureña, escribió en 1958 un breve artículo en el que analiza la relación el dominicano con la poesía. En el escrito, Roggiano hace una aclaración necesaria: se debe distinguir entre el análisis del creador y del crítico. Aquí se seguirá sólo el primero, en una tentativa por mostrar cómo se gestaron las obras señeras de quien llegara a ser considerado un referente de la literatura dominicana.

Es conocido que la vena poética de Pedro Henríquez Ureña fue una herencia de su madre Salomé Ureña, quien marcó una época en la literatura dominicana a partir de la Restauración de la República, junto con José Joaquín Pérez. Contra los deseos de su padre, Henríquez Ureña se inclinó por el estudio de las letras en lugar de dirigirse hacia la ciencia. El influjo de personalidades de la cultura caribeña que frecuentaban su casa, como Eugenio María de Hostos y Federico Henríquez y Carvajal, determinaron el rumbo que el pequeño seguiría desde su primera infancia.

Salomé Ureña fue determinante en el tránsito infantil de Pedro Henríquez Ureña hacia la poesía. Ella, desde su matrimonio, giró de los poemas patrióticos hacia la exaltación de los sentimientos amorosos y maternales. Su influencia cercana fueron las poetisas dominicanas Josefa Antonia del Monte y Josefa Antonia Perdomo y Heredia. Este núcleo femenino fue el primer interés de Pedro Henríquez Ureña para acercarse a la poesía como compilador de antologías de poetisas dominicanas y cubanas.

La práctica de la lectura poética y las presentaciones de Salomé Ureña ante públicos efusivos llevó al joven Pedro a ensayar la escritura de versos bajo la guía de su madre. Su primera poesía conocida fue para Josefa Antonia Perdomo, con motivo de su muerte en agosto de 1896. Esta elegía no fue publicada sino hasta hace un par de años en el tomo I de las más recientes obras completas editadas por Miguel D. Mena. En una libreta de recortes resguardada en el Archivo Histórico de El Colegio de México hay un apartado que Henríquez Ureña denominó “Versos: 1894-1905”, en él enlista cinco poemas escritos entre esos años: “Mimisíntica” (1984) y de 1896 “Beyita”, “Mamá Reina”, “La noche y el mar” y “Ana”, sin embargo esos textos no están en el cuaderno y  tampoco han sido recogidos en ninguna compilación de las obras del autor.

Portada del cuaderno de versos manuscritos de Pedro Henríquez Ureña. (Archivo Histórico de El Colegio de México)

Aún con la supervisión de su madre, Henríquez Ureña inició una serie que llamó “Balbuceos”, en la que reunió seis poemas escritos entre 1896 y 1899: “A Colón”, una oda hecha en el 404 aniversario del descubrimiento de América; “Tristezas”, de septiembre de 1897, elegía dedicada a su madre y familiares muertas; el epigrama “Entre niños”; “A Cuba”, elegía en memoria del poeta puertorriqueño Francisco Gonzalo Marín; “Incendiada”, de marzo de 1899; y “El autor del primer himno”, en memoria de Félix María del Monte. Sólo los dos últimos poemas los escribió en Santo Domingo, mientras que los cuatro primeros fueron hechos en Puerto Plata y en Cabo Haitiano. Sólo “Incendiada” vio la luz en marzo de 1899 en Letras y Ciencias, revista dominicana publicada en conjunto por su padre y su tío Federico Henríquez y Carvajal. En esa misma revista, en febrero de 1898, publicaron por primera vez un trabajo de Pedro Henríquez Ureña: la traducción del poema “Aquí abajo”, de René Francois Armand (Sully Prud´homme), escritor francés que obtuvo el primer Premio Nobel de Literatura en 1901. El texto llevó la firma de Pedro Nicolás F. Henríquez Ureña, así como la aclaración de que el autor tenía 13 años de edad.

Estos trabajos inaugurales en la obra de Pedro Henríquez Ureña muestran los intereses e influencias del joven que decidió dedicarse a las letras gracias a la influencia de su madre, aunque también acusa el influjo temprano de otros poetas como Gastón F. Deligne. Según Joaquín Balaguer, Deligne es inferior a sus contemporáneos José Joaquín Pérez y Salomé Ureña, sin embargo, para el joven Pedro representaba la erudición y buen gusto, y nunca caía en excesos. En los poemas escritos antes de 1901, es posible rastrear estas influencias, tanto en los temas como en la estructura.

Dentro de la obra poética juvenil de Pedro Henríquez Ureña se incluyen sus traducciones, las cuales reunió en una serie de textos hechos en República Dominicana o Cabo Haitiano bajo el título “Del cercado ajeno”. Las traducciones son: “La mariposa”, del catalán Pau Bunyegas, con dedicatoria para su hermana Camila, entonces de tres años de edad; de Sully Prud´homme hizo “Ici-Bas”, “El mundo de las almas” y “El ideal”; del poeta haitiano Oswald Durand, tradujo “Fiez-vous”; por último, parafraseó “La belleza”, un soneto de Charles Baudelaire.

De acuerdo con Miguel D. Mena, “Nostalgia” es el poema señero de Henríquez Ureña y fue escrito en prosa en Puerto Plata en diciembre de 1895, sin embargo, como se ha comprobado, la fecha correcta es 1896, pues el poema fue motivado por la muerte de su tía Ana Díaz, ocurrida en noviembre de este último año. Llama la atención que ninguno de sus primeros poemas los dedique a su país, y en cambio escriba sobre Cuba o Haití, como en “El diluvio. Tradición de la isla de Haití”, de agosto de 1898.

Pedro Henríquez Ureña continuó escribiendo poesías hasta 1915. Aunque es reconocido más por su obra ensayística y crítica, la lectura atenta de estos primeros atisbos muestra signos autobiográficos que permiten establecer procesos y relaciones que determinaron su tránsito por las letras del continente americano.

Citas

(1) Pedro Henríquez Ureña (1949) Poesías juveniles, p. 7.