La interpretación política, sociológica y antropológica de estos movimientos de los “desencantados” no es tarea sencilla. Muchos paradigmas de análisis resultan precarios. Las variables y modelos analíticos resultan insuficientes. Esto indica que también está en marcha la construcción de una nueva teoría social y política de los movimientos de masas. Interpretar este fenómeno implica un reto para cualquier analista. Supone una visión más holística e integral y una nueva forma de inteligencia para interpretar los datos complejos de estos fenómenos sociales que en ocasiones desconciertan nuestra inteligencia.

Lo trágico de estos movimientos es que en la mayoría de los casos las crisis que generan llevan a pactos sociales y políticos en los cuales no son partes. La realidad se torna un círculo vicioso. Se experimenta la tragedia del mito de Sísifo quien estaba condenado a subir y bajar en una montaña para toda la eternidad una piedra sobre su cabeza

Al calor de las protestas surgen los conceptos ambiguos de patria y nación como un sentimiento de identidad. Se crea un escenario donde todos terminan siendo nacionalistas y patriotas. Este es el espacio ideal para que las fuerzas conservadoras y los fundamentalismos religiosos hagan alianzas y terminen siendo las fuerzas hegemónicas de las aspiraciones de las masas (Trump, Bolsonaro, Brexit, Ecuador, Bolivia). Muchas veces estos movimientos carentes de un proyecto social y político tienden a actuar en dirección inversa a sus aspiraciones éticas y sociales.

Estos movimientos son una alerta. Cambiamos o quedamos atrapados por el síndrome del caos. Debemos dejar atrás el pasado colonial, trujillista y balaguerista presente en nuestras estructuras mentales, en las instituciones y relaciones sociales. Un pasado caracterizado por el patrimonialismo articulado con la corrupción y la desinstitucionalización. Es la noción oligárquica de entender los bienes públicos como propiedades individuales en vez de empujar colectivamente por una sociedad más redistributiva. Es la vocación por controlarlo todo en lugar de apostar por la diversidad y pluralidad democrática. Es la herencia de la intolerancia y el clientelismo. Son desafíos difíciles, porque es parte de nuestro ADN social y cultural. Es necesario construir un nuevo tejido social y comportamiento ético colectivo (ethos) que nos permita alcanzar los sueños y las esperanzas presentes en los movimientos de los “desencantados”.

Si queremos construir un nuevo futuro debemos ver los movimientos de “Marcha Verde”, “Plaza de la Bandera” como oportunidades para el cambio y las transformaciones postergadas por las élites políticas, empresariales y religiosas. No verlos como resistencia absurda de muchachos ingenuos y malcriados. O como acciones manipuladas por fuerzas oscuras.

No obstante, el riesgo de estos movimientos es que terminen siendo rehenes de las fuerzas conservadoras, creando escenarios favorables para la promoción de la “teoría del caos” en búsqueda de un “orden” que ellos sólo pueden garantizar a partir de gobiernos duros y autoritarios. La teoría del caos juega a quebrar las finanzas, al sabotaje, al boicot, a erosionar los negocios, deslegitimar las instituciones, a promover los fake news (noticias falsas), a quebrar la dimensión ética de liderazgos históricos (caso Brasil, Ecuador y Bolivia).

Un nuevo orden favorable para los desposeídos es cuando en las sociedades existen fuerzas sociales y políticas con poder organizativo y propuestas de cambios que rompan con los nudos históricos heredados del pasado. Fuertes son los nudos para construir un ideal ético y de reconstrucción social, cultural y política en nuestra sociedad.  Las élites no tienen límites para la acumulación y procurarán no permitir una nueva sociedad, porque el modelo existente es el que más ha favorecido su vocación de acumulación. Confundidos estaríamos si creemos que la crisis de la sociedad dominicana es responsabilidad de un partido político, excluyendo a las élites empresariales, religiosas y a los organismos internacionales y sus fracasadas políticas de desarrollo social y económico. Hablamos de un sistema de fuerzas que operan coordinadamente hacia una misma dirección y que en ocasiones entran en conflictos por el control del Estado y las riquezas.  Ese discurso de un responsable único es válido sólo para los ingenuos o los que son partes interesadas en repartirse el Estado. La responsabilidad está incubada en un sistema, en la lucha entre estructuras de poder para controlar el Presupuesto Público y los mercados.

Necesitamos un ideal ético mínimo y alcanzable de una sociedad donde todos y todas apostemos a principios como el de justicia para todos, donde la redistribución equitativa sea un norte y los privilegios y las exclusiones sociales sean pecados. Hemos crecido exponencialmente en nuestra economía, pero sin que se traduzca en una mayor redistribución. Eso éticamente es inaceptable.