La caída del Muro de Berlín en el 1989 no sólo fue la caída física de una pared y la de un régimen decadente, fue también el drama de la sustitución utópica. Muchos sueños cayeron y algunas ideologías perdieron fuerza y sentido. Se impuso el liberalismo capitalista y la cultura consumista, se instaura un nuevo dogma: el relativismo cultural absoluto, aliado del hedonismo y el individualismo. Este cambio civilizatorio crea un nuevo tipo humano, una realidad difícil de comprender y nuevas formas de hacer política. Este modelo liberal no ha durado mucho para entrar en crisis y decadencia. Pero su fortaleza, la cual no tuvo el socialismo, ha sido la capacidad de renovarse, rehacerse, rediseñarse, desde sus propias crisis, creando en las masas la idea imaginaria del cambio social y político. El modus operandi del sistema liberal es en esencia el parecido al mago ilusionista, distrae a la multitud mostrando la mano derecha, pero su actuación oculta es con la mano izquierda o viceversa.

Esa crisis del modelo liberal se refleja en la emergencia por todos los continentes de movimientos, cuyos protagonistas principales son los que encarnan el sentimiento de los indignados, de los desencantados, cuyo signo de identidad no son ideologías ni banderas partidarias. La República Dominicana no ha estado exenta de estos fenómenos sociales y políticos. En los últimos años hemos experimentados las movilizaciones de protestas por el 4% del PIB para la educación, “Marcha Verde” y su lucha contra la corrupción. Ahora irrumpen otras protestas en las plazas públicas a partir de la crisis de las elecciones municipales generadas por la suspensión abrupta de las mismas.

Estos movimientos están presentes en países de democracias liberales, neosocialistas y regímenes autoritarios. Son los movimientos de los que no encuentran encanto en la política, de los que no se sienten representados por nadie. No siempre reflejan una clara consciencia social ni política ni un liderazgo visible, pero sí un elemento común: la frustración y el rechazo al statu quo representado en las élites políticas. Las organizaciones políticas de derecha ni de izquierda les atrae. No les interesa las reuniones. Se mueven a partir de una cultura digital. Su arma de comunicación es horizontal: las redes sociales. Su carácter singular e inédito es el de actuar en base a un modelo de comunicación abierta, en la cual cualquier ciudadano o ciudadana aparece convocando movilizaciones.  Figuras anónimas o invisibilizadas en la sociedad, de manera inesperada y espontánea, emergen en espacios de confrontación con el poder, logrando convertirse en la expresión de las esperanzas, sueños e ilusiones de otros invisibilizados, cuyos espacios de visiblización son las plazas públicas.

La esencia y particularidad de estos movimientos es que, en ocasiones, de manera confusa, fragmentada y con identidades policromáticas o mezcla de colores que a veces no combinan, proclaman democracia para todos, transparencia pública, rechazo a la corrupción, sociedades más incluyentes. No se sienten representados por los poderes institucionalizados del sistema. Es un rechazo al establishment y a las élites políticas. Son movimientos de ruptura que marcan un hito civilizatorio y estampan una nueva manera de hacer política en el futuro, en la cual el partido, como forma de mediación entre el Estado y la sociedad, pierde sentido y se hace necesario reinventar las formas de hacer política.

No siempre estos movimientos responden a una conciencia e identidad organizativa ni están articulados a una propuesta programática ni a un liderazgo ni tienen continuidad en el tiempo. El cambio en las coyunturas veces los diluye. Son movimientos de rupturas que sustentan sus actuaciones en la negación. Son movimientos que desenmascaran la farsa identidad ciudadana de la democracia que se reduce al acto único del voto.