La definición más recurrente de alguien egoísta es que siempre antepone su propio interés; en consecuencia, no se detiene si su comportamiento acarrea perjuicio a alguien o a un colectivo, solo importa lo que le beneficia. De ahí que si alguien con estas características ostenta una posición desde donde tiene la posibilidad de tomar decisiones que afectan al colectivo, puede ser muy complicado.

El egoísmo puede convertirse en un arma mortal y lamentablemente es de fácil alimento. Por ejemplo, usted supuestamente es una persona sencilla, pero llega a una posición donde tiene mucha gente a su servicio, estas actúan de forma complaciente, una gran oficina, chofer, seguridad, vehículos, asistente, secretarias, camarero; y todo el mundo se desvive por complacerle. Es muy probable, casi seguro, que al principio esté consciente que toda la pleitesía es a la posición que ostenta, pero poco a poco, se le desdibuja, y asume que “lo merece”. Y ya no espera ese comportamiento solamente en la oficina, sino en su casa,  y con personas cercanas. Si permanece mucho tiempo en ese tipo de funciones, suele suceder que se desdibuja la realidad y la persona se convierte en el personaje. En el país parece que esto es el “pan nuestro de cada día”. 

Asombra la facilidad con que al ocupar un “cargo” las personas se “convierten” y viven desde la imagen de lo “poderoso” y “fantasioso”. A mí me acuerda al Emperador aquel del cuento de Andersen, al que unos tejedores le aseguraron que sabían confeccionar las telas más maravillosas, con colores y dibujos impresionantemente hermosos. Con la característica adicional de que estas telas eran invisibles para las personas no aptas o irremediablemente estúpidas.

El Emperador encargó su “maravilloso” traje, y los pícaros simulaban trabajar en telares vacíos. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por saber quiénes eran estúpidos o incapaces. El mismo Emperador estaba deseoso de supervisar el avance del trabajo, no atreviéndose a ser el primero en ir a mirar la tela, envió a su Ministro más confiable, que evidentemente no pudo ver nada, porque nada había. Con miedo a ser acusado de no apto o de estúpido, cuando le preguntaron por el tejido, afirmó que era precioso y maravilloso. Y así sucedió con todos sus colaboradores cercanos, al ser enviados a supervisar…

Cuando el Emperador llegó a comprobar por sí mismo el hermoso trabajo, evidentemente no vio nada, porque nada había. Pero en medio de la admiración y algarabía colectiva, no podía aceptar esta verdad. Y se puso su nuevo traje, nombrando “Tejedores Imperiales” a los creadores de tan “esplendorosa maravilla”. “— ¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! —exclamaban todos—. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!” seguían en su falsa admiración.

Un niño, desde la inocencia de quien no ha desarrollado el egoísmo, con  franqueza y transparencia,  sin el miedo que provoca la obediencia abyecta,  exclamó: “¡Pero si no lleva nada!”. Y causó una conmoción, todo el pueblo comenzó a admitir que el Emperador iba desnudo, y a exclamar a viva voz, ¡No lleva nada! Este  se inquietó, pues estaba entendiendo que el pueblo tenía razón… A pesar de ello, continuó su desfile, con la conciencia interior de que estaba desnudo, con el clamor de la población que aceptó la verdad expresada por el infante; pero con la altivez de quien siempre tiene la razón… Así que sus ayudas de cámara continuaron sosteniendo su inexistente cola.

Parecería que cuando el ejercicio del poder está marcado por el egoísmo, o sea, por anteponer mis propios intereses a los de todo el mundo, pueden pasar cosas como las que narra el cuento.

Yo me conformaría con que asumamos la idea de que en un orden ético es necesario limitar nuestra conducta, en pos de la posibilidad de la convivencia armónica. Siempre será necesario tener en cuenta que el fin debería estar vinculado a universales como igualdad, justicia y libertad. O sea, una humanidad humanizada. 

O si quieren déjenlo en la simpleza de los postulados cristianos, tantas veces burlados por actuaciones que le niegan. Amar al otro/ a la otra, con la misma intensidad que nos amamos individualmente. Y que así nos transforme este sábado santo y nos unja en la verdad, la fe, la esperanza y la compasión; para la libertad, la igualdad, la justicia y el amor.