(Apuntes para un manual de sociología barata)

Las famosas “Peñas” dominicanas son el junte “semanal o cotidiano-lúdico” donde hombres crean o buscan espacios para compartir tragos y discutir  como verdaderos “machos-masculinos”: O sea, para transferir o dejar aflorar esa energía autoritaria donde hablar gritando es sinónimo de autoridad y tener razón. Donde nadie escucha a nadie y cada opinión está afectada por una atmósfera de chateos vía WS, una televisión prendida, o el típico “jolgorio-palabrerío” donde la comunicación per se importa poco, por no decir donde se habla mucho y se dice poco o casi nada “que no es lo mismo ni es igual”.

Rumiando sobre los posibles sellos de estos grupos, diría que son “plazas”  donde el compromiso no es con el deber  sino con la emoción, vas cuando quieres pero cuando apareces de nuevo en “La peña”, el “tigueraje” te recibe con la misma algarabía de “saltos mortales,  hombres por los aires”, “plátano maduro no vuelve a verde, las mujeres no son de nadie y aquí sí se goza…” Sigo rumiando respecto al talento superlativo-simbólico que tiene este pueblo para domesticar y reinventar el ocio. Nadie podría imaginar la varieté de peñas que hay en el país, las hay sin distinción de ideologías, religiones o clases sociales, y me dicen que por los lares de Villa Juana hay un colmado que los sábados en la tarde conforma  una peña “silente” porque sus integrantes son sordomudos. Ya quisiera ser testigo de una discusión sobre política dominicana en señas.

Por lo regular “Las peñas” se pueden armar sobre la base de una cadena misteriosa y espontánea de vínculos familiares y amistosos donde la esencia es: Gastar el tiempo de manera lúdica y relajada hablando y escuchando mierda. 

No dejo de reflexionar respecto a esa voluntad-lúdica del dominicano cuando el junte colectivo es festivo, ¿y por qué no es así cuando juntarse implica el rigor de trabajar? Es observado, que en las convocatorias a una chercha hasta podemos ser puntuales y exigentes respecto a la logística, se cumple con el compromiso, y la cara se llena de orgullo porque traje y me llevaré de forma simbólica mi dosis de placer narco-digestivo. Las peñas no se frustran por falta de logísticas o compromisos emocionales de sus integrantes; a veces se  enturbian por la presencia de necios pasao’ de alcohol o groseros en su forma de diferir o rebatir juicios divergentes, pero dicen los peñeros que esos sujetos son los menos porque terminan expulsados o auto-excluidos. Que profundo y relajado somos cuando reunirse implica evadir y ser leves. Que joya de sujeto somos en la superficialidad.

Sigo reflexionando, ¿existe esta modalidad de “encuentro-goce-palabrería” en otros países? Porque para  ser un “peñero” cotidiano de corazón hay que poseer una energía casi mística, que día a día, tarde por tarde hasta muy entrada la noche se pueda reinventar  un tiempo que domestique los avatares del trabajo. El peñero cotidiano (en especial si tiene esposa) se llena de artimañas para evitar regresar a la rutina familiar o trancarse en la soledad de un apartamento que puede ofrecer un combo de televisión, alcohol  y “picaderas” pero carece  del encanto  de un grupo de “tígueres” que te garantizan “soltar” estrés sin gastar en fármacos o chapeadoras; tú, tirado  en la esquina de un colmado, en un parque, en los albores del malecón jugando domino, en un bar o una vinoteca, o en el anonimato de una bomba de gasolina diseñada con losetas versión McDonald’s. Hay que admitirlo con elogios, “Las peñas dominicanas” son la terapia más barata en la faz de la tierra. No tiene precio sentirse parte de un berrinche grupal que te ayuda a evadir el  tedio cotidiano, “discu-pelendo” temas mediáticos que suscitan importancia hasta que otro tema mediático ocupa la atención del grupo. Es encantador fluir en la soledad ociosa del disparate. Es una gran cualidad que la dominicanidad debería exportar  a esos países que carecen de socialización “cálida-lúdica-espontánea”. Es probable que existan pocas culturas que muestren una urgencia tan “perenne”  respecto a diseñar un día a día que contenga una gran  dosis de ocio.  “La vagancia” en su sentido más amplio debería ser nuestro deporte o la religión nacional. 

Nota: Este escrito esta dedicado a “La peña” diaria nocturna y sabatina, que gastando poco y gozando mucho se reune en el colmado “Carina” a despotricar a los “infelices” “compañeritos” del PLD.