“Las pelas” son prácticas de violencia física, verbal y psicológica “normada” y aceptada en nuestra cultura. Dar pela no se percibe como una acción violenta siempre y cuando sea ofrecida por padres/madres, tíos/as y abuelos/as, tutores responsables de la crianza de niños, niñas y adolescentes. Los significados culturales expresos en las pelas pueden ser enumerados como los siguientes:
- Las pelas son correcciones necesarias para la “educación” de los/las infantes. Corrección es un término que legitima la violencia, en la medida de que los/las infantes son "educados” “corregidos” para que asuman una conducta en dirección a las pautas culturales que la familia espera que respondan.
- Las pelas permiten enseñarle a las/los niños disciplina necesaria para su formación. Las imágenes, símbolos que justifican la represión y el uso del castigo, como medida coercitiva, se reflejan en expresiones como “hijos(as) malcriados(as)”, “mal hijo(a)”, “niño(a) mal educado(a)”. Estas expresiones connotan la represión a la resistencia que la/el niño opone al modelo cultural. Las nuevas generaciones tienden a ser agentes de cambio cultural (entendiendo el cambio cultural desde una perspectiva amplia no referida a connotaciones de valor—positivo o negativo–), su resistencia a la permanencia de las normas culturales de las generaciones anteriores, son concebidas por nosotros(as) como “malos modales” “mal educación”.
- Las pelas son el ejercicio de la autoridad y el poder y su necesaria reproducción. Ejercicio de poder presente en las relaciones padres/madres—hijos e hijas.
¿Porqué las pelas están legitimadas?
La legitimación de las pelas tiene que ver con la significación que tiene en nuestra cultura ser padres/madres o tutores/as.
Los/las hijos son considerados como posesiones de padres y madres, quienes son los responsables de su socialización y del aprendizaje de las normas culturales. Padres y madres recurren a ciertos tipos de procedimientos también normados para lograrlo.
La represión está presente en nuestras relaciones sociales, reprimimos lo que no podemos evitar y aquello que sale de nuestro control. Uno de estos mecanismos de continuación y perpetuación del control social es el uso de métodos violentos: castigos, pelas, insultos.
El cuestionamiento a esta legitimación de la violencia supone cuestionar el modo de relacionarnos, el tipo de rol que asumimos como padres/madres, e incluso a la significación cultural de la familia y de los hijos e hijas.
Esta transferencia y reproducción de la violencia de generación en generación, no sólo se circunscribe a la familia. También los niños y niñas se golpean entre sí y sus relaciones están bañadas de violencia cotidiana. Esta relación resulta también “normal” porque es muy “natural” en la convivencia entre hermanos y hermanas, entre amiguitos y amiguitas.
Tenemos, entonces, unas relaciones violentas cargadas de coerción social que se transfieren, se aprenden, se moldean y norman en nuestra vida cotidiana en nuestro ambiente familiar, pasando por “dadas” y supuestas”, legitimadas y aceptadas, y casi nunca cuestionadas, porque implican cuestionar nuestra propia práctica social.
La legitimación de las pelas entra en la esfera de lo implícito en nuestro contexto social, los mecanismos públicos no interfieren, ni tienen mecanismos de “control” de las relaciones intrafamiliares porque se supone que este ámbito no le compete.
Las madres y padres tienen la función de formar a sus hijos/as dentro de determinados parámetros de conducta socialmente aceptados como correctos.
El cumplimiento de esa función implica que los padres y madres adquieren el derecho—y la responsabilidad—de aplicar castigos sobre los individuos en formación, para sancionar y corregir las acciones de éstos/as que violan las normas establecidas. Es decir, adquieren derechos de administración de la violencia sobre sus hijas/os. Ese derecho a la violencia correctiva encuentra su expresión en las denominadas pelas.
A esa violencia se le confiere un carácter preventivo de la conducta desviada o no deseada socialmente. Vista así, la violencia de madres y padres sobre sus hijos/as no sólo es socialmente aceptada sino considerada como necesaria para la adecuada integración del individuo en formación al cuerpo social; es decir, para contribuir a una socialización efectiva.
Esta violencia ejercida desde la niñez y adolescencia es parte del circulo de violencia que se convierte en espiral fortaleciendo la violencia estructural que permea toda nuestra sociedad. Niños, niñas, adolescentes y jóvenes que tienen o no vínculos con redes delictivas fueron en su totalidad reprimidos, castigados y violentados.
La violencia continúa en la comunidad, la escuela, el ejercicio policial a través de los intercambios de disparos, el sistema de justicia, los distintos estamentos de poder. Victimas y agresores entran en el círculo de violencia desde la justificación de la misma como la opción para cambiar los cimientos de la violencia a través de su ejercicio.
La violencia no se combate con violencia, sino con oportunidades, respeto a los derechos, equidad y prácticas de ejercicio de una cultura de paz.
Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY