Decir pandemia dependerá del tamaño del mundo en el momento en que esta ocurre. Por tanto, las pandemias de hoy son más globales que las de antigüedad, que solo podían aplicarse a medio mundo.

Desde la antigüedad, cuando el globo era más pequeño y la gente más desprotegida e inconsciente de la gama de peligros microscópicos a su alrededor, las catástrofes sanitarias estuvieron presentes.  Por ejemplo, la influenza o el flu han acompañado a la humanidad desde 1200 AEC. Se presume que la enfermedad afectó a la antigua Babilonia, pues hay fuentes que hablan de «gripe, tos, dolor de cabeza y de ojos, fiebre, lágrimas copiosas y agua que brotaba de la nariz, manchada de sangre». Los historiadores sánscritos, aquellos que escribieron en esa lengua indoeuropea en textos sagrados de la India entre los siglos XV y X AEC, la llamaron «Plu», o sea, «descarga». Esta enfermedad asoló repetidamente Asia Central y Mesopotamia entre los años 1120 y 562 AEC. Desafortunadamente, poco tenemos de esos tiempos para medir su impacto, pero suponemos que de ahí en adelante el flu cambió el modo de ver las cosas y las cosas nunca fueron iguales.

La Plaga de Cipriano ocurrió entre 249 y 262 del tiempo actual, dentro de los territorios del Imperio Romano, y se estima que mató a más de un millón de almas. La plaga llevó al Imperio casi a su final pues provocó una escasez generalizada de mano de obra para la producción de alimentos, además de afectar sensiblemente a su maquinaria militar, al punto de llevarlo a una gran crisis de gobernanza. Aún no se sabe a ciencia cierta cuál fue la enfermedad, pero gira en torno a viruela, influenza y algún tipo fiebre hemorrágica viral.

La Plaga Antonina pudo causar la muerte de hasta diez millones de seres. Tuvo su epicentro en el Imperio Romano entre 161 y 180 de la era común y se atribuye a la viruela. De Roma, adonde fue inicialmente llevada por soldados, pasó rápidamente a Asia Menor, Egipto y Grecia. Redujo al mínimo al ejército romano y se llevó de paso al propio emperador Marco Aurelio.

Aunque su profundo impacto acabó debilitando la supremacía militar y económica de Roma, uno de sus más interesantes efectos fue en lo sicosocial: las tradiciones romanas evolucionaron, muchos reconvirtieron su espiritualidad, ante la inminencia de muerte, y se facilitó, con ello, un escenario propicio para la difusión de algunas fes emergentes, particularmente el cristianismo.

El mundo de entonces no se recuperó, y con las falencias de siglos anteriores, caracterizados por crisis sanitarias, sociales y económicas, es factible que el Imperio se debilitara y ello favoreciera el fortalecimiento y crecimiento cultural y político de sus vecinos. En fin, estas dos últimas plagas pudieron condicionar el inicio del declive del Imperio Romano, el cual culminaría en el siglo V del presente.

La pandemia de la antigüedad de mayor impacto posiblemente fue la Plaga de Justiniano de los años 541 y 542 en Europa y Asia Occidental, que costó la vida a cerca del 50% de la población de entonces, o sea, casi cincuenta millones de personas. Se originó en Etiopía, moviéndose a través de Egipto o a las estepas de Asia Central, desde donde viajó a lo largo de las rutas comerciales de caravanas hasta pasar al mundo romano. Fue la primera pandemia de peste bubónica en cuya propagación jugo un papel decisivo las campañas de expansionistas del Imperio y su movilización de tropas hacia Asia Menor, África, Italia y más allá de Europa Occidental.

Para un imperio que todavía era muy agrario y dependía en gran medida de los impuestos, uno de los efectos inmediatos de esta plaga fue la pérdida en la agricultura, que llevó a la escasez de alimentos, y en la tributación. La acción de Justiniano fue la de aliviar la carga financiera que recayó en los vecinos de los terratenientes fallecidos, como era la ley, y de frenar la inflación congelando los salarios y los precios al momento previo a la peste.

La historia europea sufrió grandes cambios. Una Europa mayormente romanizada, con extensión comercial y social a muchos territorios lejanos, se vio en crisis económica y política, y los negocios mermaron significativamente, sobre todo en las ciudades portuarias de todo el Mediterráneo. El Imperio se aminoró y en los años siguientes fue objeto de agresiones e invasiones que causaron importantes grados de fragmentación. El costo de la vida subió, los impuestos arreciaron y las poblaciones sometidas se fueron aliando con adversarios que le hicieron la vida difícil al Imperio.

Entre 735 y 737 la Epidemia Japonesa de Viruela mató a la tercera parte de la población en Japón y ocasionó grandes repercusiones en todo el país. Como Justiniano, el emperador Shomu otorgó exenciones fiscales y los nobles tomaron medidas para ayudar a frenar la migración de la población, de modo que se preservara la fuerza laboral y con ello revitalizar las comunidades agrícolas. La población cayó, pero la productividad agrícola fue estimulada ofreciendo tierras a aquellos que querían cultivarlas.

La Peste Negra, más generalmente llamada la Plaga, ha sido la peor catástrofe sanitaria conocida, estimándose que causó el deceso de más de cien millones de personas; algunos autores señalan que posiblemente murieron doscientos millones de individuos. Aunque la yersinia pestis, su agente causal, puede ocasionar otras formas de enfermedad, la expresión bubónica fue la que causó la pandemia.   Se originó en China en 1334, llegó a Europa en 1347, siguiendo la Ruta de la Seda, y hasta 1353 continuó ocasionando estragos.

El impacto, además de profundo, fue duradero. El primer gran efecto fue resultado directo de la muerte masiva de personas en edad productiva, lo que elevó los salarios en respuesta a la escasez de mano de obra y todavía, veinticinco años después, países como Inglaterra sufrieron una severa caída de los ingresos reales debido a una galopante inflación. Los terratenientes fueron empujados a sustituir las rentas monetarias por servicios laborales.

La Europa de la Edad Media se sumió en la agitación, la incertidumbre y el temor y la visión cultural y política se modificó de tal manera que, a juicio de muchos investigadores, aceleró la transición al Renacimiento, particularmente en Italia, donde la devastación y el infortunio campearon.

Los impactos directos en la economía y la sociedad se pueden resumir en la reducción de la producción y del consumo, tras de lo cual sobrevino la recesión más profunda de la historia. Especialmente en esos tiempos Europa estaba relativamente sobrepoblada y había una escasez de tierra para ser cultivada debido a que, como parte del empuje demográfico, se implementaron planes de construcción a gran escala. Con la declinación demográfica y la caída de la mano de obra, las obras quedaron inconclusas y muchos de sus propietarios murieron. Si bien los terratenientes se enfrentaron a una gran pérdida, para los más humildes fue un aluvión de desgracias.

Un último aspecto un tanto controversial, pero bien sustentado científicamente, lo presentaron el Dr. Van Hoof y su equipo en 2006. Entre 1550 y 1850 el planeta sufrió una denominada Pequeña Edad de Hielo de causa aún en discusión. Este equipo de investigadores planteó que la caída en los niveles de dióxido de carbono, ocasionado por la abrupta disminución de la actividad humana –a causa de las muertes masivas- podría ayudar a explicar un enfriamiento en el clima durante esos siguientes siglos. Un impacto pospandémico de esta naturaleza pondría la tapa al pomo en cualquier momento de la historia.

En fin, que la llegada de la plaga ahondó en todos los problemas preexistentes y, en consecuencia, se constituyó, tal vez, en la principal razón del final de la Edad Media. Las contramedidas, al parecer, llegaron solas. La mayoría de las naciones en déficit económico no podían emprender acciones de recuperación inmediata pero la sociedad, en su conjunto, evolucionó en las artes, las ciencias, la política y los negocios. El cambio fue radical, nuevamente.

Un preámbulo para lo que vendría después fue el Flu Asiático o el Flu Ruso, a veces llamada el flu pandémico de 1889, que mató a más de un millón de personas por el mundo, constituyendo la última pandemia del pasado siglo. Aunque inició en 1889, todavía en 1895 se reportaron recurrencias. Se atribuyó al virus de influenza A-H2N2, aunque estudios recientes involucran a una cepa distinta (H3N8).

También un mal presagio fue la Pandemia de Encefalitis Letárgica, descrita por primera vez en casos aislados en el invierno de 1916 en Viena, y posiblemente también en Francia, y, en un lapso de tres años, se propagó por el mundo.

La pandemia se cruzó con la de gripe de 1918 y duró diez años, afectando o devastando al menos a cinco millones de personas y causando la muerte a más de millón y medio de ellas.  Su forma más severa se registró entre octubre de 1918 y enero de 1919 y luego, en 1927, desapareció del modo que se presentó, sin rastro y en forma misteriosa.  Se ha especulado que la pandemia de influenza de 1918 potenció los efectos del virus de esta encefalitis o redujo la resistencia a él de una manera fatal. La gran mayoría se recuperó, pero, años a décadas después, un importante número de sobrevivientes desarrolló trastornos neurológicos o psiquiátricos. Uno de estos trastornos fue un Parkinson residual característico.