Entro directo a hacer mención de algunos espacios y estrategias no precisamente ajenos a la tradición de nuestras izquierdas y que sin embargo han sucumbido a la falta de rigor y de suficiente valoración…

¡A la conquista del gobierno local! El nivel de gobierno que por definición está llamado a ser el más próximo a la gente. Plantearse su búsqueda permite como ningún otro hacer visible y entendible la oferta a ejecutar; y generar por tanto interés directo. Permite por ello una promoción electoral en base al diálogo y el compromiso. Con la legislación municipal a mano (Presupuesto Participativo incluido), se puede y se debe hacer posible que la gente descubra las potencialidades envueltas en el poder local.

El empeño inteligente y perseverante en ganar espacios en el gobierno municipal es además un ejercicio de apuntalamiento de  liderazgos locales y un mecanismo para desatar energías y talentos en las militancias.

Por lo demás ¿no está llamado un buen ejercicio de gobierno local a impactar positivamente en las aspiraciones relativas a otros niveles del Estado, incluido el gobierno central? (Perderse, como fue siempre la norma en la izquierda dominicana, en candidaturas que nadie toma en serio, empezando por los propios grupos que las postulan, es expresión nítida de una carencia imperdonable de política electoral.

Como parte del paquete de la inconsistencia, ha estado el empeño unilateral por unas candidaturas nacionales condenadas de antemano a resultados magros, no sin alimentarse en el camino la espera de no sé qué milagro).  Hacer –a tiempo— lo necesario la búsqueda de incidencia en los gobiernos municipales puede ser un modo efectivo para hacerse de políticas electorales que le cambien la marcha global a la izquierda dominicana.

Que la gente conozca sus derechos y las leyes que los contienen. Buena franja de la población dominicana ha mostrado saber que tiene derechos y ha de suponerse que la totalidad de la población de algún modo lo intuye. Pero ¿cuáles son en específico esos derechos? ¿Cuál es su fuente y dónde están consagrados? ¿Cómo se garantizan? ¿Qué factores obstruyen su cumplimiento? La lucha política no es otra cosa que lucha en torno a derechos, legítimos unos, quizás espurios otros. Promover la conciencia en derechos es la más temible y al final la más efectiva de las armas políticas.

Valdrá sin duda la promoción de los más generales derechos humanos, pero en los hechos habrá tales en la medida que las sociedades garanticen el derecho a tener derechos (H. Arendt), es decir, en la medida en que derecho positivo y cultura política confluyan en la creación del referente visible, palpable y directo de prerrogativas ciudadanas. La cultura y las luchas políticas en función de derechos no pueden menos que basarse en lo consagrado o consagrable en la ley: para buscar su cumplimiento o para procurar su anulación y reclamar lo que debería consagrarse legalmente.

Procurar que la gente conozca, asuma y esté dispuesta a hacer valer sus derechos (en el más amplio sentido del término: el relativo a las necesidades humanas y ciudadanas legítimas), seguramente es mucho para pretenderlo como obra de un único formato pedagógico.

Los medios y procedimientos válidos son, en verdad, infinitos, siempre que cada uno sea concebido dentro de un todo articulado… Dentro de este todo no hay que pensar solo en palabras, escritas y orales, en espacios para el diálogo y el debate, en jornadas expresas y en cadena sobre Constitución, Constituyente y leyes, sino también en el ejercicio mismo de promover y exigir derechos. La práctica es la más poderosa palanca pedagógica.

De la mano con la economía popular solidaria. A la que gran parte de la población, ante todo la económicamente más vulnerable, está vitalmente obligada. La condición para que la inequidad, la excusión y la carencia de oportunidades, esencia misma del sistema social vigente, se reproduzcan cotidianamente y a sus anchas es precisamente  poder impedir (para esto existe la fuerza del Estado) la proliferación como hongos de la infinidad de proyectos económicos de los comunes y corrientes.

Si de solo leyes se tratara, la mayoría de los dominicanos debimos ya ser empresarios de más o menos éxito. El diseño real es muy otro… No es menos real sin embargo la natural necesidad de la gente de sobrevivir y abrirse paso. De ello habla nuestro alto nivel de economía informal (y por supuesto parte importante de la formal). La población no asalariada está obligada emprender. Y los sectores de izquierda llamados a estimularla, orientarla y ayudarla a entender que la mejor vía es la de unir sus fuerzas y recursos en proyectos solidarios y colectivos.

Nada nuevo en el país, como lo muestran cientos de ensayos cooperativos de distintos propósitos. Por su forma, no se trata de organizar la subversión del orden (que dice basarse en la “libre empresa”) sino precisamente de actuar dentro de él juntando las fuerzas que puedan evitar que nos aplasten. Por lo demás ¿no es la  economía solidaria de hoy el embrión de la economía de la nueva sociedad buscada? La autogestión económica colectiva es muro de contención contra las garras del clientelismo, uno de los pilares del presente sistema político. ¿Y en cuanto a los dividendos políticos para las fuerzas alternativas? No debería ser ésta una preocupación: que la gente gane independencia y dignidad… es el mejor comienzo.

Organización y resistencia social: irrenunciable y de primer orden. La denominada lucha reivindicativa siempre fue fuerte y característico ingrediente de la izquierda dominicana, en especial en el período posterior a la Guerra de Abril y hasta finales de los ´80. El sindicato, la asociación campesina, el gremio profesional, el grupo estudiantil o el barrial, la unión de amas de casa: lo extraño entonces era la ausencia en los llamados “frentes de masas” de activistas de nuestra izquierda política; y si estaban allí era porque también formaban parte de las jornadas por hacer más llevadera la vida del pueblo dominicano (esas luchas que nunca han cesado en el país, con o sin participación del referido sector). El movimiento social  fue sin duda la fuente por excelencia de activistas del momento de izquierda criollo.

No es de extrañar que el debilitamiento de la izquierda dominicana haya coincidido en el tiempo con su abandono o relegación a planos secundarios de los llamados “frentes de masas” (una expresión más del desconcierto iniciado a finales de los ´70 y referido en la entrega anterior). El error medular de aquella presencia y motorización del movimiento social parece haber sido la carencia de un horizonte político que permitiera dar direccionalidad global a la diversidad de esfuerzos en el propósito de construir poder político… El remedio buscado a este estado de cosas parece haber superado en daño la propia enfermedad: por políticas electorales tenemos hoy amagos tardíos, testimoniales, ilusorios, cuando no el afán de “ser parte del poder” en calidad, desde luego, de pariente pobre de alguna denominación de nuestra derecha… Realidad que en nada apunta a cambiar, a menos que cambien los demás factores que hacen débil a la izquierda dominicana. Ello debería incluir su retorno al movimiento social-reivindicativo y en él a su vinculación efectiva con la población, la más imprescindible de las condiciones de cualesquiera proyectos de poder. Ningún espacio –o mejor, infinidad de espacios— se aviene tanto a su naturaleza. Que nadie suponga que ninguna fuerza político-electoral, en cuanto tal, generará todas sus potencialidades solo por sí misma y desde ella misma…

Comunicación cercana y pequeña como concreción del mensaje global. Al tema me he referido antes (http://acento.com.do/2013/opinion/210187-por-la-comunicacion-cercana-y-pequena/). La comunicación efectiva, por sus implicaciones técnicas y económicas, es acaso el más desafiante de los problemas con que deben enfrentarse las fuerzas alternativas. La opción por lo que he llamado comunicación cercana y pequeña parte de la evidente barrera que separa a estos sectores de los grandes medios y de los costos de las grandes estrategias (a los que de algún modo también deberá acudirse, en algún momento imprescindiblemente).

La comunicación cercana tiene políticamente sentido, naturalmente, si es consistente con determinado cuerpo de ideas matrices, planteos centrales que precisamente toman concreción, se hacen inteligibles en el terreno, entre otras cosas porque se hacen vincular a la vida de la gente.

La efectividad política de la comunicación cercana y pequeña se asocia, ante todo, a la calidad del mensaje: al hecho de tener algo importante y de interés que decir. Comunicar tiene sentido si agrega algún contenido, aun se apoye en ideas e informaciones ya conocidas… Los medios propios la Internet, a la vez que hacen de masivos y anónimos, tienen a la vez clara vocación para esa comunicación cercana y de menor costo en la que debería interesarse hoy, prioritariamente, la izquierda dominicana…

Lo limitado de todo lo mencionado salta a la vista. Mis propuestas no pretenden pasar de lo meramente indicativo: habría que dar paso alguna vez a verdaderas teorías, mientras, eso sí, se intentan modos de superar una práctica insostenible. Se entenderá el carácter necesariamente  inter-complementario de todo lo propuesto.