La izquierda política dominicana, la orgánica como la ideológica, debe ser una de las más débiles en toda Latinoamérica. Los números electorales hablan con una elocuencia deprimente y lastimosa; aludo, desde luego, a quienes hemos hecho parte de esta orilla del litoral político criollo.

Explicarían este estado de cosas una infinidad de factores que cada ojo ordenará según el peso que le atribuya. Algunos de ellos constituyen ya verdaderos lugares comunes. No hay que olvidar, por ejemplo, la larga noche trujillista como muro de contención y espacio para la asfixia de toda idea progresista y liberadora; la izquierda que surge durante e inmediatamente después de ese régimen es más portadora de arrojo y  buenos deseos de que de teorías capaces de iluminar su práctica. En general, la insuficiente formación de nuestra izquierda hundiría sus raíces en la mencionada etapa y en su prehistoria, vale decir las primeras  tres décadas del siglo pasado, apenas rozada por el pensamiento de izquierda mundial.

Las mencionadas carencias permitirían entender a un sector que ha dado su sangre y su esfuerzo sacrificado y bravo en episodios tan álgidos como las guerrillas de 1963 y la Guerra Civil y Patria de 1965 y que sin embargo no supo apreciar a tiempo que no se había perdido solo varias batallas sino toda una guerra. La cacería implacable de las tropas de Ocupación y del nuevo gobierno de J. Balaguer hacían del amargo repliegue una obligación que en buena medida no ocurrió: más de un grupo optó por la “acción directa”, con sus trágicas consecuencias. Ni que decir que toda expresión de izquierda se vio limitada a la acción clandestina.

En verdad, en la izquierda dominicana no han estado ausentes variadísimas prácticas relativas a distintos escenarios y no ha dejado de probar diversos métodos de acción, incluidos los que aquí mencionaré como naturalmente más apropiados

Paralelamente, las pugnas ideológicas en el campo socialista internacional gravitaban sobre nuestros grupos de izquierda desatando los demonios de la división a niveles a veces de paroxismo. En muchos, el dogmatismo repetitivo, pueril y castrante afloraba sin apenas pudor.

El fin –parcial pero significativo– de la represión del balaguerismo (1978) mostraría, de nuevo, debilidades que de algún modo permanecieron disimuladas durante el período: afloró con bastante claridad que se trataba de una izquierda política con alguna capacidad para hacer sentir su repudio a la barbarie represiva pero en cambio escasamente diestra para la acción abierta y pública, en los espacios que ella misma había contribuido a ampliar: los mecanismos electorales, por ejemplo, sin dejar de lado la multiplicidad de acciones civiles, la creación e impulso de los  grupos de presión y reivindicativos, etc., a  los que siempre estuvo asociado –meritoriamente– su quehacer. La etapa política iniciada en 1978 simplemente desconcertó a nuestra izquierda política. Hasta el sol de hoy: más de tres décadas no parecen haber sido suficientes.

Puesto que indagar las posibles causas de las carencias de un sector político no es aquí mi  propósito central, creo poder limitarme a lo anterior como elementos que permitan situar mi verdadero interés, a saber: sugerir posibles vías que reencaminen este lado de nuestro espectro político. Del tema se ha dicho mucho y debe resultar harto difícil traer a colación algo verdaderamente inédito. Quien escribe, que ha participado del coro, no va a renunciar a esta obligación: después de todo, y por definición, será la izquierda, la actual transformada u otra aún por construir, la única opción creíble para que alguna vez pueda la República Dominicana dejar atrás el presente y ancestral reinado de la iniquidad.

Tan breve como modestamente, me propongo hacer mención en lo que sigue de algunos espacios y estrategias que considero históricamente desconocidos por el sector que comento. Espacios y estrategias que, por corresponderse con la naturaleza misma de este sector, de algún modo representan cierta clase de ventajas en relación a  proyectos contrarios. Ventajas, como si dijéramos, de entrada, “naturales” (“comparativas” dirá la Economía). Insuficientes, desde luego, pero de menor “coste” y necesarias para la búsqueda de nuevas ventajas.

Hablo de oportunidades desconocidas en el sentido de no tomarse debidamente en cuenta, de pasar por alto lo que tal vez se sabe (como sería desconocer una ley por parte de un ciudadano o una autoridad), y no en el sentido ignorar lo existente. En verdad, en la izquierda dominicana no han estado ausentes variadísimas prácticas relativas a distintos escenarios y no ha dejado de probar diversos métodos de acción, incluidos los que aquí mencionaré como naturalmente más apropiados. Ha faltado en cambio la sistematicidad de quienes tienen plena conciencia de la certeza y potencialidad de su accionar, porque las vías y los escenarios escogidos son los correctos.

En el trabajo siguiente sugeriré ejemplos específicos. Discutibles, se entenderá.