República Dominicana se mantiene en un orden que somete las mayorías a la pobreza, el desempleo, la precariedad y la explotación despiadada. Los salarios de gran parte de los dominicanos y dominicanas están por debajo no sólo de la canasta familiar promedio (que cuesta 30.069 pesos), sino que por debajo de la canasta calculada para los hogares más pobres.

Esto quiere decir que, en general, los dominicanos y dominicanas del sector formal (con contrato y seguridad social, que se suponen están bien) ganan menos de 13.757 pesos, y que el 73% no gana más de dos salarios mínimos cotizables, es decir unos 22.000 pesos como máximo. De los 120 mil puestos de trabajo creados en 2017, casi 70% fueron en la informalidad.

 No hay razón aceptable para esto: la economía se ha multiplicado, pero si los trabajadores y trabajadoras recibían en 1996 un 55% de la riqueza producida, hoy sólo les toca un 30%. Esto ocurre porque crece el bizcocho, pero a la gente le toca cada vez menos chin. La riqueza crece, pero aumenta su concentración, en base a salarios miserables, impuestos pobrísimos y un modelo centrado en la renta de grupos importadores, financieros y transnacionales, ideal para las grandes empresas y los más ricos. Según CEPAL, en 2013 el 10% más acaudalado del país se quedaba con más de 40 veces lo que obtiene el 10% más pobre, después de haber pagado impuestos. Así y todo, se dice que nos estamos convirtiendo en “una sociedad de clases medias”. Otros, un pequeño grupo, quiere convencer al país de que esto se debe a la “invasión de ilegales”. 

Dentro de este duro panorama, a las mujeres les va aún peor. Veamos algunos datos en base a las estadísticas del Banco Central en 2017:

1-     De quienes están en edad de trabajar, casi el 76% de los hombres participa en la actividad laboral, pero de las mujeres sólo lo logra el 49.1%.

2-     De igual forma, la tasa de desempleo (incluyendo a quienes quisieran trabajar y no lo consiguen, o después de buscarlo ya no podían), es más del doble en las mujeres que en los hombres: 17,7% frente a un 7,7%.

3-     Cuando se incluye la tasa de subocupación, es decir quienes trabajan por debajo de la jornada de ocho horas diarias queriendo trabajarla completa y no lo consiguen, la situación empeora y sigue siendo el doble para las mujeres: un 22% frente a un 11% en los hombres. 

4-     Con datos disponibles de 2013, en todos los grupos ocupacionales las mujeres ganaban menos que los hombres; desde los puestos de gerente a los de obrero calificado. 

5-     Aunque lo intuimos, no siempre sabemos el grado de división sexual del trabajo, que es descomunal en el caso del servicio doméstico. El 93% de ese trabajo lo hacen las mujeres, exactamente 235.294, frente a sólo 13.327 hombres. Encima de esto, el 97% lo hace sin contrato, sin derecho a la seguridad social, en la más absoluta indefensión, y con un Código de Trabajo que permite que los patronos contabilicen lo que las mujeres empleadas consumen en dormir, bañarse y comer, como si fuera ¡la mitad de su salario! 

Libertad e igualdad son dos términos inseparables, y no sólo en las declaraciones jurídicas sino en las cuestiones que determinan la vida que llevamos. Reparar la injusticia establecida y construir auténtica democracia es una necesidad mayoritaria, y dentro de ello, un acto de consciencia mandatorio frente a la dura situación que viven las mujeres.