Ha sido la ascendente espiral de feminicidios registrados tanto aquí como en algunos países de raigambre latina como España, Argentina y Méjico entre otros, la causa por la cual me permitiré hacer algunas reflexiones concernientes al rol histórico de la mujer y la poca o nula importancia que su pareja le ha concedido a través del tiempo, al extremo de eliminarla físicamente cuando cree que ella escapa a su control o sometimiento.

En la denominada Declaración del Milenio firmada en el año 2000 por 191 jefes de Estado y de gobierno, se fijaron los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio – ODM – con el compromiso de trabajar a favor de 8 objetivos que contenían un total de 17 metas involucrándose cada uno de los países signatarios rendir un Informe Nacional de Seguimiento de los ODM para evaluar los avances alcanzados.

Entre estos objetivos figuran la erradicación de la pobreza extrema y el hambre; lograr la enseñanza primaria universal;  reducir la mortalidad infantil; combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades; garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y fomentar una asociación mundial para el Desarrollo.  A éstos debemos añadir mejorar la salud materna y el fomento de la igualdad entre géneros.

También debemos resaltar la existencia del Indice de Desarrollo Humano – IDH – un indicador que haciendo ecuacionar la esperanza de vida al nacer, el ingreso per cápita por habitante, la escolaridad de los adultos de más de 25 años y la facilidad de obtener una plaza de trabajo donde residen, revela la jerarquía de los países – desde Noruega, Finlandia hasta Burundi y El Congo – en cuanto al estado de bienestar de sus ciudadanos.

Si observamos los ODM  y el Indice antes evocados, notamos que los mismos sólo traducen en escasa medida el mejoramiento de la condición femenina en el futuro de la sociedad, no contempla tampoco el reconocimiento de su rol medular en la preservación de la unidad básica de aquella que es la familia, así como la de otros colectivos que por su número y activo protagonismo día a día se hacen más visibles en el humano devenir.

Para muchos sociólogos,  antropólogos y el autor de este trabajo, el grado de desarrollo o civilismo de una comunidad se evalúa por el tratamiento que le dispensa a las mujeres, personas mayores, niños, animales, medio ambiente y a las minorías que en ella conviven – religiosas, sexuales, raciales, étnicas etc – pues revelan niveles de tolerancia e integración propios de un pueblo educado y civilizado.

En adecuación al título de este artículo solo me limitaré al ejercicio evocativo de algunas facetas, conductas y modus operandi de la psique femenina, así como de ciertas posturas tanto históricas como modernas de la vehemencia masculina, las cuales han identificado sus roles desde la irrupción del Homo sapiens en el planeta.  Este injusto calificativo latino desde entonces intenta minimizar, relegar, el papel fundamental llevado a cabo por la otra mitad.

No expreso nada nuevo al señalar que por tener en su cariotipo dos cromosomas X – al igual que todos los mamíferos – las mujeres tienen una mayor estabilidad genética que los hombres.  Estos últimos se caracterizan por tener en el par 23 un cromosoma X y un Y que al ser de desigual longitud – el X es más largo – hay zonas de este sin correspondencia en el Y generándose por esta falta de correlación una mayor fragilidad.  Las mujeres están más seguras de su sexo que nosotros.

En la formación del embrión el hombre solamente suministra  el ADN contenido en sus espermatozoides mientras que la mujer además del ADN de sus óvulos proporciona el ADN de sus mitocondrias, o sea, que la información genética contenida en el ADN de estos últimos corpúsculos únicamente se heredan de la madre.  Por ser ésta la única portadora de estos genes se habla entonces de herencia matrilineal, que es la base de una tecnología de reproducción asistida llamada Técnica de los tres padres muy exitosa en la cura de ciertas enfermedades congénitas.

Según pediatras y expertos en Puericultura consultados,  dos bebés o niños de la misma edad aquejados por un mal común son mayores las expectativas de que la hembra se sobreponga más rápido al estar más consolidada su resistencia genética.  De acuerdo a los neurólogos los hombres son más susceptibles a los Accidentes Cerebro Vascular –ACV- que las mujeres como hemiplejías, trombosis y demás, debido al mayor grosor de la estructura que une los dos hemisferios o lóbulos cerebrales.

Como todo sabemos las mujeres se desarrollan primero que los hombres y si comparamos corporal y mentalmente una adolescente de 14 años con un varón de la misma edad,  notamos en la primera una mayor inteligencia y plenitud de formas que en este último.  En la lucha por la vida las mujeres se inician con un equipamiento, unos mecanismos que superan en eficiencia a los existentes en sus compañeros de especie.  Estas ventajas originales luego son desatendidas por el machismo arrollante.

Algo que nos parece totalmente injusto a quienes vivimos en este siglo XXI es que el sufragio femenino no existiera incluso en países civilizados o que se tenían por tales, y en la actualidad el Estado Vaticano es el único en el mundo donde las mujeres no pueden votar.  Cómo era posible que representando las mujeres la mitad de toda población estuvieran imposibilitadas de participación en la escogencia de quién pretendía gobernarlas.  Sólo hombres descerebrados podían coartar ese derecho.

La prensa radiada, escrita y televisada nos trae a diario críticas a los agentes de la AMET por el descortés trato y violencia ocasional dispensadas a la población urbana, motorizada o no.  En su descargo señalaré que los profesores universitarios de este país se quejan constantemente de la indisciplina, desobediencia de sus alumnos a pesar de ser éstos bachilleres con cierto nivel educativo.  Entonces qué vamos a esperar de choferes piratas, peatones indóciles y conductores rebeldes a todo tipo de ordenamiento: el caos y el desorden.

Ahora bien dentro de los agentes de tránsito los más temidos son extrañamente las mujeres, pues su imparcialidad y sobre todo su honestidad desactiva cualquier amago de soborno, de corrupción por parte del transgresor.  También en la judicatura y la fiscalía las mujeres se están posicionando como celosas cancerberas gracias a las virtudes antes mencionadas, escuchando hombres que les tienen terror a tribunales presididos por ellas.

Aunque hay sus excepciones – las denominadas esposas manirrotas – no hay quien administre con mayor escrupulosidad los recursos domésticos que las mujeres,  sobre todo en aquellos hogares donde prevalece la escasez.  Únicamente ellas saben gestionar con éxito la carestía, la precariedad, y siempre me resulta admirable cómo una madre sabe extender sabiamente en un plato el poco de arroz, carne molida y ensalada en el almuerzo de sus hijos y marido para ofrecer la falsa impresión de que hay mucha cantidad, abundancia.  No hay como ellas en el reparto equitativo de lo poco, lo escaso.

En un trabajo publicado en este Diario digital aseguraba, que la corrupción auspiciada por la multinacional brasileña Odebrecht entre el funcionariado estatal y representantes congresuales no hubiera tenido lugar si en dichas posiciones fueran mujeres las ocupantes,  al estar demostrado que son más honestas y decorosas en el desempeño de sus funciones al no estar su voluntad secuestrada por la ambición de riquezas y bienes suntuarios como los hombres.

Un gran progreso en la administración pública nacional y en el adecentamiento de los servicios brindados por el gobierno se produciría en el caso de aprobarse la propuesta sustentada por decenas de legisladoras, diputados y la ministra de la mujer en el país de elevar de 33% – que no se cumple – a 50% la cuota de cargas de elección popular para la mujer.  Me asombraría el asentimiento de esta proporción que parece contar con la resistencia de los partidos tradicionales del sistema.

Al hombre creer equivocadamente que el rol femenino se limita en exclusiva a procurarle placer erótico, proporcionarle hijos y estar en permanencia a su disposición, hasta no hace mucho tiempo las niñas se enviaban a las escuelas y colegios para estudiar danza, bordado, canto, dibujo, piano y de manera opcional un idioma,  de preferencia el latín y el francés,  ya que se consideraba que su formación en estos menesteres las capacitaban para cumplir apropiadamente sus futuras encomiendas.

Después de extraordinarios avances científicos en los terrenos de la medicina, sociología, antropología, biología, psicología y en otros dominios de la ciencia así como resultado de aguerridas discusiones parlamentarias y universitarias, las mujeres pueden acceder sin contratiempos al estudio de lo que a ellas les parece más acorde con su vocación, y aunque parezca increíble la ONE en un artículo publicado en Acento.com el día 15 de abril 2016 indicaba que las mujeres constituían un 63% de la matrícula universitaria del país.

Han sobresalido en todas las profesiones como Marie Curie en la Física; Zaha Hadid en Arquitectura, Doris Lessing en Literatura, Ángela  Merkel en política, Martina Navratilova en deportes, falleciendo recientemente con apenas 40 años de edad la iraní Maryam Mirzajani la única mujer que había ganado la Medalla Fields en Matemáticas, un premio cuadrienal equivalente por muchos al Nóbel recibido en 2014.  Según la Universidad de Stanford sus contribuciones ayudarán a la resolución de las incógnitas de los orígenes del universo.

Los prejuicios referentes a las dotes intelectuales de las mujeres y de que su importancia e interés residían en su cuerpo y no en su mente, coadyuvaron lamentablemente a que una institución tan prestigiosa como la Real Academia Española – RAE – restringiera su ingreso hasta el año de 1979; que el estado Vaticano tenga prohibido su ordenación;  que en el monte Athos, Grecia, se impida su acceso; que en la desaparecida “Casa Bader” de Santiago estuviera  vedada su entrada,  y que en Arabia Saudita no puedan conducir vehículos o aperturar una cuenta bancaria sin permiso de su marido.

En no pocas teocracias, colectividades animistas y comunidades religiosas se considera aun la mujer como un hermoso biombo que oculta un bidé o un soberbio palacio edificado  encima de una cloaca, y si en el llamado Occidente su conceptualización ha experimentado algunos progresos en las últimas décadas,  hay todavía muchos países, sobre todo en Latinoamérica y África, donde se han  registrado lentos avances a nivel formulativo pero en la práctica continúa siendo postergadas, arrinconadas.

En vista de su protagónico e insustituible rol en la crianza y educación de sus hijos, en algunos países desarrollados  se está cocinando una iniciativa que debe tener el respaldo de toda población convencida de su justa y equitativa inspiración: consiste en catalogar la crianza de los hijos como una ocupación que confiere derecho a la jubilación,  y por consiguiente las madres en los países donde se apruebe percibirán una gratificación mensualmente remunerada al término de éste extenuante oficio.

No existe trabajo alguno comparable a los afanes y desvelos que debe efectuar una mujer para sacar adelante – como se dice coloquialmente – a un bebé totalmente dependiente de ella, a veces del tamaño de un gusarapo, enfermizo, hambriento, que durante las horas del día no  la deja en paz y por las noches  no le permite conciliar el sueño más leve,  debiéndose despertar y atenderlo cada vez que se inquieta en la cuna o corral.  Un hombre jamás podrá realizar con éxito este absorbente cometido.

Resultaría muy prolijo describir los esfuerzos maternales para preservar a su pequeño vástago dentro de los límites más elementales de la decencia, de la higiene, y cuando puede balbucear o caminar no cesa de advertirle: deja eso; bájate de ahí; no toques eso; estáte quieto; no salgas; usa el tenedor; cepíllate los dientes, lávate las manos; come despacio; eso no se dice, así como otras amonestaciones y restricciones repetidas decenas de veces al día las cuales representan los soportes de la educación doméstica.

Observar la paciencia y suplicio de una madre dándole de comer a un bebé mal comedor; cómo vigila con inquietud a sus niños cuando se bañan en una piscina o balneario; la taladrante mirada que les dirige cuando están enfermos en casa o internos en una clínica o la pormenorizada inspección buscando descuidos cuando al vestirse van a una fiesta o evento social, puede dar una idea de que la crianza de los hijos más que un trabajo es una consagración, una dedicación.Pedro Julio Jiménez Rojas