Todo emprendimiento se inicia con un sueño; pero desde la concepción de la idea de negocio, hasta su ejecución hay un camino tortuoso, que en el caso particular del emprendedor local, puede llegar a convertirse en una verdadera pesadilla; como les voy a explicar a continuación, a partir de mi experiencia para abrir un simple barcito en la Zona Colonial.
El proceso se inicia con la solicitud de aprobación de un nombre comercial ante la Oficina Nacional de Propiedad Industrial (ONAPI). Lo primero es que la ONAPI tiene dos páginas una con sufijo gov. y otra gob. y aunque las dos parecen funcionales, nadie le indica al usuario que desde la página bajo gov. no se pueden hacer transacciones. Luego que se logra descifrar la razón por la cual no puedes hacer tu solicitud a través de la referida página, empiezas a buscar en una base de datos los nombres comerciales que supuestamente se encuentran siendo utilizados; pero cuando piensas que tienes un nombre que no se encuentra indispuesto y procedes a someterlo (luego de haber pagado y todo) te salen con que ese nombre tiene una objeción.
Si entras en la página y chateas online con un representante de la ONAPI, el mismo te va a indicar que tu nombre aparece objetado y cuando le preguntas sí puedes proceder a responder la objeción o simplemente someter un nuevo nombre, el representante te va a decir que no hay nada que se puede hacer en ese momento o por esa vía, que tienes que esperar que transcurran cinco días laborables para ir personalmente a ONAPI a retirar la comunicación contentiva de la objeción y accionar a partir de ese momento. En ese proceso invertí un mes completo y luego de tres intentos fallidos (donde utilicé nombres que incluso fueron extraídos de la base de datos de ONAPI en las instalaciones de la institución, terminé eligiendo un nombre cualquiera que estuviera disponible para no dejar morir el sueño ante la primera traba.
Luego de obtener un nombre hay que proveerse de un Registro Mercantil (registro público) que en teoría, luego de emitido, debe servirse por sí solo para mostrar la existencia de la razón social y la responsabilidad de sus accionistas y gerentes, ya que en la Cámara de Comercio de que se trate fueron depositados todos los documentos de formación de la sociedad. Vale indicar que la Cámara de Comercio y Producción de de Santo Domingo es el único lugar donde se deposita y en 24 horas obtienes tu registro sin problemas.
Cuando piensas que todo será sencillo, luego de la buena experiencia de la Cámara de Comercio hay que caer en la Dirección General de Impuestos Internos, donde tienes que volver a depositar todos los documentos que previamente hubo que depositar para conseguir el Registro Mercantil (destruyendo el propósito del mismo) y para colmo cuando te emiten la certificación de Registro Nacional del Contribuyente (RNC), transcurridos diez días laborables, la misma saldrá con algún error cometido por la administración y cuya solución deberá ser pagada por el contribuyente, con una espera de veinte días para la emisión de la certificación corregida.
Como si el proceso de formalización de la sociedad no fuera poco, en mi caso y en el de cualquiera que vaya a abrir un negocio en la Zona Colonial, habrá que solicitar una Certificación de Uso de Suelo ante la Dirección de Patrimonio Monumental de Santo Domingo. Sin la referida certificación no es posible ni siquiera pintar la propiedad del mismo color del que se encontraba y/o pegar un clavo y dicha certificación se toma entre tres y cuatro semanas, aunque no se vaya a realizar ninguna modificación a la propiedad, como si lo que se estuviera persiguiendo es boicotear la instalación de nuevos negocios en la Zona Colonial de Santo Domingo, más que preservar el patrimonio cultural del país.
El tema de los servicios es otro, en la Oficina de EDE ESTE que se encuentra en la Av. Independencia, frente al viejo cementerio de la ciudad, me solicitaron nueva vez todos los documentos constitutivos de la empresa, para verificar informaciones que ya se encontraban en el Registro Mercantil y para colmo me pidieron que emitiera una carta autorizándome a mí mismo a abrir el contrato de energía, como si se tratara de una tercera persona apoderada y no el socio administrador de la razón social que solicita el servicio. Me encontré este requerimiento tan absurdo que decidí conservar una foto de la carta de autorización a mí mismo para mostrársela a cualquiera que desee ver un monumento a la insensatez nacional.
Luego de rebasar los obstáculos de las instituciones públicas, notas que el plazo de gracia de instalación que te dio el casero se ha vencido (debes una cuota de alquiler) y que ya hay que pagar la mensualidad del préstamo que tomaste a los bancos.
A este punto te das cuenta de que en la República Dominicana el emprendimiento está limitado a aquellos que tienen amigos para que le muevan los procesos con cierta urgencia o a quienes cuentan con fondos ilimitados, aunque sean producto del lavado (que al final de cuentas solo importa para algunos) y no para quien quiere iniciar algo tributando y pagando honestamente todos sus compromisos. Cada vez que escuche hablar de competitividad, estaré claro en que aquí solo competimos para que nos lleve el diablo, mientras el Estado alimenta las mil y una pesadillas por la que tenemos que seguir pasando.