Siempre he sentido algo de escepticismo acerca de los llamados "Objetivos de Desarrollo del Milenio". Esta idea, lanzada por las Naciones Unidas hace ya más de diez años, pareciera ser  solo una rimbombante consigna humanista, una especie de mea culpa del G-8 ante la degradación de la vida humana y el deterioro medioambiental en el resto del mundo.  

La evaluación publicada recientemente en el informe del consultor internacional Jacques Atalli, nos presenta un cuadro claramente desmotivador en cuanto al nivel de cumplimiento de los ODM  en la Republica Dominicana, a mitad de camino de la meta fijada para el año 2015. 

Antes que hablar de objetivos del milenio yo prefiero enfocarme hacia las Metas del Bicentenario en la Republica Dominicana. 

Para comenzar, tenemos ya los datos del censo de población al año 2010 que arrojaron un total de 9.3 millones de habitantes. Estos números podrían ser proyectados a treinta años bajo supuestos demográficos razonablemente ponderados y tendríamos entonces una  población superior a los 22 millones de habitantes en la Republica Dominicana del bicentenario.

Tratemos de imaginar tan solo cómo será nuestro país para entonces.

¿Cómo serán nuestras ciudades que albergarán muy probablemente más del 80 por ciento de la población total?

¿Qué tanto habremos podido preservar  de la degradación y el asedio nuestra riqueza ambiental  de aguas, suelos y bosques, como única garantía de sobrevivencia humana?

¿Cómo daremos de comer  a 20 millones de personas a partir de los cambios proyectados en la estructura productiva del país y la forma de apropiación y distribución de la riqueza social?

¿Cuáles, cómo, dónde y cuánto costarán las fuentes de energía que permitirán  sostener la economía y los hábitos de consumo de una sociedad y un país equivalente a dos veces y media lo que somos hoy?

¿Qué nivel de desarrollo institucional y político tendríamos que haber alcanzado para la buena gobernanza y la prevalencia de los valores ciudadanos, la sana convivencia democrática y el desarrollo humano en condiciones de equidad social?

¿Cómo habrá evolucionado el resto del mundo y, sobretodo, cómo será la vida en la otra parte de la isla y qué papel habríamos jugado en el necesario proceso de adecuación geopolítica y coexistencia humana  solidaria?

Lo que seremos mañana como país lo estamos construyendo hoy.

La Estrategia Nacional de Desarrollo (END) sometida por el presidente Fernández al Congreso Nacional para su conversión en Ley y compromiso político de Estado para futuros gobernantes, constituye una pieza fundamental en este propósito de encarar las metas del bicentenario. Pero no bastaría con tener solo una buena Ley.

Como decíamos en un artículo anterior: Hoy se hace más que necesario educar e insuflar renovados ideales patrióticos en nuestros niños y jóvenes de todas las edades. Más allá de las grandes metas de crecimiento económico y prosperidad material están las causas que llegan al alma de los pueblos y le mueven a actuar con la fuerza indetenible de la razón histórica.

Creo sinceramente que nuestros gobernantes deberían resistirse a esa terrible tentación de gobernar pensando solo en las próximas elecciones y no en las próximas generaciones.

A pesar de los tropiezos y los valladares que se levanten a nuestro paso, debemos perseverar en el espíritu optimista que nos legaron nuestros padres fundadores.

Para momentos de dudas, recordemos solo una frase de José Martí, en carta dirigida al generalísimo Máximo Gómez, en el fragor de la lucha por la libertad de Cuba: "…porque usted sabe General,  que mover a un país, por pequeño que sea, es una tarea de gigantes;  y quien no se sienta ser un gigante de amor,  o de valor,  o de pensamiento,  o de paciencia, que no la emprenda".

En próximas entregas nos proponemos compartir, analizar y evaluar las posibles Metas del Bicentenario.