Organizando un panel sobre el bicentenario del nacimiento de Karl Marx, me he reencontrado con un texto del filósofo Enrique Dussel titulado Las metáforas teológicas de Marx.

El libro, publicado a inicios de los años 90, constituye una mirada controversial y estimulante sobre el pensamiento de Marx. Tiene como propósito mostrarnos la influencia de la tradición cristiana en la conformación del pensamiento marxiano. Una de las tesis fundamentales de Dussel es que el pietismo alemán influyó en la concepción marxiana  sobre el papel fundamentador de la praxis.

Dussel sostiene que paralelo a su discurso ecónomico, Marx desarrolla una serie de metáforas religiosas (Moloch, Baal, etc.) que conforman la pespectiva hacia un horizonte teológico.

Aunque no compartamos todos sus planteamientos, hay un supuesto destacable implícito en el texto de Dussel: los pensadores revolucionarios mantienen vínculos o compromisos teóricos con las tradiciones de pensamiento con que hacen ruptura. No existen revoluciones surgidas de la nada, ni rupturas epistémicas que hagan tabula rasa. Conceptos, metáforas y supuestos adquiridos en el entorno son reformulados e integrados dentro del pensamiento de un autor maduro abriendo nuevas posibilidades de significación.

Así, educado en un entorno protestante, no es sorprendente que Marx se nutriera de metáforas religiosas y las transformara en el marco de un discurso sin finalidad religiosa.

Como a la vez, es natural que estas simbiosis generen tensiones al interior del modelo teórico.

Los conceptos y metáforas pertenecen a una visión del mundo. Re-colocados en otra, pueden generar contradicciones, especialmente si las visiones del mundo involucradas tienen altos niveles de incompatibilidad. Es una de las razones por las cuales encontramos incoherencias en muchos sistemas filosóficos, así como argumentos y conceptos de otra época y tradición acompañando a nuevos argumentos y explicaciones filosóficas.