Vi nacer al Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y sus escasos miembros iniciales en diciembre de 1973 eran personas decentes, estudiosas, vinculados esencialmente a la docencia o a los estudios. Un abismo de distancia entre ese Alfa y este Omega.
Los miembros de ese PLD que no encajaban en la descripción anterior, eran obreros o comerciantes que se distinguían por un comportamiento civilizado y de respeto al pueblo.
No podía imaginarme yo que esa conducta rectilínea, penosamente acompañada por una pasividad ante las luchas sociales y populares que libraba el pueblo acompañado solo por las fuerzas de izquierda y el PRD cuando no estaba en el poder, se transformaría en una soberbia conducta fascista del grupo nucleado alrededor del profesor Leonel Fernández… después de pasar por el poder durante doce años.
La llegada del PLD al gobierno no fue, para nada, el resultado de su heroísmo, sino un regalo obligado de Joaquín Balaguer en 1996 para detener a Fernando Álvarez Bogaert, que como candidato a la Vicepresidencia de la República sería el seguro Presidente con la muerte del doctor José Francisco Peña Gómez, que medio país sabía que estaba en “artículo de muerte” y aun así era el favorito para ganar las elecciones presidenciales postulado por el PRD.
Viví la rebelión del país entero contra los efectos perversos de la receta del FMI aplicada por Salvador Jorge Blanco en abril de 1984 donde más de 300 personas fueron asesinadas por tropas militares y de la Policía Nacional por orden directa y expresa del gobernante, 5,000 quedaron heridas de bala y 18,000 fueron llevadas a la cárcel.
En el cementerio, en los hospitales y en la cárcel se juntaron principalmente personas humildes de los barrios, militantes de izquierda, algunos perredeístas, reformistas que desafiaban al gobierno del PRD que les arrebató el poder, pero no peledeístas. Ese no era su estilo. Era un partido –definido así por el mismo líder Juan Bosch- de “gente seria” que no participaba en “pobladas”, que no invadía terrenos para que los campesinos sin tierra pudieran trabajar y que no se manifestaba en las calles.
El PLD aplicó tan bien esa directriz que cuando se vinculó, finalmente, al movimiento obrero, dividió la Central General de Trabajadores (CGT) que lideraba Francisco Antonio Santos y creó la CGT-Mayoritaria (morada) de Nélsida Marmolejos. En el caso de la zona rural, el vigoroso Movimiento Campesino Independiente (MCI) que tanto esfuerzo nos costó forjar y echar a luchar, fue ocupado por su cúpula, diezmado y finalmente destruido por el PLD para aplastar cualquier lucha reivindicativa en el campo.
En más de una ocasión, luego de la rebelión popular de 1984 y cuando la continuidad de las protestas desencadenaba paros generales, el propio Bosch -para justificar la ausencia del PLD al lado de las protestas- dijo que esos paros no eran generales, porque si bien la industria, el comercio, el transporte y la docencia se paralizaban, los “guardias y policías” estaban trabajando en la represión de la manifestación contra el FMI y el gobierno de Jorge Blanco.
Todo lo anterior está suficientemente documentado como para concluir que cuando se trataba de luchar contra las arbitrariedades, defender la libertad y reivindicar el derecho de la gente a una vida digna, los peledeístas se limitaban a hacerlo por su periódico “Vanguardia del Pueblo” y en reuniones internas, mientras a otros nos correspondía ir a batirnos en los caminos y campos del país para defender los derechos.
Pero todo cambió cuando llegaron al poder. El gobierno Leonel abandonó todo lo bueno de Bosch y copió y amplió lo malo de los gobiernos de Balaguer y su “anillo palaciego”.
Leonel, copiando la lección de Balaguer de que en su primer gobierno se hicieron (a la sombra del Estado) 300 nuevos millonarios, se lanzó a una carrera desenfrenada por forjar una neo-oligarquía y lideró sin rubor una transformación del PLD de un partido de “liberación nacional”, a un partido que ejecutó las políticas esenciales del “Consenso de Washington”, adornadas con acciones cosméticas como el respeto a las libertades y el establecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba.
Cuando Fidel Castro vino por primera vez al país en agosto de 1998, estaba en apogeo la llamada capitalización de las empresas públicas, que fue en realidad una piñata del patrimonio empresarial estatal que dejó Trujillo cuando fue asesinado. Ahí Leonel y su grupo soldaron con acetileno la alianza con la oligarquía cívica que derrocó a Juan Bosch en 1963 precisamente porque se negó a regalarles esas mismas empresas a ellos y no aceptó encarcelar o deportar a los “comunistas”.
Con el hambre que llegó la pequeña burguesía al poder en 1996 y luego de disfrutar cuatro años de esas mieles, su convicción es que eso no se deja aunque haya que compartirlo con la oligarquía nacida en el siglo XIX y que no tuvo el valor de enfrentarse con Trujillo en el XX.
Solo quien nunca luchó fieramente contra los desmanes del trujillismo, contra los crímenes en el balaguerismo y consiguió el poder como un regalo para “evitar el camino malo” que era el mal peor para Balaguer en 1996, es capaz de llenarse de soberbia fascista para golpear reporteros con bates y ocultar el latrocinio y las peores confabulaciones con el crimen y la corrupción.
Para eso había que golpear a los reporteros de Acento.Com, Antena Latina y de Diario Libre que acudían a hacer su trabajo de registrar el almuerzo-entrevista de Leonel con el Grupo Estratégico Empresarial, en un hotel de la capital esta semana, donde se había anunciado que sus contrarios irían a repudiar al ex gobernante.
Por eso había que destruir equipos de grabación de las acciones fascistas. Una banda tan cobarde no puede permitir que sus actos execrables se expongan al escrutinio de la opinión pública, aunque ensucien a su líder que no cambia su cara de “yo no fui”.
El valor que les faltó para enfrentarse a Jorge Blanco-FMI en abril de 1984 y las jornadas subsiguientes, ahora les sobra para encubrir la corrupción y el desparpajo en el ejercicio de la política desde el partido que fundara Juan Bosch desde la más extrema honradez personal y humildad en su estilo de vida.
Como sus actos son cobardes y abusadores, no tengo la esperanza de que sus ejecutores y sus líderes, honren de esa misma forma la prueba dura que le tienen preparada otros poderes. (Lean los artículos de Melvin Mañón)
Enero viene duro y los pandilleros cobardes que se ceban con periodistas independientes –no con sus vocingleros pagados- tendrán oportunidad de demostrar que son hombres, no miserias humanas que no permiten el ejercicio de la prensa libre y mucho menos el repudio civilizado a sus devastaciones estatales.
Estos actos de cobardía me recuerdan al león que era el general Cuervo Gómez para amenazar a la izquierda y luego demostró, ante un tribunal presidido por el juez Severino (ex capitán), que su “valor” dependía del número de armas en las manos, no de estrellas en la frente. Fue la primera vez que todo el país vio a un general cagarse en los pantalones en plena audiencia de un tribunal civil, no ante un pelotón de fusilamiento.
Las bandas intolerantes de Leonel deben comportarse como hombres cuando suene la hora de la verdad y los quiero ver, pues ya los acabo de mirar golpeando reporteros indefensos.