Asimilar las tropelías que cometen las grandes potencias contra naciones pequeñas o poseedoras de invaluables recursos naturales se ha convertido en una pesadumbre para los que hemos crecido en países tercermundistas. La imposibilidad de accionar en contra de tanta arbitrariedad nos convierte, con la formación que adquirimos de sociedades degradadas, en potenciales patrocinadores individuales de los mismos desafueros que derivan de la arrogancia y el despotismo característicos del poder hegemónico que, junto a sus coligados, ostenta Estados Unidos.
Once años, que en la actualidad, como las monedas, corresponden a una cantidad mucho mayor, teníamos en abril de 1965 cuando un grupo de valientes y comprometidos militares se lanzó junto al pueblo a luchar, primero por la restitución de la Constitución (castrada el 25 de septiembre de 1963 con el golpe de Estado a Juan Bosch ordenado por los dueños y señores del mundo) y luego por la soberanía, que nueva vez se vio ultrajada por los mismos que durante ocho años, de 1916 a 1924, impusieron un gobierno militar y formaron, a imagen y semejanza, a quien por más de tres décadas gobernó con mano férrea la nación.
¿Por qué esos militares, formados en la época del dictador Trujillo, se lanzaron a combatir junto al pueblo para retornarle su Constitución y expulsar a los intervencionistas? Porque las mentiras que Estados Unidos había manejado en ambos acontecimientos -golpe de Estado y Revolución de Abril- resultaron tan evidentes que las fuerzas que normalmente actúan como sus aliadas las desentrañaron y reaccionaron heroicamente enfrentando sus tropas, en un acto de hidalguía y patriotismo pocas veces visto en la historia de la humanidad.
Cuba, que había sido protagonista de primer orden, mostró al mundo la grandeza que alcanza un pueblo cuando está determinado a escoger su propio camino, fuera de influencias y dominios imperiales. La gloriosa lucha del pueblo cubano fue contra Batista y lo que él representaba, que es lo mismo que decir contra la mentira que por tanto tiempo había sustentado Estados Unidos. Tanto en la patria de Fidel, como en la de Caamaño, para mostrar sólo dos ejemplos, la reacción natural a las transgresiones norteamericanas se sustentó en la violencia, lenguaje muy propio de nuestros componentes sociales por haber sido parte de territorios que hicieron de fronteras de grandes potencias, pero a la vez fue la justa respuesta a la sevicia con la que había actuado el imperio.
Sionistas, imperialistas y subordinados (británicos y franceses viles y cobardes) persiguen destruir las naciones árabes con tal de quedarse con sus tierras y apropiarse de su petróleo
La lucha por la hegemonía, desde una óptica, o por el balance de poder, desde otra, que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) sostenía con EE.UU., facilitaba el escenario para combatir las calumnias e infamias propias del quehacer político norteamericano. Pero, a partir del desmembramiento de la URSS y la consolidación de la hegemonía -con técnicas y métodos nuevos de sometimiento-, las perversidades cada vez mayores que expone la maquinaria militar de desolación y muerte de Estados Unidos exasperan y conducen a la impotencia, provocando, incluso, la pretensión de usufructuar igual poder devastador para retribuirle aflicción y ruina en la misma medida que lo han hecho con pueblos a quienes los "ingenuos" norteamericanos, tan culpables como el propio establishment, niegan la bendición de Dios.
En julio de 2011, en Noruega, Anders Behring Breivik mató a 77 personas; fue condenado a 21 años de cárcel aunque su salud mental se constituyó en la controversia del juicio. "Un primer examen psiquiátrico concluyó que padecía 'esquizofrenia paranoica' y era por lo tanto irresponsable penalmente"; un segundo consideró que estaba sano. Breivik reconoció "ser el autor de los homicidios, pero se declaró inocente". Dijo haber cometido "’actos atroces pero necesarios' para salvar a Noruega del multiculturalismo"; quiso ser reconocido mentalmente sano "para legitimar su ideología racista y xenófoba". La sentencia pareció no afectar a los supervivientes; todo lo contrario, muchos la aceptaron con satisfacción. La celda en la que cumple condena consta de tres secciones: una para dormir, otra para hacer ejercicios y la tercera para trabajar. Ese mal nacido, dominicanamente hablando, que asesinó 77 personas, denunció su país por "’violación de los derechos humanos' luego que las autoridades lo mantuvieran retenido en una celda de aislamiento".
Para aceptar impasible lo que hace Estados Unidos tendríamos que habernos formado en los países nórdicos. Un programa de la televisión noruega entrevistó varios habitantes de Oslo; se les preguntó si no sentían la necesidad de ajustar cuentas con el mismo nivel de violencia que actuó Breivik (al asesinar 77 de sus propios compatriotas) y todos respondieron que la sociedad los había formado para, "civilizadamente", asimilar barbaries como esa. "Esperamos que la prisión (que tiene más de resort que de cárcel, NH) lo reforme y reinserte de nuevo a la colectividad".
Exceptuando el ejercicio de periodista consumado (de esos que están bien con Dios y con el diablo) o el de intelectual que repele la contaminación con el lenguaje popular (porque el delirio de grandeza lo lleva a rebajarse), que en el caso dominicano es el de la mayoría de la población, la exacerbación e incapacidad para actuar mueve, a quienes hemos sido "troquelados" en sociedades deformadas, a implementar justicia con la misma violencia que aquel que la quebró. Con toda seguridad, en el caso noruego, si de nosotros hubiese dependido, el asesino hubiera sido descuartizado muy lentamente, en pequeños trozos, colgando de los pies a la vista de todos en un parque público. La reacción sería la misma ante la actitud mendaz, procaz y absolutista de Estados Unidos frente a los pueblos y gobiernos de Siria, Libia, Venezuela…
Las mentiras con las que George Bush invadió Irak, destruyó su infraestructura y asesinó cientos de miles de inocentes; la falacia a la que apeló el "nigger" casero Barack Obama para matar a Muamar el Gadafi, jefe del Estado libio, y bombardear y asolar a su país y a otros seis (Afganistán, Yemen, Irak, Pakistán, Somalia y Siria), dejando una espeluznante estela de muertos; o las falsedades a las que ha recurrido el desvergonzado Donald Trump para cañonear a Siria, han acentuado la indignación, llevándonos al utópico anhelo de supremacía y poder para hacerles pagar con la misma moneda a los privilegiados del imperio (responsables como el mismo sistema de sus desmanes).
No es la primera vez que la malévola superpotencia ha recurrido a la mendacidad con relación al uso de armas químicas por parte de gobiernos que no se someten a sus designios. Quedó demostrada la perniciosa mentira de la que unilateralmente se valió para invadir Irak, destruir las instalaciones que facilitaban el desenvolvimiento normal del país, colgar a su mandatario y asesinar millones de sus compueblanos. Lógicamente, detrás de cada calumnia se oculta el saqueo a las reservas de petróleo, que se convierte en denominador común del atropello que se lleva a cabo en Siria y con el que pretenden proceder en Venezuela.
Siria y Libia eran países prósperos; manejaban sus propias economías sin el auxilio de las grandes potencias, administraban su petróleo con efectividad, habían establecido sistemas de educación y salud de calidad y sus ciudadanos gozaban de un bienestar que superaba el de muchos occidentales. Al ser ignoradas, las grandes potencias se "enfadaron" y asesinaron a Gadafi y a cientos de miles de libios para saquear sus recursos y fortalecer sus monedas (dólar, euro y libra esterlina); acudiendo a la mentira pretenden hacer, en estos momentos, exactamente lo mismo con Siria y su gobernante.
Sionistas, imperialistas y subordinados (británicos y franceses viles y cobardes) persiguen destruir las naciones árabes con tal de quedarse con sus tierras y apropiarse de su petróleo. Mentir ha sido el característico accionar del imperio norteamericano desde que la Segunda Guerra Mundial le confirió esa categoría. Los poderosos gringos, apelando a la doblez, han asesinado millones de seres humanos por toda la geografía universal. Sólo una persona desquiciada o muy lerda podría atreverse a usar armas químicas con el aparato militar norteamericano encima de sus narices, sobre todo después que esa máquina de destrucción y muerte ha destrozado el país y acribillado a sus habitantes, y, hasta donde sabemos, Bashar al-Ásad, presidente de Siria, ni está loco ni es un torpe.
Se ha demostrado que el supuesto ataque con armamentos químicos fue un abyecto espectáculo organizado por norteamericanos y judíos; se valieron de los 'cascos blancos', grupo de defensa civil aliado a los terroristas islámicos, para organizar un montaje en el que se filmó, en el único hospital que funcionaba en el área, un presunto ataque contra civiles mediante el uso de sustancias tóxicas. El Ministerio de Exteriores de Siria ha acusado al gobierno norteamericano de basarse en mentiras para justificar ataques contra su territorio. La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) había expresado su disposición a investigar el caso, pero a Washington no le interesaba. "De cualquier manera que actúe el Consejo de Seguridad de la ONU, EE.UU. responderá". Así se expresó Nikki Haley, la perversa representante del verdadero "Imperio del Mal" ante la Organización de las Naciones Unidas. Y así lo hizo; se llevó a cabo un bombardeo con misiles en el que también participaron Inglaterra y Francia, los subordinados por excelencia de EUA.
Hasta la fecha no se han encontrado huellas de componentes venenosos ni tampoco se han podido ubicar "los cadáveres de las supuestas víctimas o los cementerios donde están enterrados". Ni los habitantes de Guta ni los médicos del hospital pudieron dar testimonio sobre la fábula acerca del uso de material tóxico. Tampoco lo hicieron terroristas financiados por Occidente que han entregado sus armas y, como excombatientes opositores, hacen vida normal. "El incidente fue un montaje", habría dicho Vasili Nebenzia, embajador ruso ante las Naciones Unidas.
Como dijera Hugo Chávez -ese valiente, arrojado y entrañable comandante que habló por todos nosotros-, ¡váyanse al carajo, yanquis de mierda! Con toda seguridad no lo vamos a ver, pero, algún día, sobre ustedes recaerá toda la maldad, todo el daño y todo el sufrimiento que han proporcionado a miles de millones de habitantes de este planeta, y ese día irá alguien a nuestra morada definitiva, con una flor, un libro o un cigarro, a contárnoslo…
Nemen Hazim
San Juan, Puerto Rico
15 de abril de 2018