El pasado 1 de octubre de 2017, en Las Vegas, Nevada, desde la ventana de un hotel, un hombre mató 59 personas e hirió otras 527. Es la matanza más grande en la historia de Estados Unidos. El pueblo estadounidense ya asume como parte de su normalidad estas masacres. ¿Por qué esta situación en el país más rico del mundo? Las razones son varias.

El origen violento

Es una cultura que se fundó a partir de un genocidio. Los anglosajones puritanos que desembarcaron del Mayflower arrasaron con la población nativa que encontraron. Matar aquellos “salvajes” hizo parte de una empresa divina (de ahí el Thanksging day). Abrir espacio al hombre blanco, legitimado por dios para la vida y prosperidad, vía la muerte y sometimiento del otro no blanco, ser inferior por debajo del umbral de lo humano, se convirtió, desde entonces, en modelo de sociedad.

A diferencia del esquema colonial establecido por los hispanos en sus territorios coloniales, el del norte británico consistió, más que en un sistema de extracción de beneficios para trasladar a la metrópolis, en la extensión del mundo británico a las nuevas posesiones. Lo cual se viabilizó por los siguientes factores: la rápida eliminación de la población nativa, la radical separación entre blancos y esclavos negros y la intensión explícita de reproducir en tierras con un clima y topografía similares a los de la metrópolis el marco cultural y social de aquella. De ese modo, se fijaron cimientos estructurales y culturales que perdurarían más allá de la colonia.

El proceso de independencia que culminó en la creación de los Estados Unidos de América, estuvo marcado, por tanto, por un fuerte signo puritano. La violencia contra los británicos, es decir, sus propios orígenes, fue algo asumido por los independentistas como positivo en el contexto de la concepción puritano-calvinista que llamaba a desmontar lo viejo –en este caso la colonia- para crear un “mundo nuevo” sancionado por dios. La empresa independentista, de forma implícita para unos (sobre todos los masones que había en su liderato) y explícita para otros (los sectores religiosos que se embarcaron en la lucha) tuvo un carácter divino fundamentalmente.

Estados Unidos nace como proyecto de expansión del hombre blanco. De expansión del espíritu puritano sustentado en la laboriosidad, ascetismo y visión radical, así como de expansión territorial. Lo cual implicaba reproducir el esquema que 200 años atrás los ancestros del Mayflower habían aplicado: matar y someter indios para poseer nuevas tierras. El crecimiento del país hacia el centro y oeste significó un genocidio. Los cowboys que fundaron el centro oeste de Estados Unidos, fueron, ante todo, exterminadores de indios.

La libertad en la mente del estadunidense 

De otro lado, consideremos cómo, en Estados Unidos, se asumió el concepto de libertad. Libertad para el estadounidense se entendió como libertad individual. No libertad en sentido colectivo o social, sino en la libertad enunciada desde el individuo particular. El estadounidense se consideró libre en la medida de que, individualmente, podía ejercer su libertad. Y la forma más importante de ejercitar esa libertad, en una sociedad radicalmente puritana, fue la del derecho a defender la propiedad privada. Que era, a fin de cuentas, una retribución de dios al esfuerzo laborioso. Por consiguiente, había elementos de lo sagrado subyacentes a la importancia de la propiedad privada. Los blancos eran los únicos con el derecho a tal propiedad; es decir, los únicos que podían ser libres.

La defensa de ese derecho se convirtió entonces en uno de los pilares fundamentales del ser estadounidense. Defender lo privado ante cualquier amenaza era, por tanto, cosa sagrada para los norteamericanos. En primera instancia, defenderlo contra el Estado. Entidad que, en un paradigma de libertad individual, fue vista como una amenaza, precisamente, a esa libertad. Así, el derecho a estar armados para defenderse de hipotéticas agresiones del Estado advino pilar del ejercicio de la libertad individual en el imaginario estadounidense. Dentro de la delimitación de su propiedad privada cada estadounidense podía ser un soldado armado preparado para combatir. El contexto del surgimiento de la segunda enmienda de la Constitución es el de permitir que cada estadounidense –blanco- pueda portar libremente sus armas para defenderse del Estado; y no tan solo para conservar un ejército de ciudadanos armados que defendieran la república ante una eventual agresión británica.

El otro elemento contra el cual había que defenderse eran los negros. Y aquí llegamos a otro de los fundamentos de la sociedad estadounidense: el racismo. El negro libre, fuera de la plantación, se asumió, por el blanco rico o pobre, como una amenaza a su libertad individual, esto es, a su propiedad privada. De forma que la segunda enmienda sirvió también como una patente de corso para que el blanco, en caso de ser necesario, pudiese matar al negro peligroso que amenazara su libertad. En la conciencia blanca de la américa profunda el negro siempre es una amenaza latente debido a su “natural” disposición a la violencia. Esa conciencia todavía se mantiene en grandes sectores blancos estadunidenses. Muchos blancos, hoy día, entienden que deben tener armas para poder darle un tiro a cualquier negro en caso de agresión. 

La desigualdad

La estadounidense es una sociedad marcadamente desigual. Desigualdad que, el blanco hegemónico, ha manejado, para mantener controlada, con diferentes instrumentos. Uno de ellos son las armas. Y esto se relaciona con el aspecto que mencionamos en el párrafo anterior: el racismo. Porque la mayoría de los pobres son no blancos. La masa negra que vive empobrecida en guetos y en una suerte de campos de concentración, es contendida por los blancos mediante las armas. Cada blanco se convierte en su propio policía preparado para enfrentar al “negro violento”. En otras sociedades muy desiguales, como las latinoamericanas, los sectores privilegiados –también blancos esencialmente- se defienden de los pobres con policías privadas y murallas que rodean sus urbanizaciones y edificios. En Estados Unidos, en cambio, no existe ese modelo sino el del blanco individualmente armado, ejercitando la segunda enmienda, para proteger lo suyo.

La política

Toda esa cultura basada en las armas se sostiene en la actualidad a través del sistema político norteamericano. El cual se basa en el dinero: los lobbies. Cada vez que ocurre una masacre, y los sectores más sensatos propugnan por leyes que controlen la venta y posesión de armas, la derecha –fundamentalmente blanca- agarra la segunda enmienda para oponerse. Sin embargo, cuando se creó la segunda enmienda no existían los rifles automáticos como los que usó el asesino de Las Vegas. El contexto histórico era otro en el 1791 cuando se creó la enmienda. ¿Es racionalmente posible, entonces, defender esa enmienda a la luz de hoy día? Obviamente no. Lo que la mantiene vigente es una cultura de violencia y libertad individual y los lobbies de la industria de las armas; sobre todo el NRA (National Rifle Asociation). Alcanzar un puesto en el Senado o Cámara federal estadounidenses implica muchísimo dinero. Los senadores o representantes pasan gran parte de su tiempo recaudando dinero para poder reelegirse. Y los lobbies de las armas, a cualquier político que atente contra sus intereses, frenan financiando rivales para sacarlo del medio.

El sur

El marco cultural de violencia, la idea de libertad como asunto individual, el racismo y la cultura de las armas que generan, es en el sur de Estados Unidos que se sostienen. Los Estados con las políticas de venta y posesión de armas más laxas están en el sur. El sur fue a la guerra contra el Norte para defender la confederación esclavista y allí el sistema de apartheid se mantuvo, tras la guerra civil (1861-1865), por más de 100 años. Todavía grandes sectores sureños viven, cultural y geográficamente, segregados entre blancos y negros. Ese sur violento y racista, que defiende la libertad como derecho individual de los blancos a tener armas para defenderse del Estado y los negros, en un esquema político como el estadounidense, surgido de un pacto entre estados del norte y el sur para evitar otra guerra civil, tiene un peso enorme en el escenario político nacional. Enmendar la constitución requiere la aprobación de dos terceras partes de las legislaturas de los estados o bien del Congreso; con lo cual, es imposible cualquier cambio al respecto sin la anuencia de los estados sureños. Ahí radica el poder que tienen para que las cosas no cambien.

Es por ello que, por ejemplo, el Civil Rights Act of 1964, tuvo que aprobarse vía el Congreso bajo la presidencia de Lydon B. Johnson pero no pudo hacerse por vía constitucional. Igual sucedió con la eliminación de la segregación que fue una decisión judicial, en el caso Brown vs Board of Education de 1954, cuando el Tribunal Supremo determinó su prohibición. Si por los estados del sur fuera ninguna de esas dos medidas se habría aprobado.

Sin un cambio en la cultura política estadounidense, que pase, necesariamente, por una regulación del financiamiento de campañas dirigida a quitar poder a los lobbies, no se avanzará nada en materia de control a la venta y posesión de armas. Porque, al final, los políticos son meras piezas de los grupos de poder económico. Ese sería, en términos concretos, el primer paso hacia cambiar la cultura de las armas en Estados Unidos. Lo otro tiene que ser un cambio cultural que reenfoque el concepto de libertad que asumen muchos blancos (que son la mayoría). De ese modo, se podría redefinir la libertad no como algo individual sino que como lo colectivo que implica a todos. La relación entre ciudadanos y Estado cambiaría, y, en ese marco, se podría concebir lo estatal no como una amenaza ante la cual el individuo deba defenderse con armas. Estos cambios culturales, acompañados por una política social dirigida a reducir la desigualdad, desmontarían en buena medida las bases que sustentan la cultura de las armas.

En Estados Unidos existen alrededor de 265 millones de armas en manos privadas y mueren cerca de 33 mil personas al año por armas de fuego (unos 93 muertos al día). Pero el 4% de los que tienen armas poseen casi el 60% de las mismas. Es decir, es una minoría la que está fuertemente armada. Al mismo tiempo, según encuestas, cerca del 60% de los estadounidenses está a favor de mayores controles a la venta y posesión de armas. Las nuevas generaciones estadounidenses deben asumir el debate para que se escuche, por encima de los lobbies y la minoría blanca ultra armada, ese 60%.