En ese musical, las seis prisioneras relatan, en coreografía de jazz moderno con tango, razón y forma para terminar con la vida de sus parejas. Por el hábito exasperante y molestoso de explotar goma de mascar y no tomar en serio las consecuencias de “la próxima vez que…”, esposa enojada hizo dos tiros de escopeta como advertencia. El fatal desenlace ocurre porque en vez de apuntar al techo o una esquina, los cartuchos hicieron diana en la cabeza del marido. A excepción de este caso, que debe educarnos a dejar la tapa del excusado como les gusta y eliminar otros más a los que ponemos poca atención, los otros tienen en común el detonante por celos e infidelidad.
Un mormón que no se conformaba con cinco esposas que eso consentían, añadió una sexta a la que conquistó sin anillo de casado y mostrando documento de soltero. Segundos antes de morir, se enteró fue descubierto. La esposa burlada que estrenaba negligé, le preguntó si el mareo era porque le estaba cayendo mal el whisky con arsénico. Celos infundados con el lechero lo hicieron entrar como una fiera a la casa, estaba tan fuera de control que de los insultos pasó a intentar exitosamente un suicidio poco visto: “Fue él que corrió en dirección a mi cuchillo… corrió a encontrarse con mi cuchillo… diez veces.”, explicó sin convencer la esposa calumniada.
Se sentía bien en la casa, pero su espíritu era al mismo tiempo doméstico y libre. En las calles podía encontrar las situaciones que llenaran la parte artística, inquieta y aventurera de su ser. Pareja comprensiva se lo permitió. Sin embargo, al darse cuenta que su otra mitad lo que hizo fue encontrarse con Ruth, Gladys, Emma y, un alma gemela, Erving, le hizo el favor salomónico de serrucharlo en dos y poner fin a su mortificante dilema. Nadie entendía húngaro en la estación de policía del Tío Sam, por eso los fiscales creyeron la versión del casero que dice la vio sujetar la cabeza del esposo para que su amante, y vecino, no fallara el golpe fatal. En apelación, sigue declarando bajo juramento, en inglés de calabozo, su inocencia.
Finalmente, la “maridomicida” que interpreta Catherine Zeta-Jones cuenta la traición de su esposo con su hermana, los tres compañeros acróbatas en un circo donde eran la principal atracción. En una noche calurosa, después de la función, se fue a buscar hielo para seguir la juerga de tragos que los tres llevaban por horas. Buena suerte, toparse con nevera en pocos minutos; mala, devolverse y encontrar horno a 400 grados: una función de acrobacias sin ropa que venía ocurriendo a sus espaldas. Esto le produce un shock, es lo último que recuerda; no sabe que ocurrió entre ese momento y aquel en que descubre que sus manos están ensangrentadas, ni tampoco de quién es el cuchillo que aparece en la habitación y coincide con las heridas mortales. Todas las compañeras de celdas se excusan a coro y en sensual baile diciendo que sí hay un muerto, pero que no hay un crimen; que cualquiera que se ponga en su lugar, haría exactamente lo mismo; que los maridos venían eso venir, que no tienen a nadie más que culpar que a ellos mismos.
Esta parte del musical llevado al cine es tan pegajosa que provocó me llamaran la atención, luego de que perdieran la cuenta de las repeticiones, me oyeran tararear el estribillo a todas horas y hasta intentar aprender a cantar el sólo en húngaro de la bailarina inmigrante con un video de YouTube. Aquí, brevemente pruebo el interés de reflexionar sobre la violencia de género.
El tango del bloque de las mujeres asesinas demuestra que éstas son tan capaces como los hombres de cometer homicidio. No es ficción, es una realidad menos frecuente que cuando son víctimas, pero este es detalle no debe otorgarle trato favorable. El derecho a la vida es sagrado y hay que probar con rigurosidad extrema los pocos argumentos eximentes de responsabilidad cuando una se arranca por violencia. Un mal hábito no se corrige post mortem y para relaciones turbulentas hay antídotos, mitigantes y soluciones al por mayor y al detalle. A los doctores se va para los problemas del cerebro y el corazón, la ayuda de psicólogos y consejeros está disponible cuando se piensa con otra cosa o los sentimientos están dispersos.
Antes de decisiones mortales irreversibles, hay que acudir a una de las decenas de asociaciones sin fines de lucro que aconsejan a las parejas la mejor forma de estar juntos o separarse en forma civilizada. No convencerá a un juez sensato de falta de apoyo, porque sabe de los éxitos de Profamilia, los grupos de apoyo que promueve su párroco o pastor y un número apreciable de buenos árbitros que trabajan en entidades estatales sobre situaciones familiares y violencia de género.
La realidad de que más mujeres son víctimas de violencia que los hombres cuando estalla la violencia, es obvia por la desventaja física de las mujeres y la imposibilidad de compensarla por una ley de armas que por medio siglo ha violado su derecho natural a defender su vida. La protección contra un ataque brutal la hemos hecho depender de una llamada al cuartel para que venga un policía. La protección de la mujer contra el macho abusador y la del ciudadano común contra el delincuente es el monopolio de un servidor público armado que, en teoría, debe estar ahí para evitar el golpe o disparo mortal. Mientras la autodefensa con arma letal siga siendo tabú, seguirán los funerales provocados por “feminicidas” y los demás asesinos. En EUA, donde la Segunda Enmienda reconoce este derecho natural del ciudadano, hay empresas dedicadas a diseñar armas especiales para la defensa de la mujer. Pistolas pequeñas, fáciles de esconder y manipular salvan cientos de vidas de mujeres al año o previenen un ataque mortal por parte de violador, acosador o bruto celoso.
Aunque creo he probado mis intenciones, estoy dedicado a despejar la duda razonable del interés por el “Cell Block Tango”. Tarareo ahora “Master of the House” de Los Miserables y seguí paso a paso la transmisión radial de las eliminatorias y la final olímpica del Volleyball de Playa Femenino. ¡Caso cerrado!
