Hace unos cuantos años me tocó vivir en Chile. Fue una gran experiencia, porque pude disfrutar de las diferentes estaciones del año, de sus frutas, las cuales eran conocidas en mi niñez en la época navideña y que allá las podía disfrutar, todas, tomándolas directamente de sus respectivas matas o del suelo, como las avellanas, (coquitos para nosotros), nueces y almendras, así como también de su cordillera, de su desierto, de sus ríos y hasta de un volcán en erupción.

Tuve la gran oportunidad de compartir con una familia que poseía grandes parcelas, aquí fincas. Tenían sembrados de hortalizas, de pasto, el cual era empacado con unas maquinarias, para la época de invierno. Una fábrica de queso de cabra, cuyo producto era distribuido en casi todos los restaurantes de Santiago. Había una finca en especial que a mí me encantaba, tenía un llano y una alta montaña, era el hábitat de los cabritos, como le llamaban, para mí, chivos. En otra tenían ovejas, en otra caballos, en fin, que tenían una gama de negocios que permitían disfrutar de cada una de ellas, además del gran gallinero que era una delicia salir al atardecer con una canasta a recoger huevos.

Recuerdo una anécdota de la señora Rosita Fadul, dicen, porque yo no estaba ahí, que Balaguer le iba a regalar o asignar un vehículo y que pensó en una “yipeta”, como ella era tan pequeña y tan graciosa le dijo “Ay Doctor, a mí deme un carro que yo tengo las paticas muy cortas y no me voy a poder subir y se me va a ver tó”. No sé si fue verdad o mentira, pero esto trajo a mi mente un episodio vivido por mí en Chile. Como monté tanto caballo cuando pequeña y adolescente, tuve la intención de montar en uno en una de esas fincas. Lo intenté, pero tuve que apearme ya que mis paticas no alcanzaban los estribos y era un riesgo muy grande subir la montaña en estas condiciones. Me tuve que quedar en el llano.

Hubo algo que llamó mucho mi atención y fue el ver la manada de chivos bajar la loma al atardecer. Eran cientos, un pastor los guiaba, ellos saciados de comida iban obedientemente, sabían que llegarían al corral. Al otro día bien temprano, después de ser ordeñadas, otro pastor, diferente al anterior, se ocupaba nuevamente de llevarlos a comer todo el día. Era su rutina, pero en realidad, seguían al pastor que les aseguraba su comida. No les importaba quien fuera.

Así somos las personas, podemos estar en un grupo y aplaudimos, nos reímos, apoyamos, creo que a veces ni sabemos el porqué estamos presentes ahí, pero eso significa nuestra seguridad.

Recuerdo cuando comenzó el movimiento de la “Marcha Verde” que pusieron unos libros para que fueran firmados, una forma de apoyo, yo diría que para que las personas que no pudieran hacer las caminatas tuvieran la oportunidad de hacerse presente. Yo fui al Parque Independencia y con mucho orgullo, firmé. Pero de entre el millón de amigas que poseo, pregunté a algunas si habían firmado y muchas me contestaron que no, porque sus hijos trabajaban en el gobierno y temían fueran cancelados. A ese nivel de miedo hemos llegado. No poder externar nuestras ideas, nuestras preferencias, por no perjudicar a terceros.

Cuando veo los mítines, reuniones, asambleas, etc. no me significan ninguna medida ni de liderazgo, ni simpatizantes o adeptos, sino que pienso en la manada de chivos que van sin ningún motivo que no sea otro que  el  satisfacer y asegurar el cubrir sus necesidades o el tener las esperanzas de satisfacerlas.