CON AIRES DE TERNURA

“Déjame ir, madre, para ver cuán grande y ancho es este mundo”

Doña Niñita, 98 años, madre de César Pérez. 3-4-1919

Ella no le respondió. Fingió distraerse mirando  el oscuro pantano, sobre el cual ahora volaba una bandada de lechuzas.

El comprendió. Y volvió a abrigarse, sintiendo el calor de su madre.

Fuera del nido todo era caos y confusión. Sólo soplaban aires de zozobra, de aflicción, de angustia. Aires de congoja, de desesperación. De muerte.

Cuánto amor, cuanta dedicación había tenido ella para protegerle de la iniquidad. En las mañanas, antes de irse, le alisaba su naciente plumaje, le daba unos mimos maternos y, cuando sentía que lo dejaba seguro, se marchaba.

Doña Yolanda, 91 años, madre de Leonel Fernández. N. 25-8-1925

Después, volvía con la comida.

Desde el mismo momento en que nació, sintió que el pequeño no estaría a salvo en aquel submundo de terror y de espanto, dominado por depredadores. “Haré del nido –se había dicho- un invernadero”.

Lo haría inexpugnable. A prueba de maldad y de odios. Y de Dolor.

Veía cómo muchos otros pichones salían de sus nidos a recorrer el mundo y se precipitaban hacia el vacío intentando cruzar. Caían veloces, se elevaban por momentos. Y luego volvían a descender. Torpes, inexpertos, imberbes. Muchos quedaban atrapados en el fango. Otros lograban levantarse de nuevo. Pero quedaban marcados por el estigma. O, peor aún, eran presa de los grandes lagartos. Algunos, muy pocos, lograban cruzan el lago sin mancharse. Esos conseguían el premio: llegar hasta el prado verde, lleno de árboles, frutos, mariposas y flores.

El pequeño obedecía en todo a su mamá. Siempre le sonreía y aprobaba su dedicación. Su entrega. La amaba con ese amor sublime con el que sólo se puede querer a una madre.

Doña Estela, 90 años, madre de Juan José Encarnación. N. 29-1-1927

Pero un día en que le traía la comida ella lo sorprendió llorando.

Èl, al darse cuenta, rápidamente intentó una sonrisa. Más, a contraluz, no pudo ocultar la lágrima que se le derramaba sobre el pico.

Ella se quedó mirándolo de reojo por unos segundos, en silencio.

Ese día, al atardecer, el pequeño se encontraba en el borde del nido mirando hacia el pantano. Vio a su madre y le sonrió. Ella se le acercó, en silencio y, cerrando los ojos, le zuzurró:

“Ve, hijo, mío. Ve”

Doña Sofía, 102 años, madre de Héctor de la Rosa (Teto). N. 24-11-1914

Y lo empujó suavemente. Se quedó así por un instante, petrificada, sin atreverse a mirar, sintiendo que en ese momento el mundo dejaba de girar. Que el tiempo se detenía. Y que no habría más Sol sobre la tierra. Más, después de unos segundos de vacilación, miró hacia abajo, donde el pequeño caía sin remedio. Por instinto, quiso lanzarse hacia él, pero entonces vio cómo el pichón enderezaba el vuelo y se unía a otros pequeñines que iban en la misma dirección.

Pero, oh fatalidad, un halcón apareció de golpe y ¡zaas! atrapó a dos de ellos. Volaron más de prisa, ahora sólo eran tres y él iba en el centro. Por eso pudo esquivar la embestida de un gavilán que agarró a otro de sus compañeros. Pero ahí dos águilas se precipitaron sobre él: un choque, una explosión y plumas por el aire…

Entonces, ella pudo ver como de entre el montón de plumas salía triunfante esa cosita hermosa, volando alto, muy alto, superando el pantano, aprovechando el viento maternal que le impulsaba, con las cálidas brisas del verano. Iba feliz. Con aires de alegría. Con aires de esperanza. Con aires de ternura.

Doña Elsa, 93 años, madre de David Reyna. N. 4-7-1923.
Doña Rosa, 102 años, madre de Adriano de la Cruz. N. 13-5-1915

 

Doña Edalia, 103 años, madre de Juan B. Sánchez. N. 10-2-1914. Con su esposo de 107 años