Que el idioma inglés haya predominado en los años veinte en la región Este, y que la mayoría extranjera practicara la religión protestante, son sólo dos componentes de la fascinante historia de la Iglesia Episcopal Dominicana. A estos elementos fundacionales se añaden las luchas reivindicadoras de la dignidad Negra, el anti-intervencionismo y la resistencia anti-trujillista. El reverendo Philip Wheaton, asesorado por el también autor y ministro William L. Wipfler, ha puesto a circular “Triunfando sobre las Tragedias”, una obra que relata la historia centenaria de esta organización religiosa.
El auge económico del Este de principios de siglo estuvo aupado tanto por la ocupación militar estadounidense (1916-1924) -que construyó ferrocarriles y carreteras- como por la economía de plantación cañera. San Pedro de Macorís fue bautizada como la “Sultana del Este”. De su puerto salían cargados de azúcar embarcaciones de todo el mundo. A solicitud de los colonos estadounidenses, que habían comprado sus propiedades a puertorriqueños y cubanos por el año 1880, se inició la contratación de braceros antillanos. Los cocolos, como se les designa localmente, hablaban inglés y estaban dispuestos a hacer un trabajo que los dominicanos despreciaban y, más importante todavía, eran extremadamente pobres. Para ministrar a estos feligreses de costumbres exóticas llegaron misioneros episcopales residentes en Haití y las Islas Turcas, quienes compartían una visión de autonomía respecto de las autoridades eclesiásticas estadounidenses blancas. Era 1897 y la mística de esta primera etapa de la iglesia, según, Wheaton era “más que anti-blanca; pro-Negra”.
Inspirados por los seguidores del líder jamaiquino, Marcus Garvey, muchos de los feligreses de aquellos días estaban embarcados en el fortalecimiento de la identidad de los hijos de Madre África. Ya para 1920 existían en República Dominicana 5 centros de los llamados “Salones de la Libertad”, donde se difundía la obra y pensamiento de Garvey, inspirada en las enseñanzas cristianas de redención e igualdad entre los hombres.
Un bolchevique negro
Paralelamente a las revoluciones rusa y mexicana de 1917, surgió en el Caribe un movimiento que hasta el día de hoy renueva su vigencia liberadora en la música y cultura de Jamaica. El discurso de Marcus Mosiah Garvey a favor de los derechos de los Negros trasladó su protagonismo, posteriormente, al Harlem neoyorquino. Allí el periódico “Negro World” (1918-1933) fundado por él, llegó a alcanzar una venta anual de 60,000 copias.
Para 1920, la UNIA (Universal Negro Improvement Association – Asociación Universal para el Mejoramiento del Negro), cuya meta era “unir a todos los pueblos Negros del mundo en un sólo gran cuerpo para establecer un país y un Gobierno absolutamente propio”, ya tenía dos millones de miembros en 40 países del mundo. Esta organización de Garvey jugó un papel preponderante en los motines racistas que estallaron en diversas ciudades de los Estados Unidos tras el regreso de los soldados de la Primera Guerra Mundial. Los ex-combatientes blancos luchaban por recuperar sus puestos de empleo que habían sido ocupados por los Negros durante la guerra.
Heredero de una tradición de resistencia al colonialismo, -su padre era descendiente de los Maroon, esclavos africanos que resistieron a las autoridades inglesas durante los Siglos 17 y 18 en Jamaica- Garvey se mantuvo ocupado desde su juventud en ayudar a los Negros marginados. Su peregrinar liberador le llevó a Costa Rica, Panamá, Londres y, finalmente, los Estados Unidos. Allí encontró una resistencia feroz a declaraciones como: “Les advierto a los poderes colonialistas europeos que los Negros ya van llegando a 400 millones, y es nuestra intención retomar cada pulgada cuadrada de territorio africano que nos pertenece por derecho divino”. El FBI y la corte federal coronaron sus esfuerzos pan-africanistas con una sentencia de cinco años de prisión. Reducida su sentencia y deportado a Jamaica, Garvey vio languidecer su popularidad y su salud. Murió en Londres, en 1940, de un derrame cerebral.
Wheaton tiene palabras redentoras para describir la herencia ideológica de Garvey: “Recibió su justa recompensa con el surgimiento del movimiento cultural-religioso de los rastafarianos”. Haile Selassie, emperador etíope cuyo nombre más reconocido era Ras Tafari, es un símbolo de la resistencia africana al colonialismo europeo. Los rasta reconocen a Marcus Garvey como su profeta. “A través de los rasta y su música reggae, el nombre de Garvey ha sido perpetuado en la Historia”.
El anti-trujillismo episcopal
La mayor parte de los líderes del movimiento de Garvey en el país, entre ellos miembros de la Iglesia Episcopal y de la Moraviana, fueron expulsados del país en 1921, por el misionero estadounidense Archibald Beer, abiertamente segregacionista. La acción, realizada en colaboración con los colonos estadounidenses y las fuerzas castrenses de ocupación, logró decapitar el movimiento tanto en la capital como en San Pedro de Macorís. Por varias décadas, los prejuicios del ministro estadounidense provocaron “la enajenación entre Beer y un gran sector del pueblo antillano en Macorís”, puntualiza Wheaton. Al margen de esta política racista se desarrolló el ministerio de Thomas Oswald Basden, un turquilandés con vocación integradora.
Pero no todos los misioneros estadounidenses blancos mantenían el perfil racista de Beer. En el año 1936, la llegada de Charles Raymond Barnes significó una toma de posición sin precedentes para los episcopales. En su defensa de los familiares de los haitianos masacrados en el 37, Barnes mantuvo tan en alto la cabeza que llegó a convertirse en un “blanco” más de la represión trujillista y, en consecuencia, en el primer mártir de la Iglesia Episcopal Dominicana. Según Wheaton, “El silencio de su propio gobierno sobre el crimen fue algo intolerable para el reverendo”. Agrega que cuando se decidió a exigirle a Trujillo que pagara la indemnización a las familias de los haitianos masacrados, y este no cumplió sus promesas, se decidió a iniciar una campaña para exponer estos hechos ante la comunidad internacional.
Barnes fue ajusticiado personalmente por Trujillo en su finca “La Fundación”, en San Cristóbal. Sus restos reposan en la Iglesia de la Epifanía de la Avenida Independencia. Otro historiador eclesiástico pondera el heroísmo de Barnes: “Era el plan de Dios que fuera un sacerdote blanco de una iglesia que había iniciado su historia en el país con prácticas segregacionistas, el que sufriera el martirio por hablar en defensa de los Negros de Occidente”.*
Raúl Recio. Sin Título, de la serie "Yo estoy aquí pero no soy yo" (1986-2000)
Hombría ministerial
“Me hice hombre en República Dominicana”, es la explicación que ofrece Philip Wheaton sobre su vocación de historiador episcopal. Su primera prueba fue vivir en la misma casa profanada en noviembre de 1937 por los esbirros secuestradores del reverendo Barnes. Le siguió su papel como representante del Consejo Mundial de Iglesias en donde asumió la defensa de un grupo de inmigrantes húngaros que se atrevieron a desafiar al régimen trujillista en protesta por su abusiva ubicación en la inhóspita, salada y caliente, Duvergé.
En su ambición por ser confirmado por el Vaticano con el prestigioso título de “Benefactor de la Patria”, (el cual de todas formas utilizaba localmente), Trujillo incentivó la llegada de diferentes grupos de refugiados, entre ellos, judíos, rusos, españoles y húngaros. Estos últimos vinieron en 1957, huyendo de los tanques rusos que ocuparon Budapest.
A ellos se les ofertó el paraíso caribeño en la persona de su paisano, Alexander Kovacs, quien dirigía la fábrica de armamentos del dictador. El cómplice de la satrapía logró embaucar a unos 550 húngaros.
Desengañados y frustrados por las pésimas condiciones de su estadía y la represión existente, los combativos euro-orientales se alzaron en armas y tomaron el control del destacamento policial y la base militar. Tuvieron tanto éxito que fueron deportados sanos y salvos a Constanza y Jarabacoa, y posteriormente fuera del país. Igual o mejor suerte corrió Wheaton, que como parte de su apostolado pro-húngaro tuvo que entrevistarse personalmente con Trujillo, sirviéndole como edecán nada menos que el sangrientamente legendario, Jhonny Abbes García.
Este encuentro fue particularmente entrecortado: “Fueron quince minutos muy tensos, yo no sabía qué decir pero tampoco podía rendirme en cuanto a mí posición”, confiesa Wheaton. Y con ejemplar modestia añade: “Esto es sólo un poquito de historia, pero es muy interesante”. Para el autor, su deuda con el país está circunscrita a estas difíciles circunstancias que contribuyeron al refinamiento de su conciencia social. Entiende que su misión, así como la de la Iglesia Episcopal, ha sido exitosa a pesar de los obstáculos. “Aquí empecé a entender que mi rol en la vida es el de trabajar por la liberación de los pobres, luchando porque se les haga justicia”. Y aclara que su identidad no es “gringa”, sino estadounidense. Sus feligreses no están de acuerdo: para ellos él es un gran dominicano.
Componentes Culturales
Cuatro afluentes principales influyen en la cultura de la Iglesia Episcopal Dominicana: haitiana, antillana, estadounidense y dominicana. Hubo también una breve presencia anglosajona de ingleses y canadienses.
La corriente haitiana se originó con el obispo James Theodore Holly, un clérigo episcopal afro-americano, que en 1876 llegó a ser el primer obispo anglicano de Haití. Veintidós años, Holly ordenó a Benjamin Wilson como primer diácono episcopal en la República Dominicana. Ambos predicaban la integración de extranjeros con nativos en una iglesia anglicana nacional e independiente. En el caso de Haití, la integración de esclavos libertos estadounidenses y nacionales haitianos; en el de Dominicana, la confraternidad entre inmigrantes antillanos Negros (cocolos) y dominicanos.
La corriente antillana ha tenido la mayor influencia. Los inmigrantes antillanos eran pobres, Negros y de habla inglesa. Lucharon por trascender sus propias contradicciones culturales, como la actitud de superioridad cultural que convivía paralelamente con una simpatía genuina hacia los dominicanos en las relaciones personales. El padre Tomás Oswaldo Basden fue el mejor ejemplo de esta corriente, propiciando la interacción con los nacionales y el fin de la dominación de los misioneros estadounidenses. El Reverendo Telésforo Isaac fue el primer obispo cocolo-dominicano.
La corriente estadounidense de misioneros y laicos llegó al país en 1918 inculcando el paternalismo, el racismo y un ministerio tipo “capellanía” que retardó el crecimiento de la iglesia. Sin embargo, el excepcional sacerdote estadounidense, Charles Raymond Barnes fue el primer mártir de la iglesia al desafiar a Trujillo difundiendo internacionalmente los detalles de la masacre haitiana de 1937. En los años 50, un nuevo grupo de misioneros estadounidenses llegaron al país mostrando una gran simpatía por lo dominicano. Durante esa década, la Iglesia Episcopal se independizó de la misión haitiana.
La corriente dominicana fue la más débil en los primeros 60 años de la Iglesia. Hoy ejerce una influencia cada vez más importante. Durante la década de los 50 y 60, gracia a la política abierta de los colegios episcopales, muchos dominicanos llegaron a conocer y respetar la misión episcopal por su excelente sistema educativo.
La confraternidad de los emigrantes antillanos con los dominicanos facilitó la comunión cultural dentro de la Iglesia Episcopal Dominicana. Finalmente se afianzó la visión de Benjamin Wilson de una comunidad eclesiástica integrada y anti-discriminatoria.
FUENTE: PHILLIP E. WHEATON. TRIUNFANDO SOBRE LAS TRAGEDIAS. 1998.
(*) DR. GEORGE A. LOCKWARD. EL PROTESTANTISMO EN DOMINICANA, P. 326. UNIVERSIDAD CETEC, SANTO DOMINGO, 1982.
LISTÍN DIARIO, DOMINGO 30 DE AGOSTO DE 1998.