Carta a mi Hermano José Tomás Lithgow Contreras (1952-2021)

Al despertar un domingo luminoso, chequeo mi celular en busca de los mensajes que me han llegado a prima hora. Es así como leo, todavía despertando: “Tony, murió José Tomás”. Apenas hacían 20 horas que en una llamada de escasa señal, escuché su voz ronca hacer un chiste más. Nunca imaginé que sería esa nuestra última conversación, nuestra despedida.

Para los que tuvimos la dicha de ser criados en el Callejón Jácuba y sus áreas aledañas, solo existe una familia o un apellido: “El Callejón”. Esas dos cuadras nos marcaron con la pasión por la vida, la política, el arte, el amor, la ciencia, el periodismo, la escritura, la escultura, la medicina, la odontología, el comercio, la repostería, la arquitectura, la educación, el derecho, la música, la religión, la Fe, la hermandad y el sentimiento de unidad que permeaba de casa en casa y daba a cada galería un sentido de comunidad, como el que no he podido volver a vivir.

José Tomás y yo nunca jugamos juntos pelota o peregrina en El Callejón. El era “más viejo que yo”. A ese grupo se le debía respeto; eran los hombres y mujeres jóvenes que uno levantaba la cabeza para verlos caminar por las angostas aceras de nuestro universo. Los años pasaron y la hermandad (más que amistad) entre mi hermana Lourdes, José Tomás y mi primo Raymundo se iba sellando más y más. Otros protagonistas de esa etapa son: Franchi, Manuel Julián, Natasha, Natalia, Uchi, Bolívar, Cuquito, Romy, Mercedes María, Danielito y otros. Eventualmente, la partida de muchos de ellos hacia la Capital cambiaría el panorama de nuestro Callejón.

Un día llegó un carro negro, marca Simca, tocando una bocina “rara”; comenzaba otra época para nuestro Mundo. El maestro Jorge Taveras estaba enamorado de Lourdes. El director de los Caballeros Montecarlo conquistaría el corazón de nuestra querida Lulú. En los años siguientes, crecí viendo a José Tomás y a Raymundo, “hermanos de Lourdes”, como sus confidentes y “asesores” en la Capital.

José Tomás nos adoraba a todos. A mis Padres y Abuelos con especial amor y respeto. Papaúto y Don José (Chepe) Contreras (abuelo materno de José Tomás) bajaron de las lomas de la Cordillera Central y dejando detrás el aire puro de San José de las Matas y la Loma del Toro, trajeron a Santiago y al corazón de la ciudad, toda la pureza y la honestidad que en esa época distinguía a los ciudadanos de nuestro pueblo. Por otra parte, José Tomás me contó muchas veces como mi padre (el Dr. José Gil Rosario) le regaló su primera “regla T” y una “regla de cálculos” dándole la bienvenida a sus primeros pasos en la carrera de arquitectura. Pero a quien él admiraba más era a Neni, mi madre. Ella lo quería como a otro hijo del Jácuba, cómo a otro nieto de Augusto López e hijo de Juanita y Tommy, nuestros vecinos de la Jácuba #5.

Llegó la época de mi partida hacia los Estados Unidos. La distancia y el tiempo se volvieron nada ante la inolvidable visita de José Tomás, mi entrañable Lithgow, en el 1987 a nuestro apartamento en Filadelfia. Llamamos a esa travesía: “Siete hombres y un Destino”. El vino acompañando a Jorge con sus tres hijos, su sobrino Marcos y con Carlos Armando (hijo de su gran amigo y compañero de tantos proyectos musicales, Lope Balaguer). ¿Cómo cupimos en nuestro apartamento? Pregúntenselo al Callejón. ¡Qué hermosos recuerdos!

Como cosas comunes para los hijos del Callejón, el Lithgow y yo “continuamos la conversación” como si en la tarde anterior hubiéramos estado en la esquina de Tagra, jugando ajedrez. Y de ahí en adelante, nuestros teléfonos nunca se desconectarían.

Los años pasaron y ya mi querido Abuelo Papaúto había muerto, no sin dejarnos su recuerdo tallado en los vasos cerveceros escribiendo: “Primeras Brisas”, refiriéndose a la llegada de la Navidad del 1969 (sus últimas). Vimos a Papaché “renacer” en los 70’s y fallecer en los 80’s. Mi Tía Maruxa fallecería poco tiempo después de mi graduación de la UCMM (1981). Mi hermano Francisco fallecería al final de diciembre del 1988. Para esos días, Tommy, Juanita y el Chino vivían en la Capital. Ya el Callejón tenía nombres nuevos, pero el amor por esas dos cuadras nos mantuvo siempre cercanos.

Tommy, luego Adela, dejarían nuestras dos cuadras con menos luz. Ya Neni se había marchado en el 1999. ¡Qué vacío!, ¡qué pena tan grande! Se nos está muriendo el Callejón.

Hablé con Juanita, feliz y riendo como siempre, apenas días antes de su viaje infinito. Partió Yuya años después. Raymundo y yo, una vez más, fuimos huérfanos.

Nuestro querido Yuyi (Don Julio Pieter) se despide de nosotros diciéndole a mi hija Sara en noviembre del 2020: “Sara: eres lo más bello que me ha pasado en mi vida”.

Y ahora tú te ausentas, mi querido Lithgow.

No puedo dejar de pensar en mi “visita médica” en abril de este año. Fui a tu casa y te vi débil, pero en paz y jocoso como siempre. Y así me dijiste:

  • “Dr. Gil, pero usted se ve muy bien… qué usted bebe para mantenerte así?”

Mi respuesta, usada en otras ocasiones, fue:

  • “Chivas Regal 12”.

José Tomás me respondió:

  • “déjate de vainas Tony Gil, si el Chivas Regal y el romo es lo que te tienen así, yo no estuviera en este sillón”.

Ese era mi hermano del alma, “el Lithgow”.

Estoy convencido de que la vida y la muerte bailan y juegan a “las escondidas. Hoy, mi querido “Lithgow”, se me hace tan difícil borrar tu teléfono y tu nombre de mi celular, como imposible se me hace creer y aceptar que te has ido. ¿Cómo le diremos al Chino que las luces de mercurio que inauguramos todos juntos hoy se han apagado? Tendré que conformarme con saber que ya eres libre, que ya no hay dolor ni angustias, que ya no hay horario para medicamentos, que ya no hay más secretos, que ya todo es perfecto, que ya descansas y que nos faltó un trago más en tu casa en Port Charlotte.

Tu hermano de siempre,