La inclusión de la tercera dimensión en el cine dista de ser algo innovador, puesto que el primer filme 3D salió en 1922 (El poder del amor). Ahora, 89 años más tarde volvemos a ver no sólo una eufórica comercialización en el cine, sino también en las compañías fabricantes de televisores.
En primera instancia, muchas personas miopes o con astigmatismo no pueden apreciar las imágenes en 3D. Esto no le ocurre a aquellos que tienen la miopía o el astigmatismo con menor desarrollo. Pero muchos se quejan de ver las imágenes borrosas o no percibir el efecto 3D en lo absoluto, incluso utilizando lentes de contacto. Claro está, esto no le ocurre a todo el mundo, existen excepciones.
¿Es realmente la tercera dimensión algo posible para nuestra vista y percepción? Walter Murch, el editor de cine y productor de sonido con más renombre del cine moderno piensa que no. Según el cineasta, mientras editaba una película –Captain Eo– en los años 80, se percató de que el movimiento horizontal tendría un efecto estroboscópico mucho antes en la 3D que el que se logra en 2D habitual. Es algo que tiene que ver con la cantidad de potencia del cerebro que se dedica a estudiar los bordes de los objetos. Mientras más concientes estamos de los bordes más rápidamente se produce el efecto. Una solución para esto sería la 3D holográfica asegura el cineasta.
Sin embargo, el mayor problema para Murch es el de la relación “convergencia / enfoque”. Y existen otros dos temas –la oscuridad y la pequeñez– que por lo menos teóricamente se pueden resolver. Pero la mayor dificultad es que el público debe enfocar sus ojos en el plano de la pantalla –que, dicen, está a 80 pies de distancia–, y es una constante.
En la realidad sus ojos deben converger primero a diez pies de distancia, luego a 60, después a 120, y así sucesivamente, dependiendo de la ilusión creada en la pantalla. De ahí que las películas 3D requieran que nos enfoquemos en una distancia y nuestra visión converja en otra. Todos los seres vivos que tienen ojos enfocan y convergen en el mismo punto.
Aunque sea algo que se puede hacer, y la razón por lo cual funciona la 3D, es como frotarse la cabeza y el estómago al mismo tiempo: algo difícil de hacer. Así que el “procesador” de nuestro cerebro perceptual tiene que trabajar duro y extra. Por esto, muchas personas a los 20 minutos de filme sufren dolores de cabeza: están haciendo algo para lo cual en 600 años de evolución nunca los prepararon.
Tampoco es posible editar una película en 3D tan rápido como una de 2D debido a este inconveniente del desplazamiento de la convergencia: se necesita una cantidad determinada de milisegundos para que el cerebro y los ojos definan el espacio para cada toma y realicen el ajuste necesario.
Y por último, está el tema de la “inmersión”. Las películas en 3D hacen sentir al público como si se encontraran dentro de la imagen, en una especie de ensueño sin espacio. Por lo tanto, una buena historia nos ofrecería más “dimensionalidad” de la que podemos asimilar.
Walter Murch resume: “La película en 3D es oscura, pequeña, estroboscópica, produce dolor de cabeza, es alienante y cara. La pregunta es cuánto tiempo le tomará a las personas darse cuenta de esto antes de llegar a hartarse.”