En la historia de las ideas políticas, Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) destaca como uno de los pensadores de mayor relevancia para la cultura de Occidente.
Ha sido también, uno de los más controversiales, pues su lectura permite interpretarlo como un pensador revolucionario –así lo ha interpretado la tradición del pensamiento marxista- o como uno de los fundamentadores de la tradición totalitaria, como se ha interpretado desde la tradición del liberalismo politico.
No obstante la postura que podamos asumir en este debate, hay dos lecciones relacionadas con su pensamiento que me parecen provocadoras para la realidad politica dominicana. La primera está relacionada con su concepción del desarrollo de la conciencia individual. La segunda, con su perspectiva del fenómeno conocido como “alienación”.
Hegel pensaba que la historia humana era un proceso dinámico y contradictorio (dialéctico) donde la humanidad progresaba en el autoreconocimiento de su propia libertad.
En otras palabras, cada período histórico, desde la Antigua Grecia hasta el de las modernas sociedades europeas, constituía un momento del proceso gradual en que los seres humanos iban reconociéndose como seres iguales y libres.
Desde la filosofía hegeliana, este reconocimiento resulta fundamental, porque para ella las ideas se objetivizan en las instituciones de una sociedad.
Por ejemplo, desde una postura hegeliana, si hoy tenemos un sistema jurídico que concede iguales derechos a los hombres y a las mujeres, se debe a que previamente reconocemos subjetivamente esta igualdad y la idea de que las mujeres, al igual que los hombres, son libres.
Este supuesto es totalmente opuesto a la idea marxista según la cual, lo que opera en la conciencia es un mero producto de los procesos materiales, de las relaciones sociales y económicas que estructuran una sociedad.
Desde una perspectiva hegeliana, el problema del funcionamiento de las instituciones y la dinámica de las relaciones sociales están determinadas por la autopercepción que tengamos de nosotros mismos. Por ejemplo, para Hegel, el modelo de organización social de los antiguos griegos implicaba la esclavitud, porque habían llegado al reconocimiento de que solo algunos seres humanos son libres.
Por consiguiente, desde esta postura, si los individuos de una determinada colectividad no se perciben como libres, su modo de autoorganización no será el de una sociedad abierta y plural.
Otra idea importante de Hegel relacionada con la anterior es el concepto de alienación. El término alude a una situación de “extrañamiento” de la conciencia en que nuestros productos intelectuales no se ven como tales, sino como algo extraño a nosotros mismos. Cuando percibimos las leyes, las instituciones o las ideas como realidades eternas, inmutables y ajenas a nosotros mismos sufrimos de un proceso de extrañamiento o alienación.
Esta situación espiritual es paralizante, porque no vemos los procesos sociales como la consecuencia de lo que pensamos, sino como fuerzas extrañas que operan sobre nuestra voluntad, invencibles e inevitables.
La superación del estado de alienación implica el reconocimiento de que los productos que vemos como “extraños” o ajenos son el fruto de nuestras mentes y por lo tanto, modificables por nuestras acciones. Entonces, los procesos sociales adquieren otra dimensión o perspectiva.
Estas lecciones pensadas desde la realidad dominicana estimulan a preguntarnos: ¿Qué autopercepción de los dominicanos tenemos como colectividad?¿Responden nuestros procesos sociales y politicos a la autopercepción que tenemos de nosotros mismos? ¿Nuestra situación espiritual no responde en su generalidad a la de un pueblo alienado? Si lo es, ¿cómo podemos superarla?
La formulación de estas preguntas nos reorienta de un modo inevitable. Pues las mismas presuponen que la realidad política de nuestro tiempo no debe ser leida en la clave maniqueista de unos pocos villanos que esclavizan a un inmenso conglomerado de víctimas. Es válido afirmar que las responsabilidades no deben distribuirse equitativamente. Pero tampoco carecen de responsabilidades los que carecen del poder.
Tal vez, urgando en estas preguntas y sus respuestas podamos comprender aquella sentencia hegeliana: “Todo lo real es racional y todo lo racional es real”.