La ciudad de Baltimore, perteneciente al Estado de Maryland, en los Estados Unidos, se ha convertido en centro de la atención mundial por los disturbios generados a raíz de la muerte del joven afroamericano Freddie Gray. El chico de 25 años murió en comisaría tras recibir lesiones en su médula espinal, con la negligencia confesa de la policía de la ciudad.

El hecho desencadenó una serie de disturbios por parte de integrantes de la comunidad, lo que activó los mecanismos represivos de las autoridades estatales que declararon el toque de queda durante una semana.

Dos lecciones podemos extraer de los sucesos de Baltimore. La primera se relaciona con el problema de la etnia y la clase social. Más de cinco décadas después del triunfo del movimiento de los derechos civiles liderados por Martin Luther King es evidente que en Estados Unidos la policía blanca sigue tratando a los detenidos de manera desigual, en función de la etnia y el estatus social.

El informe de la policía señala que tardó una media hora entre el arresto y el traslado. En el transcurso, el joven sufrió la lesión y, a pesar de pedir ayuda médica urgente, la policía realizó cuatro paradas antes de llevarlo al destacamento policial.

¿Hubiera recibido el mismo trato un ciudadano blanco? En caso de una improbable lesión provocada a un ciudadano de otro estatus social, ¿se habría actuado con la misma negligencia?

Freddie Gray era uno más de esos jóvenes nacidos en la marginalidad cuyos antecedentes penales se convierten desde muy temprano en elementos constitutivos de la biografía. Su historia devela una de las partes ocultas del rostro de los Estados Unidos. Esta tierra de oportunidades a la que se le suele colocar con frecuencia como el referente del desarrollo mundial muestra unos indicadores de desigualdad vergonzantes. Al comparar la esperanza de vida, grado de escolaridad, nivel de salubridad -entre otros indicadores del desarrollo humano- existe una diferencia tan notable entre los barrios marginales y acomodados de Baltimore como la que existe entre Japón y uno de los países más pobres del Africa.

La segunda lección está relacionada con el manejo de la información por una parte importante de la prensa internacional. En muchos casos, los medios de comunicación se han hecho eco de los disturbios sin proporcionar la información que explica las razones de los mismos. Se aisla la situación indignante que ha generado la protesta y se silencian los indicadores de desigualdad social que fomentan la criminalidad y los estallidos de violencia.

Podemos pretender que la descripción de los hechos sea neutral. El problema es que semejante descripción no es independiente del enfoque, la situación y los conflictos de intereses que inciden en la descripción. Nos lo recuerda Baltimore.