El lunes pasado, 6 de noviembre, he observado con poco entusiasmo las palabras de los políticos criollos sobre nuestra Constitución. Era de esperarse su “innegable” esfuerzo por salvaguardar lo que nos hace ser lo que somos como nación, su compromiso ineludible por seguir fortaleciendo el respeto irrestricto a la Carta Magna. En fin, otras palabras grandilocuentes que a estas alturas pocos creemos y que en la práctica no tienen ningún asidero verídico; por lo que se constata la cruda realidad de que aún, en la República Dominicana, la constitución es un pedazo de papel que podemos estrujarlo y hacer de ella lo que nos parece más oportuno en cada coyuntura política. 

Esta cultura del irrespeto a la Constitución por parte de nuestros políticos y la poca formación política de nuestros docentes y alumnos trae consigo este marcado “formalismo” denigrante en la consciencia colectiva en torno al papel y el valor del texto fundador de la colectividad.  Subrayo que esta escasez de formación política es porque la asignatura denominada “Ciencias Sociales” solo es un amasijo de datos históricos ordenados de forma cronológica y pocas veces lo que debería ser: un acceso polifónico e interdisciplinario al ser humano en sociedad. Cuando hablo de ser humano en sociedad me refiero al modo en que los grupos humanos orquestan y transforman sus instituciones. Ello porque las instituciones son el único vínculo que media entre el individuo, la persona en particular o bien el ciudadano (son tres sentidos distintos, pero, en última instancia, el mismo referente) y la colectividad.

Soy de los que abogo por una educación menos histórica, en términos de lectura superficial de las historiografías publicadas, y más sociológica en las escuelas dominicanas. Aquí sociológica no significa necesariamente la disciplina “sociología”, sino el enfoque social sobre el ser humano y el modo en que ha transformado su relación con el entorno y con los otros. En definitiva, el modo en que ha construido y desarrollado sus instituciones.

En clases de Epistemología de las Ciencias Sociales para docentes de esta área la primera crisis provocada por el contenido de la asignatura gira en torno a la historiografía y las demás Ciencias Sociales. Es la primera vez que docentes de larga data en el magisterio toman consciencia de que las Ciencias Sociales es más que “Historia”.  La segunda crisis es provocada por la pregunta necesaria: ¿Por qué somos una República? A partir de esta pregunta surgen otras que resultan problemáticas, por ejemplo: ¿cuál es el papel de la constitución en una sociedad democrática? ¿Decir sociedad democrática es lo mismo que decir República? ¿Qué es, en definitiva, el Republicanismo? ¿Qué se espera del ciudadano en un sistema de gobierno democrático? ¿Cuáles son los sistemas de gobiernos actuales y posibles en nuestra región del Caribe? La tercera crisis es cuando se pide a los docentes planificar una unidad didáctica, conforme a lo establecido en el currículo para determinado grado, en donde se aborde una problemática social actual desde un enfoque interdisciplinar. El choque de paradigma entre la enseñanza monofónica tradicional y una polifónica es evidente.

En nuestra sociedad la visión cronológica del pasado prima sobre el enfoque complejo de lo social y sus implicaciones en el presente vivo. Por ello es que se hace necesario dotar de primacía a las instituciones como mediación paradigmática entre el individuo y la colectividad. No se anula el individuo, pero tampoco tiene primacía el acontecimiento histórico per se, ordenado por fuerzas ajenas a la voluntad de los individuos. Esta nueva perspectiva contradice de manera visceral la recuperación “formal” del pasado y del orden jurídico que son los dos enclaves que priman en el conservadurismo económico y político criollo.

Abogar por instituciones justas es la nueva forma de recuperación racional de la política en un sistema de gobierno democrático que se ufana de nacer bajo el nombre de República, esto es, una colectividad política que se da sus propias leyes y que ajusta su vivencia social a esta ley que emana de su voluntad autónoma. Si no hay instituciones justas, la mediación entre el individuo y la colectividad se ve afectada por relaciones asimétricas de poder. El imperio de la ley no debe ser formalista, como la constitución dominicana.