Las instituciones sociales nacen junto con la necesidad del hombre de vivir en sociedad, éstas regulan la vida diaria y establecen patrones de conducta que los miembros de una sociedad deben seguir. Las iglesias como instituciones sociales han contribuido al establecimiento de esos patrones que regulan la vida de las sociedades del mundo e incluso han representado el punto de partida del marco legal que rige en los países.

El Concilio Vaticano II, habló de la Iglesia como “experta en humanidad”. No cabe duda que en estas circunstancias hay que subrayar, más que antes, esta capacidad de las Iglesias en toda su extensión, de ocuparse de los problemas más centrales de la sociedad dominicana. A pesar de referirnos al Concilio Vaticano, cuando nos referimos a las iglesias, nos referimos a todas las religiones e iglesias, en especial las cristianas.

Las Iglesias en sus propósitos de estar presente en la sociedad deben plantearse los espacios más urgentes que requerirán su interés y prioridad. No cabe duda que uno de ellos es todo lo que afecta al matrimonio y a la familia. Son muchos los temas y problemas que se vuelcan en la familia en estos momentos: educación, humanización, identidad, su protagonismo y responsabilidad social… Pero se podría decir que todo se resume en la necesidad de revitalizar, de revisar la presencia del cristiano en la vida pública. Recrear este espacio de intervención de los cristianos es ahora más imprescindible que nunca. No sólo se trata de subrayar el compromiso directo en la acción política sino también en los nuevos movimientos sociales, en las asociaciones que articulan la sociedad, los problemas emergentes de la sociedad dominicana: la inmigración, el desempleo y la desestructuración familiar.

En los últimos tiempos hemos notado corrientes del pensamiento mejor organizadas que las propias iglesias e incluso con más recursos, que han ido exponiendo y vendiendo sus puntos de vistas adecuados o no, pero que no coinciden con las tradicionales normas de sociedades latinoamericanas como la nuestra, en la que la familia ha jugado y juega un muy importante papel de cara a la formación de sus ciudadanos. Por lo que temas como el divorcio, el aborto, el matrimonio entre parejas del mismo sexo y otros, han tomado vigencia a pesar de no coincidir con las normas y costumbres de los dominicanos.

Por ejemplo la música como forma de difundir ideas y pensamientos, ha dejado de tener un mínimo control de las autoridades y cada vez más se promueven formas y temas contrarios a nuestras normas de buenas costumbres; contribuyendo a que nuestros jóvenes crezcan con carencia de valores o con valores incorrectos.

En la actualidad también podemos ver a un gran número de comunicadores de la línea del “Na e Na”, como los he bautizado, pues promueven la idea de que las leyes sólo existen para la buena convivencia de los ciudadanos y no que se originan en dogmas religiosos como los propios mandamientos. Generando, quizás sin quererlo, la idea de que violar las leyes no es malo en sí, sino que sólo está penado por las leyes, o sea que si lo hacen y no lo descubren está bien, pero si lo descubren está mal; como si lo malo fuera dejarse descubrir.

Una sociedad sin cimientos religiosos tiende a la promiscuidad de valores, para decirlo de alguna forma, pues asume algunos valores sólo cuando le conviene y los rechaza, cuando por el contrario, le afecta; promoviendo una muy difícil convivencia de las sociedades, al no estar adecuadamente reguladas las normas, conductas  y patrones que los miembros de una sociedad deben seguir.

Nuestros héroes de la independencia colocaron en el centro de nuestro escudo una biblia y las palabras  “Dios, Patria y Libertad” que son nuestro Lema Nacional; queriendo con esto  cimentar las normas y los principios de nuestra patria en el cristianismo. Que en nuestra sociedad tengamos temor a las leyes, pero sobretodo temor a quien todo lo ve, Dios. Que el hombre valga por sus acciones y no sólo por lo que tiene. Que exista el amor verdadero, se valore la familia y se les inculquen buenos principios a nuestros hijos. Donde todo tiene consecuencias, terrenales o no, pero tiene consecuencias.

Si dejamos que esas nuevas corrientes del pensamiento, muchas de las cuales son carentes de principios, nos cambien las leyes, la constitución y posteriormente hasta nuestro Lema, nuestro Escudo y nuestra Bandera, sería como renunciar a la propia dominicanidad.

Las Iglesias y las Religiones, además de representar un punto de partida para el establecimiento de  patrones de conducta de las sociedades, están llamadas a  ocuparse de los problemas más centrales de la sociedad dominicana: la inmigración, el desempleo y la desestructuración familiar, como de hecho se mantienen trabajando y aportando. Pero es indispensable y necesario revitalizar e impulsar la presencia del cristiano en la vida pública, en los partidos, en los nuevos movimientos sociales y en las asociaciones que hoy articula nuestra sociedad; de forma que se amortigüe y se diluya la carencia de principios de otros protagonistas afines al “Na e Na”.