La existencia social nuestra es un eterno circular en una hibridación entre lo trágico y el fantasear, entre el mirar y el pensar. Es como si la topología en que descansa nuestra historia estuviera revestida de una tortuosidad, que no encuentra la causa esencial del laberinto en que nos hemos encontrado a lo largo de estos 169 años.

La otredad de los sectores conservadores ha estado siempre límpida con respecto a lo que quieren más allá de la nación misma. Su norte es la reivindicación de su propia vida, haciendo creer que su vida es la vida de todos los habitantes de la Patria. Nada en ellos es explicable fuera de sus pigmeos beneficios permanentes.

La Patria es la prolongación de ellos mismos, de sus intereses. Es así, como todo lo ideologizan en una caricaturesca sombrilla de olvido sin historia, haciendo de su historia el permanente rugido de su pasado. Los intersticios del poder se constituyen en sus brújulas, en el eterno vacío sin esperanzas.

Es así como en su farsesca decoración produce permanentemente un fatuo de ilusión, que anida el cansancio que separa a la sociedad. Es la continua alteridad de los protagonistas en diferentes momentos de la historia. Alteridad que genera en ellos un complejo recurrente de fe en esta sociedad, en ese pueblo que una y mil veces se ha levantado a lo largo de la historia para generar un nuevo renacer de la esperanza.

A lo largo de estos 169 años, las heridas  se han “cerrado” de cansancio. Los sectores conservadores se han encargado de “diluir” sus efectos, cuando el carro de la historia quiere desdibujar lo esencial de lo inesencial. Deviene el momento de la ideologización y la no importancia de lo que ya hicieron. Así, entonces, el pasado no cuenta; nos llaman a mirar el presente y el futuro con optimismo, solo para darnos cuenta, tiempos después, que aquel actual y porvenir, eran solo la expresión de la futilidad de sus actores.

Acuden recurrentemente a la manipulación de los sentimientos, sobre todo, en el dominicano que es muy influenciable, merced a la baja autoestima. Nos envuelven entre lo aparencial y lo real y hacen de éste último una hiperrealidad que desfigura donde está lo falso y la verdad.

Tenemos que aprender a mirar, que como decía Nietzsche en el Ocaso de los Dioses “Aprender a mirar significa acostumbrar el ojo a mirar con calma y con paciencia, a dejar que las cosas se acerquen al ojo, es decir, educar el ojo para una profunda y contemplativa atención, para una mirada larga y pausada”. Es la manera de rupturar estas heridas que no cicatrizan en la historia y por ese no hacer, cada cierto tiempo, los sectores conservadores apelan a sus libretos y cual dramaturgos estelares, reproducen el guión en el contexto.

Todo ello, porque saben que pueden recurrir a las heridas y que éstas “parecería” que no nos atormentan en el peso gravitante de sus acciones, en cada escenario de la historia. El silencio, el miedo y la huida han reproducido estas heridas que nos acogotan en la mudez de un sentido hipnótico.

Es la actitud decimonónica de los sectores conservadores, de recrearse con la historia y consigo mismo. Capaces de crear los males y culpar a aquellos que los combatieron  desde el mismo instante en que florecieron y que se vislumbraron los alcances de esas ignominias, infamias y abyecciones. Para ellos no existen límites para alcanzar sus objetivos. Las fronteras, al final, son sus objetivos melindrosos.

Con su alter ego pretenden con sus acciones ideologizadas, desideologizarlo todo, para penetrar en el campo de lo incierto y construir el juicio de su “historia”, porque ellos, al comienzo y al final, dominan los aparatos ideológicos del Estado a través del paradigma mediático. Nada, como hoy, lo confunde todo; lo agrietan para acomodarse en el siglo XXI, en los mismos “rieles” del Siglo XIX. Es el retorno de su mirada circular, que sigue generando pobreza, exclusión, marginalidad y poca cohesión social.

Desde hace 169 años, pero sobre todo ahora, nos mantienen con un pragmatismo sin cordura y como nos dice Mario Perniola, en La Sociedad de los Simulacros “… la sagacidad pragmática aumenta la desorganización y la disolución social, y, por el otro, la polvareda mediática incrementa la anomia e impide la generación de nuevas representaciones colectivas coherentes”.

¡Asumamos la responsabilidad de curar nuestras heridas, para que no sea el fragor de nuevos desafíos que nos encubre el pasado y el presente y cierre por cansancio la energía  del porvenir con nuevas esperanzas renovadas; para ello requerimos la autenticidad, para que el manto de la hipocresía social no nos toque ni por un instante!